marzo de 2024 - VIII Año

Recordando a Galdós: La mujer en la sociedad de principios del XX

Benito Pérez Galdós (10/05/1843-04/01/1920) en el 102 aniversario de su muerte

Algunos historiadores de la Restauración contraponen la década fértil de los años ochenta, época de la configuración política y jurídica del régimen, con la sombría década siguiente, que cierra el XIX español con el desastre de 1898. En los ocho años previos al desastre se suceden cuatro turnos para conservadores y liberales. Hay un ligero predominio conservador, si atendemos a la duración de los gobiernos, pero ambos partidos coinciden en los síntomas de agotamiento y se sienten desbordados por agudos problemas como son el social, el regional y sobre todo el colonial. El problema colonial se hace obsesivo, como hemos podido comprobar en otros autores y en los movimientos sociopolíticos y literarios de la época, en especial desde el estallido de la insurrección cubana en febrero de 1895. La vida política se hace fatigosa y las diferencias entre los partidos turnantes apenas si existen en los problemas fundamentales. Los republicanos por su parte, consiguen buenas representaciones en el Congreso y en los ayuntamientos de grandes ciudades, pero no mitigará el malestar social existente, que será el caldo de cultivo de las extralimitaciones que a la sazón tendrán los grupos sociales, como en el estreno de Electra, que buscaban  culpables ante tanta inseguridad e incertidumbre.

Dos notas caracterizan todas las manifestaciones culturales del siglo XIX: el clima democrático y la progresiva secularización. Ambas tienen su repercusión en los problemas docentes y, en cierto modo, condicionan lo que fue la instrucción española en el ochocientos. Porque la Iglesia que había sido ya desplazada de sus responsabilidades temporales de tipo militar, jurídico y administrativo, va a ser también suplantada por el Estado en las funciones docentes en todos sus grados; y por su parte, el Estado, cuando planifique sobre esta materia y organice la instrucción pública, tendrá que hacerlo de acuerdo con las exigencias democráticas de la época. Asistimos, pues, durante la segunda mitad del XIX, a un proceso de centralización estatal acuñado por la ley. El Estado elabora planes y reglamentos, reservándose siempre el derecho de la dirección y el control de todos los centros docentes. Y a la vez, estos proyectos orgánicos tienden a asegurar la democratización de la enseñanza, haciéndola gratuita y obligatoria. Es más, la especial valoración de los derechos del hombre llega a derivar en atención a la mujer y al niño. Es la época en que se inicia oficialmente la promoción femenina y en la que los métodos pedagógicos tratan de fundamentarse en los descubrimientos de la psicología infantil. Las dos figuras que abordan el problema de la educación femenina como uno de los quehaceres más interesantes y urgentes del Estado, son Fernando de Castro y Concepción Arenal. Castro por fundamentos religiosos; Arenal basa su actitud en que debe defenderse el derecho de la mujer, el cual se halla disminuido y humanamente arrinconado. De interés destacaré el libro de Fernando de Castro, Discurso que en la inauguración de las conferencias dominicales para la educación de la mujer pronunció…el 21 de febrero de 1868, Madrid, 1969, si bien sus teorías hoy son reaccionarias y algo obsoletas, al considerar a la mujer, no como un todo social, sino como parte de un entramado eclesiástico. Concepción Arenal, La mujer del porvenir (1892) La mujer de su casa (1883), La educación de la mujer (1892).

Desde 1807 se conocía en España a Pestalozzi, y en 1873 fue publicado un manual de educación de párvulos según el método de Fröebel. (Ver a este respecto la obra de Rufino Blanco, Bibliografía pedagógica de las obras escritas en castellano o traducidas a este idioma, Madrid, 1910, tomo III, pp 202 y siguientes.

El desarrollo fue positivo; pero ante esta política centralista se enfrentó toda España -la católica y la anticatólica- pidiendo libertad de enseñanza, aunque con fines opuestos en cada uno de los sectores. El laicismo, apoyándose en principios de importación francesa, reclamaba la libertad de enseñanza como medio para lograr la igualdad entre los hombres. Más tarde, siguiendo la inspiración del krausismo alemán, del que Galdós era gran conocedor, y como una exigencia de la verdad misma, como liberación del dogmatismo confesional. También el sector cristiano, representado por Balmes y Quadrado, se opuso a la absorción estatal reclamando para la Iglesia la libertad de montar sus centros, y eso a pesar de saberse en un estado que se proclamaba católico y que concedía a la Iglesia auténtico privilegios.

