mayo de 2025

‘En un Bosque de la China’, de Jaime Alejandro Cabrera González

En un Bosque de la China
Jaime Alejandro Cabrera González
Fairgreen Editores, 2022
Colección Biblioteca de Altonia. Miami Fl.
685 pp.

Es un texto que se abre con el aporte pictórico de Karina Herazo denominado “Jardín Interior”. Al iniciar la exploración, sabemos que la fotografía del autor se debe a Claudia Rosenow, quien no aparece en los créditos. Y me percato que es otra travesura del personaje que se cree autor de la obra. Además, se da el registro de autoría de ilustraciones en las páginas interiores, a Daniel Angulo, pintor barranquillero radicado en Miami (Fl.)  desde hace varias décadas. Por último, sabemos que la diagramación y armada de la obra estuvo a cargo de Susana Illera Martínez.

El autor de esta urdimbre textual es Jaime Alejandro Cabrera González, un escritor barranquillero nacido el 21 de marzo de 1957 radicado en Miami desde hace 20 años, aproximadamente. Jaime es autor además de Miss Blues 104° F, Textos sueltos bajo palabra / Autobiografía de los sueños y Como si nada pasara. Ganador y finalista de varios concursos de cuento en Colombia y en otros países. Dirige desde 2015 el Taller de Escritura Creativa de la Miami Beach Regional Library. Co-fundador además, del grupo Casa de la Cultura Francisco “Pacho” Bolaño, de Barranquilla (Colombia).

Resumen

En los relatos, pasajes y casi-crónicas que aparecen en Un Bosque de la China se trabaja a fondo recursos estilísticos anclados en la pragmática del lenguaje, pues derivan de los vocablos “bosque” y “china” todo un enjambre de significados cuyo uso en el relato asume el riesgo de proyectar una imagen caótica del espacio bullanguero de su ciudad de origen, Barranquilla. Ya desde el inicio, la variedad de los epígrafes nos coloca  en un escenario no divergente sino plurivergente, o si se quiere,  diacrónico en grado superlativo: allí aparecen a modo de anfitriones de  la fiesta de esta lectura, como si se tratara de una fiesta de disfraces en un carnaval barranquillero, un tal Livingston Crawford, frase recogida en el patio del colegio Hebreo; Daniel Angulo, hablando de Mata Hari: Rubén Blades, citado por Paula C.; Miguel de Cervantes, a través de un personaje en Don Quijote de la Mancha o Franz Kafka, en la Carta a Max  Brod.

A modo de prólogo, aparecen seis páginas suscritas por El Guardabosques donde se invocan algunas razones para justificar la fórmula que no tiene nada de fórmula) utilizada para dar estructura al texto. Y ese guardabosques no es otro que el autor: autorizado para otorgar licencias o no a quien se acerque a esos terrenos boscosos, designado para proteger su fauna sobre todo la proveniente de islas caribeñas, pero también desde la otrora lejana China, cuya presencia en el texto es indubitable lógicamente como lo anuncia su título. Profusamente apoyada en muchas referencias a otros escritores, puede creerse en principio que se trata de un trabajo metaliterario. No hay tal. Tales referencias son parte del juego de voces que acompañan esta danza de las palabras donde se forman y disuelven comparsas de ensueño, donde los nombres de personajes son provocaciones para lectores de diversa procedencia y formación.

