julio de 2025

‘Cuadernística’, de Cristóbal Polo

Cuadernística
Cristóbal Polo

Wuderkammer, 2025
157 páginas

Feliz idea esta de Cristóbal Polo de publicar (y antes escribir) este bello y nutrido libro en la colección Cahiers de la magnífica editorial Wuderkammer. Y es que a quienes “llevamos” un cuaderno nos ubica, por fin, en un grupo, en una comunidad hasta ahora invisible. Éramos en todo caso “los que escribimos en cuadernos” o “los que anotan cosas en un cuaderno”. Ahora pertenecemos a una sociedad, quizá a una pandilla rara.

Desde ahora, gracias a este breviario apologético nos nombraremos como “cuadernistas”. Sí, ya sé, ni cuadernística ni cuadernista están recogidos en el Diccionario de la RAE. Es decir, no existimos para los académicos, siendo ellos —la mayoría— escritores o filólogos que seguramente apunten sus cosas en cuadernos.

Sí existe diarista, el que escribe un diario (en un cuaderno) y existe periodista, que anota sus notas (en un cuaderno). Por tanto, desde este momento, por obra y gracia de Cristóbal Polo, a la pregunta de a qué nos dedicamos podremos afirmar que somos cuadernistas. Es bonita la polisemia de llevar. Llevar un cuaderno supone traslado (del cuaderno en nuestro bolsillo) y escribirlo a cada momento. «El cuaderno es el camino y es el pan», dice Polo. Y es una gran verdad, pues la escritura, en el cuaderno, a la vez nutre y abre el apetito.

Otro gran acierto de Polo, además de otorgar rango con nombre a la tarea de llevar un cuaderno, ha sido llevar su cuaderno mientras escribía este libro. Porque no es este Cahier un tratadito teórico sobre los cuadernos, ni siquiera es una antología de cuadernistas famosos; no, el autor nos muestra sus cartas, sus notas, su mirada. Aquí seguimos al observador Cristóbal Polo en su salsa, es decir en su cuaderno. Desde la chica del chubasquero azul turquesa, en Vilnius, hasta las hojas amarillas de los arces que caen junto a la vieja Sinagoga, acompañamos al autor en un recorrido generativo. «El cuaderno tiene su razón de ser en lo fragmentario y aparentemente inconexo. Pero no persigue otra cosa que crear un mundo», afirma Polo.

Y, claro, en este cuaderno encontramos muchos cuadernos. Los de Valéry, Kafka, Walser, Newton, Emily Dickinson, Bernardo Soares, Pascal, Handke y tantos otros. No recoge Polo un canon de personas que llevaran un cuaderno. Es su canon propio que deja al libre albedrío de cada cual. Pues cada uno de los que llevamos un cuaderno tenemos nuestros referentes. Son tantos. Por eso es paradójico que tal actividad manifiesta no tuviera un nombre.

«Cuadernista, no prometas que no dejarás pasar ni un solo día sin anotar nada en tu cuaderno. ¿Para qué? Promete, mejor, que no vivirás de tal modo que haya días sin nada que anotar en tu cuaderno», aconseja el autor. Y qué gran consejo.

«Los cuadernistas puros son grafómanos que han decidido acampar de forma permanente en sus cuadernos», afirma Polo. Y Kafka escribe el 16 de diciembre de 1910: «Ya no abandonaré mi diario. Tengo que aferrarme a él, no tengo otro sitio donde hacerlo».

«Un cuadernista con talento es cien veces un buen escritor, ha escrito un cuadernista. Pero un buen cuadernista no debería tomarse a sí mismo demasiado en serio.»

Un ejemplo: «Noche de noviembre. Estoy sentado en la oscuridad frente a las luces rojas, amarillas y azules de la autovía que atraviesan la pantalla negra de los cerros.» Cristóbal Polo.

Bien, y ahora ¿qué? ¿Para quién es este espléndido libro? Pues para quienes llevan un cuaderno porque se adscriben a una sociedad escritural y para aquellos que jamás hayan puesto una frase en un cuaderno, porque verán lo que se pierden. «Las líneas que escribo aquí me resultan tan inevitablemente necesarias como el respirar», escribió Josep Pla.

La mirada del cuadernista se parece más a la del dibujante al natural que a la del escritor sobre su escritorio. Uno mira la realidad y anota; el otro mira la realidad y pretende cambiarla. Ambos —dos caras de una moneda— manifiestan su perplejidad ante lo que observan. Lo ha advertido Francisco Jarauta: «Escribir/dibujar, coinciden en la distancia y en la obsesión, buscan ambos fijar el rastro de las cosas, llámese nombre o huella.»

Menciona Polo a Lichtenberg, autor de esa magnífica obra que son los Aforismos, una obra que, lógicamente, se gestaría en diversos y concatenados cuadernos. Lichtenberg, según Polo, concebía el cuaderno como un wastebook, «un libro —decía el aforista— donde yo vaya anotando todo tal como lo veo o como me lo transmiten mis pensamientos». Es por eso por lo que el cuaderno no tiene un objetivo previo, no está sujeto a plan alguno, sino que es más bien una prolongación de la mente en torno a la mirada y transmitida por el sujeto amanuense a las páginas sin orden ni concierto.

Luego, con el tiempo y el criterio del cuadernista, el cuaderno podrá convertirse en objeto literario o en simple registro de la existencia. Hay casos de la primera posibilidad como los de Gombrowicz que ideó y escribió su Diario como verdadera obra literaria con la crearse una personalidad. O el caso de Josep Pla que se pasó toda la vida corrigiendo y puliendo su Cuaderno gris.

En fin, para terminar estas notas sobre el magnífico cahier de Cristóbal Polo, que recomiendo leer a todo aquel que “lleve un cuaderno”, les dejo una muy apropiada cita del autor. Una cita que, quizá, pretenda rebajar los humos de todo cuadernista crecido: «Todo cabe en un cuaderno, aunque su mayor parte, como en toda materia, es solo vacío. Pero está al alcance de la mano achicar ese vacío, el vacío de todo lo que nos vive y nos abandona cada día.»

Feliz verano, cuadernistas.

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Archivo Entreletras

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