Por Marcos Ortiz.-
Mi amigo Pablo Méndez, me dio el coñazo todo lo que pudo allá en nuestros veinte años sobre Azorín que a mí me parecía carca, fachosillo, viejuno y como diría Salvador Dalí, putrefacto. Pero por no desasirle de su empeño leí el libro que él me recomendaba no con insistencia, con pesadez, La voluntad. Me encantó, es un libro que resume con densidad, con una gran literatura, con expresionismo toda la problemática de la generación del 98. Libro valiente que trata el amor, el desamor, la religión y sobre todo la debilidad del hombre y la dificultad de conseguir los propósitos, con acidez y con exactitud. Después leí otros libros también interesantes, Castilla, Los pueblos, Doña Inés… hoy se cumplen cincuenta años de la muerte de Azorín, con casi cien años en medio del Franquismo y con el elogio unánime de la crítica más detestable del momento, pobre beneficio para su obra, cierto. Azorín tiene de actualidad su forma de romper los géneros, hizo una obra de más de cien libros, ¿fue novelista? ¿ensayista? ¿poeta? ¿periodista? Nada de eso. Y a la vez uno mucho de todos.