abril de 2024 - VIII Año

¿Mala educación?

Imagen: rtve

La palabra educar proviene del verbo latino educere que significa sacar desde dentro hacia fuera. La hipótesis pedagógica era que la esbeltez y virtuosismo del educando anidaban dentro de él, antes de empezar la labor educativa y que el pedagogo debía desbastar el tocho que tenía delante hasta encontrar la maravilla que albergaba. Era la misma idea que alentaba el trabajo del escultor empeñado en sacar la belleza de la estatua, a base de dolar el mármol con el escoplo y el buril.

En efecto, la potencia de ser una persona de excelencia, honorable, que inspira confianza, o un chiquilicuatre, mezquino y de tosquedad zafia, nos acompaña a todos y cada uno de los seres humano. Podemos ser una cosa o su contraria, según la talla que se nos proponga durante el proceso educativo. Hasta lograr la singularidad de cada ser humano, hay condicionantes deterministas, que impone la herencia y posibilidades que otorga el ideal constructivo pedagógico. La conjunción de ambos contingentes, herencia y medio, junto al esfuerzo del educando, da como resultado la persona que somos cada uno. Cuando la persona se comporta, se puede observar el fruto de la interacción de los tres sistemas, lo que induce el ADN, el mérito de la pléyade educadora y el empeño intencional del educando, que es un sujeto agente y, por tanto, responsable de su identidad.

Recientemente, en el Senado, un pretencioso líder, físicamente pícnico, chaparro, de primer apellido Aragonés, que es un gentilicio de lo más catalán, y de segundo García, que también es de rancia prosapia catalana, dictó un discurso de diez minutos, declamando urbi et orbe sus imposiciones absolutas y negando, a continuación, cualquier posibilidad de diálogo, sin tan siquiera despedirse.  Posiblemente, esta prepotencia incontestable sea una compensación específica de pícnicos. Hay que recordar que era pícnico el emperador Augusto, igual que Napoleón, Franco y Jordi Pujol. Ninguno de los cuales eran amantes del diálogo, si a priori no imponían su pretensión, o tenían garantías de lograrlo.

La compensación psicológica, realmente es un mecanismo de defensa frente a la propia neurosis, o por la falta de aceptación de uno mismo y puede andar operando entre bambalinas: desde su pequeñez, negar el diálogo bien es fruto de la compensación psíquica, bien una proclamación fastuosa de debilidad intelectual, bien muestra de mala educación, bien una mezcla de todo ello. Ninguna de estas opciones revalida la condición de Molt honorable  con que el protocolo refuerza al personaje.

Hace algunos años, otro pícnico catalán, Jordi Pujol, héroe del 3%, hubo de renunciar a esta ostentación de honorabilidad, cuando se supieron sus andanzas y las de la saga de tres de sus hijos, uno de los cuales aspiraba a ser el hereu de la Generalidad catalana. Por cierto, que todo aquel escándalo quedó sumergido bajo el manto del silencio, impune y sin juicio. Es como una amnistía por la tácita, fruto, al parecer, de un chantaje supremo. Esta afición de algunos políticos catalanes por las amnistías ya viene a ser como un TOC.

O quizás, no. Bien puede ser una manifestación exacerbada de lo que Ortega y Gasset llamaba particularismo catalán, que él enraizaba en el dominus romano, atrincherado en sus posesiones durante el periodo gótico, insolidario a ultranza y luego complaciente con la invasión musulmana, con tal de seguir manteniendo su dominio sobre la insularidad del terruño.

En el caso del Sr. Aragonés García, también puede ser una pauta parental: su abuelo paterno amasó una gran fortuna con el franquismo, era un homo novus en la riqueza durante la dictadura y aterrizó en la democracia como fundador de Alianza Popular y alcalde de su pueblo por este partido. Aquel partido, émulo de las furias de Manuel Fraga Iribarne, no era una escuela para  el diálogo y la tolerancia. De aquellos patrones, pueden venir estas hechuras…, como bien demuestra empíricamente el Análisis Transaccional, cuando habla del estado Padre del Yo para la personalidad individual y de la Exteropsiquis para la  sintalidad colectiva. En este caso, la conducta desdeñosa del Sr. Aragonés García sería una muestra de su crianza, la demostración de lo que hace el nieto de un nuevo rico, en su esplendor.

