En esta red sonora
Vicente Luis Mora
Galaxia Gutenberg, 2025
320 páginas
Le tenía ganas a Vicente Luis Mora. Llevaba tiempo buscando la puerta de entrada a este escritor, del que había leído reseñas, referencias y declaraciones. Podría haber accedido por su Centroeuropa o por Circular 22. O por el penúltimo, Cúbit, todos ellos publicados en Galaxia Gutenberg. Pero, al fin, ha sido este libro de fragmentos el que me ha servido de entrada a un escritor a quien ya no dejaré de indagar y del que tiraré del hilo para leer cuanto más, mejor. Pues como dice el propio autor «Eso, abrir puertas donde otros no ven nada, es lo que deberíamos hacer al escribir».
En fin, he entrado al autor por esta puerta de En esta red sonora y me he quedado enredado unos días en esta tela de araña (sonora) formada por piezas, pecios, islotes y archipiélagos o, siguiendo el rastro del índice del libro, pensamientos infames, cuadernos, pedacerías, notas, cortilegios y fragmenta. Y aunque he salido del libro (para escribir esta reseña), he dejado el tomo sobre la mesa, al alcance de la mano y de la vista, que lo repasará con frecuencia. No hace mucho compartía mis querencias sobre cuadernos, diarios o apuntes de escritores y mencionaba a Valéry, Maugham, Canetti, Musil, Josep Pla y Vila-Matas, pues todos ellos han escritor cuadernos, apuntes, diarios, fragmentos o dietarios. Desde hoy el libro de Vicente Luis Mora se adhiere (en mi biblioteca) a esos nombres, sí.
Porque uno tiene debilidad por ese tipo de literatura. Literatura de cuaderno como bien ha recogido Cristóbal Polo recientemente en su Cuadernística. Y es que En esta red sonora es literatura de cuaderno, de margen, de apunte, de mirada cruzada con pensamiento. Reflexión. Por eso seguiré enredado en la obra, porque este libro deja ver a un escritor verdadero, curioso, impertinente, sabio que no sabiondo, pues parece escéptico de tantas certidumbres. En este libro, Mora es, como él mismo escribe, «un agujero negro que absorbe toda la energía narrativa a su alrededor y la pasa a otra dimensión, transmutada, convertida en materia radiante».
Quien lea En esta red sonora —y estos deberían ser todos aquellos que escriben en cuadernos y leen para vivir más vidas— se encontrará con crítica al mudillo literario, apego a los avances científicos que nos hacen más (a veces menos) humanos; encontrarán humor, ironía, agudeza, sensibilidad y, sobre todo, a un escritor que se ocupa de lo que le rodea.
Un acierto del autor ha sido incluir textos de diferentes épocas y temporalidades de modo que el curioso lector observa la evolución del pensamiento y de la mirada del escritor. Como son una delicia esas adendas, notas y refutaciones que, medidas en su uso, aclaran o contradicen a quien aquello escribió, que no es otro que el mismo escritor con distinto pensar.
Otro acierto (del autor, del editor) ha sido no abrumar al lector. Mora, al final del libro, reconoce tener —o haber tenido— «casi mil páginas escritas de fragmentos, greguerías y pecios para hacer este libro», pero comprendió «que sólo podría mejorarlo mediante la criba, la reducción y la tacha. No expandir, sino jibarizar». Quizá un día esos descartes de ahora sean los hilos de otra red del futuro, quién sabe. Creo que este libro está bien medido y pesado. Su masa se mantiene en justo equilibrio sobre la red de su lectura.
Ahora debiera arriesgarme a espigar algunas de las esquirlas que el autor ha desperdigado en su texto. Y digo riesgo porque como bien avisa Mora, «comprendí de golpe que los subrayados lo dicen todo de nosotros, desvelan nuestras obcecaciones latentes y nuestras inercias intelectuales o psicológicas más ocultas», es decir que cualquier exposición de mis subrayados de En esta red sonora puede desvelar más de quien las avienta. Y, sin embargo, no me resisto, pues lo merecen.
«Mi trabajo es modesto, construyo mundos».
«Escribir ensayo, poema, cuento y novela no supone dispersión, puesto que son momentos distintos del mismo proceso».
«Uno de los problemas más frustrantes de nuestro país es que los archivillanos que genera nuestra sociedad son tan grises y mediocres que no dan ni para novela épica».
«En términos culturales, tan ominosos como los influencers son los fluencers que se dejan llevar por la corriente».
Y de la sección Despertares:
«Despertarse junto al gato de Schrödinger, esperando el colapso de la función de onda». «Despertar pensando que este mundo es sólo la copia de seguridad de otro». «Despertar y descubrir un fresco en el techo, pintado durante la noche».
Algunos de mis subrayados alcanzan a textos más largos, donde el autor se despacha con reflexiones de profundidad y en las que se advierte la sagacidad y la cortesía del autor en el análisis meditado. Como cuando habla de La amante de Wittgenstein, ese gran/turbador libro de David Markson. Sólo un párrafo: «porque el mundo debe crecer, porque la vida no basta (Ferreira Gullar), porque la realidad no es suficiente, porque “escribir es defender la soledad en que se está” (María Zambrano), porque “hemos construido sobre la arena de las catedrales perecederas” (André Gide, Paludes), porque nuestra obligación es seguir jugando y construyendo hasta el final, por si acaso no hubiera un Exterior».
En definitiva, es este un libro exquisito, robusto, a veces impertinente y despiadado, como quería Benet, y en ocasiones sensible y ligero como propuso Calvino. Si Borges abre el libro con el epígrafe inicial es justo que lo vaya cerrando con ciertas preguntas: «¿Por qué di en agregar a la infinita / serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana / madeja que en lo eterno se devana, / di otra causa, otro efecto y otra cuita?». «El Golem».
Yo respondería que En esta red sonora no es un símbolo más, no es otra causa, otro efecto ni otra cuita. O sí, lo es, pero merece la pena enredarse ahí.