junio de 2025

PALOMITAS DE MAÍZ / ‘Viaje hasta el límite’ culmina hoy su presencia en el Teatro Español con gran éxito  

¡Mis queridos palomiteros!

Convertir en teatro una obra tan densamente literaria como Viaje hasta el límite, texto inédito y experimental de Luis Martín-Santos, es una tarea que implica riesgo, precisión y una lectura profunda de su trasfondo filosófico. El director y versionador del montaje, Eduardo Vasco, fiel a su compromiso con el lenguaje y la palabra como motores escénicos, asume este desafío con inteligencia y coherencia. El resultado es un espectáculo sobrio, profundamente intelectual, pero no por ello exento de emoción ni de belleza visual.

Martín-Santos, más conocido por su novela Tiempo de silencio, dejó en este libreto una impactante mirada existencial sobre el individuo enfrentado al límite de su identidad, de su moral y de su tiempo. Un texto, por cierto, que la editorial Galaxia Gutenberg ha publicado en abril de este año en su colección de Obras Completas, cuarto volumen.

Volviendo a nuestro análisis sobre la función, Vasco acierta al no dramatizar en exceso la tensión: en lugar de una puesta en escena grandilocuente, opta por una dirección contenida y deja que la palabra se adueñe de casi todo. Sobre todo que absorba al pensamiento sin sacrificar un ápice el ritmo. A ello colabora la arquitectura dramática de la historia, que fragmenta el tiempo y el espacio, y que encuentra aquí una traducción escénica fluida gracias a la eficacia del equipo técnico.

Por su lado, la escenografía, diseñada por Carolina González, es minimalista pero altamente simbólica: una sucesión de paneles móviles, que sugieren espacios mentales más que físicos, se combinan con una iluminación magistral de Miguel Ángel Camacho, que define con precisión las zonas de intimidad, exposición o confrontación. Luces frías para el discurso lógico, luces cálidas para los destellos de humanidad. La escena nunca está completamente a oscuras, como si la lucidez —incluso en la desesperación— fuera una constante.

Además, el espacio sonoro del propio Vasco funciona como un subtexto que acompaña la historia sin invadirla. Ecos, frecuencias bajas, un latido casi imperceptible: todo contribuye a crear un ambiente denso, casi clínico, sin caer en la frialdad, de tono cálido.

Por otro lado hay que reconocer también a Vasco su acierto con el casting, dado que sostiene con solidez el peso filosófico del texto. Ernesto Ariasde quien ya nos hemos hecho eco en otras ocasiones— en el rol central del drama realiza un trabajo de enorme contención y hondura. Su dominio del ritmo, de la palabra y del silencio es impecable. Arias no declama: piensa en voz alta, y eso es lo que le da vida al texto. Su mirada, siempre firme, construye un personaje que transita entre la duda cartesiana y el vértigo existencial.

En el caso de Lara Grube, y en uno de sus papeles más complejos hasta la fecha, interpreta a una figura que encarna a la vez lo real, lo onírico y lo simbólico. Grube asume esa ambigüedad con una entrega total. Su corporalidad es precisa, casi coreográfica, y su voz, que fluctúa entre lo susurrado y lo categórico, marca la pauta emocional de muchas escenas. Su relación con el personaje de Arias es el centro emocional de la obra: más que diálogo, hay confrontación de ideas, de cuerpos, de silencios.

Por todo ello, Viaje hasta el límite es una obra que exige al espectador una atención activa, pero que recompensa con una experiencia estética y reflexiva profunda y necesaria. Vasco y su equipo han conseguido algo notable: que la densidad filosófica de Martín-Santos se escuche, se vea y, sobre todo, se sienta. Un teatro que piensa y conmueve. Imprescindible.

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