octubre de 2024 - VIII Año

‘Si no veo mi rostro’, de Juan José Martín Ramos

Si no veo mi rostro
Juan José Martín Ramos
Editorial Polibea, Colección “El levitador”, nº 104
Palabras preliminares de José Ángel Cilleruelo
Madrid, 2023
80 páginas

“El rostro literario de Juan José Martín Ramos es más evanescente que el del editor. Ha sido siempre un escritor huidizo”, afirma José Ángel Cilleruelo en “Retrato desenfocado”, las certeras palabras que sirven de prólogo a los 152 aforismos reunidos en Si no veo mi rostro: breve e intenso volumen; quinto de los libros cuya autoría se le debe, en efecto, a Juan José Martín Ramos (Madrid, 1961), tras el poemario de 2007 Negar la luz, y las tres novelas cortas —La curiosidad del espía, La noche calma mi ansiedad y Légamo del amor y de los libros— que aparecieron, respectivamente, en 2006, 2008 y 2016. Cierto que la labor de Martín Ramos en el campo de la edición —labor digna de todo elogio y reconocimiento— ha venido ocupando la médula de su quehacer: a propósito de su incansable entrega a tal causa, José Ángel Cilleruelo sostiene, en sus palabras preliminares, que estamos ante el “editor de cámara tanto de los escritores que se sintieron jóvenes en su fin de siglo como de los jóvenes que lo son en el nuevo milenio”; dicho lo cual, más cierto todavía es que el gusto por la concisión creadora —“la condición, casi existencial, de la brevedad (…) que el escritor exige para su obra literaria”, en palabras una vez más de Cilleruelo— ha abocado al autor, felizmente, al cultivo de una expresión aforística de cuyos surcos y secretos se halla en plena posesión. De una expresión aforística moderna, qué duda cabe, pues el consabido elemento gnómico o sentencioso acierta a aunar en estas páginas las intuiciones del artista de la palabra —del poeta, en definitiva— con la cruda sensibilidad de un mundo contemporáneo en vertiginosa evolución (“La realidad cambia al ritmo del mando a distancia. La existencia no.”).

Con creces demuestra todo lo apuntado Si no veo mi rostro, donde leemos: “Ordenar los aforismos para un libro es querer ordenar el pensamiento. Imposible.”. Consecuentemente, la obra se nos presenta sin recurrir a segmentación alguna, lo que la ubica en una suerte de microcosmos en crecimiento constante, o por evocarlo de mejor manera, bajo el imperio de una cosmovisión cuyas íntimas leyes conducen a sucesivas fases expansivas, a ciclos implícitos de regeneración más pormenorizada. Y todo ello partiendo de un triple salto mortal sin red: “La vida transcurre sin mí”; “A mí me ha tocado ser yo”; “Cuando el intruso no es el otro”. Tres desnudos y fieros aforismos que inciden, ya de entrada, en ese “juicio de la existencia” al que José Ángel Cilleruelo alude en sus palabras preliminares, señalándolo acertadamente como preponderante asunto de la obra. Las sucesivas fases expansivas de Si no veo mi rostro llevarán a descubrir el buen hacer de Juan José Martín Ramos en el terreno de la ironía a propósito del amor (“En el amor siempre hay un cuerpo que se deteriora”; “Te ves amando a otra mujer. No te ves durmiendo con otra mujer”; “Todo amor siempre es platónico. Nos enamoramos de la sombra que el otro proyecta en la pared”) y de la existencia misma y su (im)posible trascendencia ultraterrena (“Le supongo al que agoniza un atisbo de sabiduría sobre la existencia”; “Por elevados que sean nuestros ideales, no faltamos cada día a la cita con nuestros residuos”; “¿Qué dios existe sin mí?”). También en los predios de las verdades incómodas (“Mentir, incluso a las personas más queridas, es necesario. La conciencia de lo que ocultas o deformas es tu último dominio”); de la crítica al dogmatismo —focalizada en el hecho religioso— y la desdramatización sarcástica (“Nos prometieron el Apocalipsis, pero sólo somos infelices”); del compromiso cívico (“Existe la pena de muerte porque siempre hay alguien dispuesto a ser verdugo”); de los juegos de la intertextualidad y la enmienda (“El ensueño del amante siempre es un acto solitario. Corrección a Joseph Conrad: Amamos como soñamos: solos”); e incluso del flirteo con la ficción de mínimo formato (“Mientras en sueños sus manos sobrevolaban sus pechos, la barrera del paso a nivel no se bajó a tiempo.”). Y, así, dentro de esta cosmovisión paulatinamente ensanchada y detallada, formulaciones de suma inteligencia (“El pensamiento es la pulpa ácida del deseo”) aciertan a convivir en armonía con imprevisibles ráfagas de un humor desternillante (“Por querer disfrutar de ese cuerpo has terminado con esa persona. ¿Te compensó?”; “Cómo decirle a tu amada que es una pésima escritora.”).

“Nada es un destino”, leemos en Si no veo mi rostro, mediada ya la obra. Y, sin embargo, ¿quién podría endosarle a este brillante, a este sobresaliente trabajo de Juan José Martín Ramos, la etiqueta de nihilista? Bien al contrario, es la capacidad para el asombro –incluyendo el germinal conflicto con la propia identidad- lo que aquí se postula como pasión redentora del mundo; quizá la única posible. “Frente a la pontificación, el asombro”: en verdad, ¿cabe mayor apelación al poder y la luz de la poesía?

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