No obstante, el Gobierno español, aun haciendo alarde de liberalismo, siguió siempre la misma orientación legislativa centralizadora, copia de los moldes napoleónicos. Tan sólo durante cinco años -1868 a 1873- la libertad de enseñanza proclamada por la constitución de octubre de 1868 fue en España un hecho, pero que fracasó en el momento de la Restauración. Antonio Mª Claret y el padre Bernardo Salas, fueron precursores en ver la orientación hacia la docencia que debían tomar las instituciones religiosas. La Iglesia, en oposición al liberalismo, decidió tomar las mismas armas para defenderse, esto es la promoción cultural a la que se dedicarían todas las congregaciones, en forma de enseñanza.

Durante el mandato de Cánovas hubo una concesión a los jesuitas muy positiva para su expansión y poder, y es la Real Orden de 11 de julio de 1897 donde reconoce la Orden como «corporación religiosa habilitada para la enseñanza». Esta concesión se debió a las instancias del P. Vicent, a la recomendación de los grandes amigos de la Compañía de Jesús en las altas esferas políticas y al apoyo decidido de la Reina. Por lo que queda así sellado un éxito conseguido a manos jesuitas, éxito que después les costaría ser el blanco de las iras sociales, como refleja el impacto social que obtuvo Electra, obra que si bien llevaba más bien implícito el contenido anticlerical.

Las argumentaciones de Concepción Arenal siempre están relacionadas -al igual que Galdós- con la educación. Los problemas e injusticias sociales que sufre la mujer, siempre están relacionadas con el problema de la ignorancia. Arenal propugnaba en sus escritos que esta falta de conocimiento -a veces de lo más básico- que embargaba a la mujer era la causa de que no tuviera derechos ni civiles ni políticos, siendo de esta forma siempre discriminada, con respecto a los derechos adquiridos por el hombre. Esta inferioridad de derechos provocaba que el trabajo de la mujer fuera siempre peor pagado, por lo que surgen el exceso de trabajo y explotación que está presente en obras como Celia en los infiernos, la prostitución y los malos casamientos, (Realidad, sería un ejemplo de matrimonio de conveniencia) de aquí la debilidad física y las enfermedades.

Sólo la educación, la instrucción y la toma de conciencia de la dignidad femenina, serán las armas con las que la mujer pueda salir de la situación en la que se encuentra y, por consiguiente, estar en condiciones de igualdad con respecto al hombre para ejercer cualquier profesión. Esto está expresado de una forma muy clara en los diálogos entre Máximo y Electra, donde buscan la realización personal, la dignidad y la libertad en una sociedad dirigida casi en su totalidad por la Iglesia. «Corran libres tus impulsos, para que cuanto hay en ti se manifieste, y sepamos lo que eres» -dice Máximo en el acto I, escena XIII- donde se manifiesta la presión moral y ética a la que está sometida su amiga, Electra. Al igual que propugnaran las corrientes más feministas de la época, en el drama Electra, se pone de manifiesto la no inferioridad intelectual de la mujer con respecto al hombre. Si bien, a mi juicio al personaje Electra, le falta algo más de madurez y seriedad en algunas ocasiones, lo cierto es que, a pesar de su aparente mayor debilidad física con respecto al hombre, conlleva mayor superioridad moral, lo que le hace ser mucho más capaz que el hombre para desempeñar por ejemplo, labores humanitarias y caritativas (Sor Simona sin ir más lejos).

La independencia, la emancipación…la insubordinación…expresa Máximo con respecto a lo que tiene que hacer Electra. Pero, emanciparse y rebelarse contra qué o contra quién. En este momento entra en escena el personaje símbolo que es Pantoja. Hay que independizarse no de él, sino lo peor: de todo lo que significa Pantoja. A la mujer no le queda otra posibilidad en la mayoría de los casos, subyugarse a la voluntad ética y económica del hombre. Esto Electra lo siente como una esclavitud en el momento en que Pantoja le habla así, entrando en crisis a partir de ese exacto momento, pues ella hasta ese momento no se ha dado cuenta de donde está ni qué significa su ser:

En la comedia de Mariucha, Galdós cambia por completo la idea que hasta ahora había presentado de sus personajes religiosos masculinos. Por primera vez en la dramática quiere hablar del otro lado, con gran curiosidad por otra parte pues, presenta a Don Rafael en 1903, solamente dos años después de haber presentado en 1901 a Pantoja. Ambos son los dos polos del catolicismo. La función de la religión en la sociedad también es presentada de distinta forma en una y otra obra. Y hay que remitir a Electra, porque una y otra son latidos consecuentes de una misma España, con diferentes lecturas. Si bien Mariucha, 1903 no obtuvo la misma resonancia que tuviera Electra.

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