julio de 2025

PASABA POR AQUÍ / ¡Que ya está bien, hombre, que ya está bien!

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

Dice el antiguo Fuero de Madrid, otorgado por el rey Alfonso VIII en 1202, en su norma XLIV:

«A quien le fuera probado que juró en falso, o prestó testimonio falso, con dos testigos, que los alcaldes vean son imparciales, rápenlo y no intervenga más como testigo; mas si fuera una mujer apaléenla a través de toda la ciudad y no intervenga más como testigo»

Y así nos va. Si al perjuro sólo le cortaban el pelo y a la perjura la llevaban por toda la ciudad dándole palos, pues la cosa no pinta nada bien.

Este ha sido el tradicional modo de actuar y, lo que es más grave, de legislar, que ha venido repitiéndose en nuestro país y en los demás desde tiempos inmemoriales. Y no es que ahora esas normas no hayan quedado obsoletas ¡faltaría más!, es que estas y otras muchas han creado en la mente de la mayoría de caballeretes y no pocas señoras una especie de callo moral, un atavismo inconsciente que en cuanto se araña un poco en la corteza, aflora como una vieja enfermedad difícil de curar.

Esto de la igualdad de género, tiene poco que ver con el lenguaje correctamente político pero incorrectamente gramatical que ahora está tan de moda. Poco se soluciona con insistir en el «ellos y ellas», el «compañeros y compañeras» y otras fórmulas similares (a veces hasta disparatadas) si se queda en eso, en pura fórmula, pero, en cuanto nos descuidamos, se nos ve el pelo de la dehesa, o más bien el rabo del burro, y la emprendemos a descalificaciones, distingos ofensivos y hechuras trogloditas.

Me apetece, aunque alguien se me quiera tirar al cuello, señalar que eso del lenguaje inclusivo funciona raro. No he visto nunca, cuando se trata de un apelativo malo usar el masculino más el femenino. Es decir, no he oído nunca decir «los asesinos y asesinas que hay en prisión» o «los malvados y malvadas que gobiernan el mundo»… pero eso es otra historia de la que ya hablaremos.

Lo que es agotador es escuchar a algunos hablar en pro de la igualdad y que, a la primera de cambio, olviden lo dicho para actuar en contrario. Incluyo en esta mala práctica que a veces puede ser inconsciente, pero otras muchas es el colmillo retorcido que asoma tras la sonrisa de políticos, religiosos, empresarios, obreros, jóvenes y viejos, hombres y mujeres… es decir, de todos, porque, salvo honrosas excepciones, aquí no se salva ni el Tato, que como todos saben era ese famoso torero que andaba en todas las corridas de su tiempo.

Viñeta de Eugenio Rivera

Y hay que añadir, aunque algunas damas se pongan de uñas, que este asunto es especialmente grave cuando los ridículos y terribles modos machistas son a veces esgrimidos por ciertas mujeres contra sus compañeras de género, bajo la férula de la religión o un orden social caduco, en la educación de sus hijos o en la defensa de una femineidad mal entendida.

Y estoy refiriéndome tan sólo a cuestiones cotidianas, si entramos en el terreno del delito, el maltrato y el crimen, me entran ganas de renegar de mi condición masculina y me sale la intolerancia cero para los energúmenos y para los que social, judicial, policial o políticamente no terminan de ver claro la evidencia: malditos cegatos.

Si la naturaleza suele distinguir casi siempre a hembras y machos en funciones, aspecto o comportamientos, es sin duda porque así lo requiere la protección de las especies o la defensa del hábitat, pero, ya que esa misma naturaleza nos ha dado a los humanos cierto raciocinio, bien podríamos, pese a las oportunas diferencias.

físicas que siempre hay que considerar, acabar de una vez por todas con el irracional comportamiento que mantiene a las mujeres en una desventaja social incomprensible e inaceptable.

No se arreglan siglos de incuria en unos pocos años, pero estamos en el buen camino, avanzando con determinación y mejorando a ojos vistas. Si no nos perdemos en menudencias y atacamos el fondo de la cuestión, el proceso terminará satisfactoriamente dentro de poco. Así podremos todos —y todas, si os empeñáis— dedicarnos a avanzar en lo más importante que es ser, por encima de todo, nada más y nada menos que seres humanos.

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