abril de 2024 - VIII Año

‘Luchino Visconti. El don de la belleza’, de Pedro García Cueto

Luchino Visconti. El don de la belleza
Pedro García Cueto
Ondina Ediciones, Colección “Teknós”
Prólogo de José Luis Panero González-Barosa
Madrid, 2024
140 páginas

Desde Ossessione —basada en la novela de James M. Cain El cartero siempre llama dos veces— hasta L’innocente —sobre la novela homónima de Gabriele d’Annunzio—, el legado cinematográfico de Luchino Visconti (Milán, 1906-Roma, 1976) descuella como uno de los hitos más formidables en el acervo de la cultura moderna. “Algo más que cine”: así lo expresó el gran poeta alicantino Juan Gil-Albert en su libro Los días están contados, sobre todo a propósito de uno de los más emblemáticos filmes del realizador, Muerte en Venecia.  No habrá de extrañarnos, pues, que uno de los máximos especialistas actuales en la figura del poeta de Alcoy, Pedro García Cueto (Madrid, 1968), entregue ahora a los lectores, bajo el sello editorial de Ondina —dentro de su colección ensayística “Teknós”— la obra titulada Luchino Visconti. El don de la belleza: la generosa urdimbre de las afinidades procura momentos tan felices como la aparición de este volumen.

Doctor en Filología Hispánica y profesor de Educación Secundaria, con cinco novelas y tres poemarios en su haber, el trabajo de García Cueto en el ámbito de las letras —variadísima e incansable labor la suya, cabe señalar con toda justicia— ha venido inclinándose con naturalidad hacia el ensayo, y no sólo hacia el estrictamente literario (con el citado Gil-Albert, Francisco Brines y Luis García Montero como referencias principales hasta ahora). Lo cierto es que al autor madrileño ya se le debían tres volúmenes absolutamente imbuidos de pasión cinéfila: Solos ante el cine, de 2020; Sombras del celuloide (Perdedores en la gran pantalla), de 2022, y La complejidad del actor: Robert de Niro, de 2023. Ahora, con Luchino Visconti. El don de la belleza, Pedro García Cueto ha decidido brindarnos su concreto homenaje a un “artista total” que representa, como muy pocos, “la historia del cine italiano, ya que todo su cine abarca un tiempo ido, la recreación de todo un mundo fastuoso que se ha ido para siempre”. Concreto y apasionado homenaje que, a efectos prácticos, funciona como una especie de muy grato vestíbulo palaciego; es decir, como un amenísimo ensayo introductorio a la figura de un realizador monumental, que aprendió decisivas lecciones sobre su oficio trabajando como asistente de dirección del gran Jean Renoir en sus años mozos, y cuyos vínculos con el teatro y la ópera no dejan de consignarse también, siquiera someramente.

En cualquier caso, la faceta cinematográfica de Visconti es la que centraliza, desde luego en buena lógica, los afanes divulgativos del autor, y así García Cueto va trazando, película a película y en una suerte de “continuum” de fondo, las líneas maestras de la producción viscontiniana: el gusto por las adaptaciones para el séptimo arte de materiales literarios previos; la predilección por las sagas familiares y su interés en retratar el universo aristocrático decadente del que él mismo procedía —era conde de Lonate Pozzolo—; la formulación de una “tragedia épica” —fruto de su sorprendente ideología marxista— a través del contraste entre el modo de vida de ricos y pobres —lo que le acercó a la corriente neorrealista del cine italiano en más de una ocasión—; la capacidad para conjugar “el lenguaje operístico-teatral con el cinematográfico”; “el deseo de volver atrás, a un tiempo fastuoso y elegante” que ya no había de volver; la “artesanía de lo minucioso”, por la atención que el realizador presta incluso a los más nimios detalles en cada uno de sus largometrajes; el perfeccionismo a ultranza y, en fin, esa embriaguez por la belleza y la ambigüedad tan característica de su estilo. Junto a todo ello, la perspicaz mirada crítica de Pedro García Cueto sabe poner de relieve otros aspectos quizá más episódicos, pero no menos importantes, como los puntuales flirteos de Visconti con lo onírico, o sus ocasionales concomitancias con el mundo esperpéntico de Federico Fellini.

Sin olvidar las dos películas viscontinianas menos conocidas hoy —al menos en nuestro país—, Bellissima y Sandra, el autor hace lógico hincapié en las obras maestras: La terra trema, Rocco y sus hermanos, El gatopardo, La caída de los dioses, Ludwig. También en esas excelentes curiosidades dentro de la filmografía de Visconti que son Noches blancas —sobre el original de Dostoyevski—, El extranjero —sobre el original de Albert Camus— y ConfidenciasGruppo di famiglia in un interno, su título original—. Eso sí, mención aparte merecen las 52 páginas que García Cueto dedica a Muerte en Venecia: “Un acontecimiento único, una película necesaria para los amantes del cine, un monumento a la sensibilidad que el ser humano puede llegar a tener”, según sus propias palabras. El autor, párrafo tras párrafo, va proponiendo una pormenorizada comparación entre la novela corta de Thomas Mann —el material del que todo parte— y la personalidad propia de la adaptación fílmica viscontiniana, lo que habrá de procurar un deleite estético digno de encomio a cada lector de estas afortunadas páginas. Baste decir aquí que, merced al vuelo del análisis, Gustav Mahler y Adrian Leverkühn —el genial compositor, inolvidable personaje de la muy posterior novela de Mann Doktor Faustus— compartirán protagonismo con la hermosura clásica del efebo Tadzio y la fascinación de Gustav von Aschenbach.

Con Luchino Visconti. El don de la belleza, al ritmo de esa escritura sugestiva y radicalmente flexible que es marca de la casa ya, Pedro García Cueto ha dado a la imprenta una ocasión inmejorable para seguir recordando hoy a este excelso realizador italiano, cuyo cine debe permanecer en el imaginario colectivo por más que la deriva de la cultura contemporánea —ahogada en consumo apresurado y banalidad sin sonrojo— se empeñe en dejarlo atrás.

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