Este texto lo forman cinco libros, los cuales a su vez están atravesados por otras rutas apenas insinuadas pero presentes en todo el bosque de palabras. Ellas son: la denominada Emboscados en el cuento, de la cual hay nueve a lo largo de la obra, no distribuidas de modo simétrico pues hay libros que llevan dos y otros, sólo una, y el hilo de color autobiográfico que en cierta forma engarza los relatos denominados De Silbidos y Susurros. Justo es reconocer el trabajo exhaustivo, laborioso y prolijo realizado por Susana Illera Martínez. En cada nuevo relato se introduce un párrafo, un pasaje o acotación que en ocasiones se refiere a lo que se trata en el siguiente relato y en otras, simple reminiscencia de algo que piensa un personaje. Pero todo ello tomando posición en un cuadro con diseño biselado de bosque. O entremezclando en dicho bosque un giro de discurso atrapado entre mayúsculas y minúsculas: lúdica del lenguaje que el autor llama lenguaje grilloriano. En las páginas 391 y 392 se encuentra el lector con una secuencia de nombres de especies vegetales, tanto propias de latitudes latinoamericanas como algunas de nombres más exóticos donde se aprecia un juego de espejos: la página anterior trae las palabras escritas de derecha a izquierda, letra por letra. La siguiente trae las mismas palabras en el mismo orden escritas “como Dios manda”. Como esta obra denota un trabajo laborioso en todo sentido, hay que buscar como en las buenas películas el “quid” de esta hoja-espejo en mención. Hoja-espejo, haz y envés.

Comentario

En un Bosque de la China encierra todo aquello que un día hemos querido hacer sobre nuestra vida: sentarnos a evocar cómo transcurre. Pero, ni las urgencias y prisas de la cotidianidad dan margen para esa dedicación ni está presente ese vicio de escribir que sí acompaña al autor de esta obra desde siempre. Fabulando en torno a Copérnico Clarkias, El Pájaro Verde, el Sabino Caldas, o la familia Valenberg Kuhlenbeck, esta prosa infinita asediada de notas autobiográficas de Copérnico, navega entre canales musicales, mezclados con el grito de los vendedores ambulantes, la jerga de la calle, el mandato bíblico, el lenguaje sentencioso cervantino al nominar sus capítulos en Don Quijote, la clave de los ritmos antillanos, el acordeón de Alfredo Gutiérrez y Aníbal Velásquez, los clarinetes de las bandas que acompañan danzantes en el desfile. Y se hace nítido en este libro aquello de Celia Cruz: “la vida es un carnaval” en el cual desfilan honestos y pícaros, extranjeros y locales, funcionarios y asesores, coristas y teloneros, comparsas y gúiros, encapuchados algunos, preparando emboscadas otros… El tema de este carnaval en un bosque de acentos, sonidos e interjecciones es poblar aquellas palabras limpias de la  RAE de todos los usos, distorsiones y sentidos no aceptados por ella, pero sí por el común de la gente, llámense chinos, argentinos, manitos o estadounidenses.

Jaime Cabrera entrega en este libro los sabores del Caribe, no exentos de la nostalgia por el amor humeante que ofrecían las abuelas en una sopa “bien hecha”, “levanta-muertos”, o en la dedicación de un abuelo para narrar cientos de veces cómo estuvo en peligro de desaparecer cuando la masacre en la zona bananera. Entrega, además, cerca de cincuenta años de su vida que quedan encerrados en estas páginas. Aquí gravitan evocación, alucinación, fabulación, creación y sobre todo ello un talento inigualable para tejer con puntos provenientes de diversas culturas, un espléndido tapiz humano. Lo que este escritor presenta es el reto a la creciente invasión tecnológica de los textos: Jaime, al modo de Don Quijote se va lanza en ristre contra las demandas de dosificación, síntesis y alquimia verbal que hoy imponen los medios virtuales. Su escudo y pectoral forman una pareja donde palabra, imagen y sonido se entrecruzan para crear nuevas simbiosis de aguaceros, amores, desencuentros, razones y fracasos, para lidiar con la cotidianidad del reino de los mensajes short. Cualquiera le diría: “Jaime, no son gigantes, son molinos de viento”. Pero él, alucinado, sigue adentrándose en la profundidad del bosque en busca de la sombra protectora porque él, además de guardabosques, es de la Resistencia: de la palabra que se niega a ser mutilada, del son que se niega a irse del cielo latino, del espíritu bullanguero de su tierra que resiste los embates del siglo XXI.

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