Canigó, el poema épico de mossen Cinto Verdaguer, donde el poeta mezcla lo mítico con la realidad, puede ser la expresión más prístina del sentido particular del catalanismo, proclive a la insularidad, aunque sea del orden de la Insula Barataria.  El particularismo actual del señor Aragonés García supera la insularidad que pretende para convertirse en autismo: “yo solo, conmigo mismo, aunque republicano y de izquierdas, no escucho a nadie, porque soy hijo de papá y estoy ensimismado con mi juguete”.

La Generalidad catalana tiene un palmarés de presidentes poco afortunado. En 2003, el socialista Pascual Maragall fue el muñidor del Pacto del Tinell, mediante el cual todos los partidos se conjuraron contra el PP. Esto de hacer pactos excluyentes no es demostrativo de ser muy demócratas, ni denota buena educación y, desde luego, no acredita la honorabilidad del cargo. Son estrategias de padrinos mafiosos.

Después, en 2006, llegó José Montilla, charnego y también socialista, que venía documentado con un mero título de Bachillerato y se expresaba mal en español y peor en catalán. En castizo, podría decirse que aquel Molt honorable era un hombre que se había metido en camisa de once varas, después de ser ministro de algo. Es una artimaña que les da resultado a los socialistas, que la repetirán con Illa, en el porvenir.

El más sobresaliente de todos los Molt honorables fue, es, Puigdemont, que presidió la independencia de aquella nación más breve de su historia y hubo de huir de las consecuencias legales en posición fetal, embutido en un maletero, que no son modos honrosos, sino una regresión en toda regla. Por cierto, cuentan los rumores que fue perseguido hasta la frontera por un coche de la policía española, que no impidió la fuga por orden de la superioridad. De aquella omisión inconfesable, vienen estas pretensiones impertinentes de ahora, dictadas solemnemente por el Sr. Aragonés García, en el Senado.

A Quin Torra, el de apreteu, apreteu, lo dejamos ahí, arrastrando la honorabilidad por el muladar de los GDR.

Tarradellas, que no tenía nada que ver con esta comparsa y conocía muy bien el paño nacionalista, después de ser él un hombre de mundo baqueteado por sus circunstancias, vino a ser presidente de la Generalidad tras llegar la democracia. En sus memorias, dice Tarradellas que el catalán no sabe ganar, ni sabe perder, porque cuando gana se convierte en voraz y cuando pierde proyecta la responsabilidad sobre los demás… ¡Que lúcido era aquel político de talla!

Talla. Hacen falta hombres de talla, como Fernando V de Aragón, o como el  renacentista Margarit i Pau, obispo de Gerona y cardenal, que hizo elogios del proyecto de unificación acometido por Isabel y Fernando,  cuajado de generosidad por ambas partes e inteligencia, porque sabían que la unión hace la fuerza, mientras la división conducía a una posición política tan lamentable como la que presentaba entonces la península italiana, por las pugnas entre los Sforza, los Medicis, el papa de turno y los dogos.

Volviendo al tema de la educación, el gesto de soberbia enfática de negarse al diálogo y eludir la despedida, demuestra un déficit apabullante de talla moral e intelectual; queda por debajo del límite inferior de Montilla deambulando en su nesciencia; ni tiene el coraje de Torra galvanizando a sus mesnadas y es menos digna aún que la postura fetal de Puigdemont, también fugitivo y perseguido por su mala conciencia. Sin duda, el desplante protagonizado por Aragonés García en el Senado es una manifestación chulesca por su desdén, rufianesca por su falta de respeto y vergonzosa por su descortesía. Pura mala educación, de la peor.

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