mayo de 2025

PALOMITAS DE MAÍZ / ‘Camino a la Meca’: Destellos de resistencia iluminan el Teatro Bellas Artes

¡Mis queridos palomiteros!

 El icónico Teatro Bellas Artes de Madrid —dirigido por don Jesús Cimarro se ha convertido en el epicentro de una experiencia teatral profunda y conmovedora con la escenificación de Camino a la Meca, dramedia del aclamado dramaturgo sudafricano Athol Fugard, fallecido el pasado 8 de marzo a los 92 años. La expectación era palpable ante la llegada a escena de un elenco de la talla de Lola Herrera, Natalia Dicenta y Carlos Olalla, figuras emblemáticas de la interpretación en nuestro país, con una trayectoria profesional más que acreditada. Por cierto, Camino a la Meca se inspira en la vida real de la escultora sudafricana Helen Martins (1897-1976), cuya casa museo, The Owl House, sigue siendo un testimonio de su espíritu indomable y su visión artística única.

Por su lado, Athol Fugard —autor del guion de la oscarizada Tsotsi (2005)—, reconocido por su aguda exploración de las complejidades humanas en contextos sociopolíticos desafiantes, nos invita a reflexionar sobre estos apasionantes temas en la mencionada pieza.

La trama de Camino a la Meca nos transporta al árido y conservador Karoo sudafricano en 1974, un periodo marcado por la opresión del apartheid. En este escenario desolado reside Helen Martins, a quien conocen en el pueblo como Miss Helen (Lola Herrera). Se trata de una artista de avanzada edad que ha dedicado su vida a la creación de un hogar ciertamente singular, repleto de esculturas luminosas hechas con vidrio y cemento, que son buena muestra de un universo propio, peculiar en su apreciación estética, que desafía las convenciones de su entorno.

Su existencia solitaria, rodeada de tales creaciones, la han convertido en una figura excéntrica, objeto de murmuraciones y sospechas por parte de una comunidad aferrada a las tradiciones. Así las cosas, la llegada inesperada de Elsa Barlow (Natalia Dicenta), una joven maestra y trabajadora social proveniente de Ciudad del Cabo irrumpe en la vida de Helen y da paso a una conexión profunda e inesperada entre ambas. Eso sí, esta relación se desarrolla bajo la amenaza constante de la intervención de la comunidad, liderada por el pastor Marius Byleveld (Carlos Olalla), quien inicialmente ve en la independencia de Helen una afrenta a los valores morales y religiosos que él representa.

La adaptación y dirección del también actor bonaerense de 50 años, Claudio Tolcachir, merecen una atención especial por su habilidad para insuflar una palpable vitalidad a un texto que, en manos menos expertas, podría resultar hierático. Sin embargo, Tolcachir logra un equilibrio magistral entre la densidad del texto original de Fugard y una fluidez escénica que mantiene al espectador en total expectación en el transcurso de toda la pieza.

Su visión se centra en hacer brillar aún más el excepcional trabajo actoral del elenco, de quien extrae toda la riqueza que contiene cada diálogo, lo cual vuelve a poner en evidencia su talento como director de actores. Además, la versión Tolcachir no solo respeta la esencia del relato, sino que lo acerca al público español contemporáneo con todo lujo de detalles. Por ello no es de extrañar que la puesta en escena del espectáculo esté muy cuidada en su concepción realista, identificable y cálida. Por no hablar de que la función respira muy bien a través del reflejo de los estados emocionales de los personajes.

Por otro lado, y como no podía ser de otra manera, la interpretación de Lola Herrera vuelve a romper todos los moldes. Tras Adictos, y más atrás todavía, Cinco horas con Mario, a sus casi 90 años Herrera despliega una presencia y una personalidad sobre el escenario hipnótica, que agota cualquier calificativo en torno a su talento. En el caso del personaje al que da vida, a Helen, sabe imprimirle con verosimilitud todos los estadios emocionales y complejos que atraviesa.

Por su lado, Natalia Dicenta encarna a Elsa Barlow con frescura y vitalidad, síntomas que entran en colisión con la serenidad de Helen pero que a su vez recogen la química natural entre ambas. Escenas, pues, de gran trascendencia y emoción que, como se sabe, traspasan la barrera de la ficción y que no podremos olvidar jamás: Ese fino ejercicio de trabajo actoral ente ambas lo absorbe y sintetiza un todo. Dicenta aporta naturaleza a su personaje y con él percibimos sus fortalezas y debilidades, donde muestra su compromiso con la libertad y la justicia social.

Finalmente, Carlos Olalla completa el trío protagonista con un trabajo elegante, comedido y de buen acabado del pastor Marius Byleveld. Su personaje encarna con vitalidad la voz —a veces amarga— de una comunidad ligada a la tradición y a los convencionalismos sin que él considere otras opciones.

En cuanto al apartado técnico, Camino a la Meca cuenta con un muy importante diseño escenográfico de Alessio Meloni, imprescindible para que el espectador reconozca a primera vista las vicisitudes de Helen Martins, cuya casa se presenta como un espacio lleno de contrastes; un refugio de expresión artística que, como se indica en la obra también se siente como una prisión.

 Juan Gómez-Cornejo, responsable de la iluminación, desempeña un papel esencial en la función y consigue que la luz siembre a partes iguales los claroscuros de los protagonistas. A todo ello ayuda el desenfadado vestuario de Pablo Menor.

Además, Camino a la Meca reflexiona con inteligencia y sin clichés sobre el envejecimiento, la posible pérdida de la independencia y la necesidad de confiar en los vínculos y en la familia. De igual manera, la pieza recuerda que el arte, y la cultura que desprende ese arte, es una manera de combatir otros asuntos sociales que a menudo llegan impuestos, precisamente de total actualidad en nuestros días.

Por todo ello podemos concluir que Camino a la Meca es un emocionante destello de resistencia, que se ve impulsado por la profundidad de los temas que afronta. ¡No os lo perdáis!

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Archivo Entreletras

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