abril de 2025

PASABA POR AQUÍ / Con la Iglesia hemos topado

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

Hace poco leí una noticia que me hizo pensar que habíamos dado un salto atrás en el tiempo y estábamos en el siglo XI. Lo digo porque fue entonces cuando el Papa Hildebrando, más conocido como Gregorio VII, se puso chulo con el emperador Enrique IV por la famosa querella de las investiduras, retirándole la facultad que el monarca tenía, desde siglos anteriores, para nombrar obispos y arzobispos en los feudos de la Iglesia, reforzando el poder papal y declarando entre otras cosas que los príncipes, incluido el emperador, estaban sometidos al papa, a la vez que afirmaba sin pudor alguno que la Iglesia romana no había errado en el pasado ni erraría en el futuro.

A Enrique IV le fastidiaba que quisieran restarle poder, capacidad de recaudación de impuestos y provisión de soldados para sus ejércitos y tras montar un concilio en Worns, contestó al papa que se metiese en sus cosas, apercibiéndole para que abandonara su cargo y se largase a hacer penitencia por sus muchos pecados.

El rebote de Gregorio VII fue de los gordos y en un concilio romano de 1076 excomulgó al monarca, deponiéndole de su trono y ordenando a sus súbditos que no le reconociesen como soberano.

Enrique IV, sabiendo que se jugaba mucho, optó por pedir perdón al Papa, acudiendo en plan penitente al castillo de Canosa donde este estaba. Allí, el pontífice le hizo esperar tres días, pasando frío en la puerta, hasta que al final le recibió y retiró la excomunión.

Hubo muchas más historias alrededor de este asunto que tenía de fondo la lucha entre el poder civil y el eclesiástico y, cómo no, los recursos económicos que ambos pretendían. Pero no contaré más por no desviarme de la intención de este escrito.

Antes de llegar al fondo de la cuestión, debo añadir que a lo mejor tampoco tenía yo que exagerar tanto y hubiera bastado con parecerme que estábamos más cerca, a comienzos del siglo XIV, cuando otro Papa, Bonifacio VIII, y otro monarca, Felipe el Hermoso de Francia, se tiraron de los pelos por parecidos asuntos, con las ambiciones económicas de fondo y una sucesión rocambolesca de detalles, como falsificación de bulas papales, mutuas acusaciones de herejía, excomuniones sobre la marcha y hasta un guantazo, con manopla de hierro, de un militar al Papa que le hizo caer de su propio trono.

Alrededor de este suceso hubo también otros muchos enfrentando al poder civil con el de la Iglesia, pero no cansaré al lector con más historietas y volveré a la noticia que indiqué al comienzo.

Dice algún titular: «La Casa Real hace llegar sus disculpas a la Iglesia por el comportamiento de Letizia en Viernes Santo». Y yo, que no soy monárquico precisamente, supongo que esa «Letizia», será la Reina Letizia ¿no? ¿o es que no tiene ese tratamiento?

Por otro lado, ¿a qué comportamiento se refieren? Pues, al parecer, a la ausencia de la reina en los actos litúrgicos de dicho Viernes Santo. Y leo en la mencionada noticia: «Lo que más ha indignado a ciertos sectores eclesiásticos no ha sido solo la ausencia, sino el hecho de que se haya percibido una actitud distante, fría e incluso despectiva por parte de Letizia durante los días santos. Esta percepción ha llevado a algunos obispos a expresar su malestar en privado, forzando a la Casa Real a mover ficha».

Leo también: «Cada vez está más claro que Letizia y la religión mantienen una relación tensa y distante. Y lo peor: ni siquiera se intenta disimular. Cuando le toca pisar una iglesia, ni se santigua ni sigue los rezos».

¿Qué le pasa a esos obispos y qué le pasa a la Casa Real?, ¿es que es obligatorio, en un país no confesional, que los miembros de su máxima institución acudan a los ritos de una confesión concreta?, ¿es que hay que santiguarse y seguir los rezos aunque no se practique la religión de marras?, ¿quiere la Iglesia que se disimule un comportamiento piadoso que no se tiene?, ¿prefieren los obispos el paripé y la hipocresía a la sinceridad?, ¿no es más respetuoso no participar y, si no queda más remedio, mantenerse tranquilo, sin hacer gestos que no se sienten o recitar oraciones con las que no se está de acuerdo?

¿Si no hay una religión del Estado, por qué la máxima autoridad necesita andar con pies de plomo, limar asperezas y mover ficha con cuidado para que la Iglesia Católica, por muy mayoritaria que sea, no se moleste con asuntos de tan poca importancia?

¿Volvemos a las disputas entre el poder civil y el religioso? ¿No estaba esto ya más que superado?

Aún diría más: ¿Es obligatorio que la Corona española sea católica, apostólica y romana, como se decía antes? ¿De verdad tienen que andar el monarca y su Casa templando gaitas para que los prebostes de la Iglesia no se enfurruñen?

Por otro lado, no parece que los poderosos eclesiales se hayan acostumbrado a manifestar su malestar por los innumerables comportamientos indecorosos, delictivos y hasta criminales que muchos reyes de España tuvieron a lo largo de los siglos y aún en nuestros tiempos más recientes. De su comportamiento servil y miserable con dictadores como Franco, ni hablamos. Eso sí, ahora, andan molestos con una reina —les guste o no, lo es— que era divorciada, no provenía de la nobleza y además no era practicante religiosa… Siempre han lucido doble rasero estos tipos.

Creo que han pasado ya muchos siglos desde Gregorio VII o Bonifacio VIII, incluso desde que los reyes españoles fueron llamados Católica Majestad, como para que tenga que andarse con estas historias absurdas.

Y encima, me pregunto: ¿Qué hago yo, que ni soy monárquico ni seguidor de la Iglesia, metido en estos líos? Pues eso, meterme en líos.

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Archivo Entreletras

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