julio de 2025

‘Seda torcida’, de Gloria Díez

Seda torcida
Gloria Díez
Huerga y Fierro editores / Poesía

Madrid, 2025

RESISTENCIA

Por encima de su incansable quehacer como periodista y gestora cultural, Gloria Díez (El Entrego, Asturias, 1949) ha hecho de la poesía una posición central, una manera de mirar la hondura sin concesiones. Su travesía lírica abre surco con Mujer de aire, mujer de agua (Rialp, 1982), en el inicio de los años ochenta, tras el declive del monopolio estético novísimo. El cuerpo de poemas daba voz a la meditación de un yo singular, que explora destellos y pautas con el lenguaje de la confidencia. Aquel primer libro se asentaba en el mapa poético del momento y su autora no tardaría en integrarse en la Cuarta antología de Adonais (Rialp, 1983). Era un arco temporal de claridad y brotes de sol para el catálogo de Adonais. El prestigioso premio renacía con las voces germinales de María del Carmen Pallarés, Julia Castillo, José María Parreño, Blanca Andreu y Luis García Montero, destinadas a ser presencias centrales en la renovación poética finisecular, un intervalo creativo marcado por la diversidad de estéticas. También fue luminoso escaparate la inclusión en el número doble 169-170 de la revista malagueña Litoral, publicado en 1987 y dedicado de forma monográfica a la sensibilidad de ser mujer.

Poco después, el azaroso destino abre un dilatado paréntesis de silencio. Gloria Díez enmudece y su mutismo perdura durante décadas, aunque en el taller personal cojan vuelo nuevas composiciones. Tendrían acogida en la segunda salida, Dominio de la noche, trabajo publicado en 2012 e ilustrado con los inquietantes grabados de Piranesi, cuyo imaginario crea una fuerte sensación de enclaustramiento y desolación. Son estados anímicos que la palabra poética de Gloria Díez también asume desde una introspección meditativa en torno al dolor y sus incisiones.

La obra crece con Inocente ceniza (2018), un muestrario que se hace metáfora de la resurrección. Tras la leña encendida queda el poso gris de la ceniza; la pulsión intacta del comienzo, la esperanza de una brizna de luz.

Gloria Díez

El análisis de conjunto descubre una dicción cuidada e intimista que hace del heptasílabo blanco cadencia habitual. La palabra conforma un verso reflexivo y en sus imágenes se preserva el reflujo de un clasicismo mitigado, mantenido en el tiempo hasta su nuevo libro Seda torcida. La entrega, con hermosa edición en el catálogo de poesía de Huerga y Fierro, resguarda como campo semántico indagatorio la identidad femenina, su persistente memoria y el asentamiento en una genealogía de resistencia, más allá de la aparente fragilidad. La poeta encara el devenir con una dedicatoria repleta de contundencia afectiva: “Para mi hija, para la hija de mi hija, para las hijas de la hija de mi hija”. Además clarifica de inmediato la semántica del título: “Las mujeres son seda y no hay nada más resistente que la seda torcida”.  De este modo, la fibra textil, definida por su tacto suave, el brillo delicado y su transpirable ligereza, añade cualidades como la elasticidad y la fuerza. El tejido se convierte en símbolo de fortaleza femenina; en voluntad recurrente contra lo adverso.

Se organiza el conjunto en tres tramos de similar extensión y sin un hilo conductor uniforme en la línea argumental; las secciones comparten asertos explícitos: “Sin mirar atrás”, “Leído en el aire” y “Fuego sin llama”. El primer apartado parece evocar un itinerario donde no hay retorno; el pasado es un camino de brumas; solo crea recuerdos y una incierta sensación de melancolía. Son días en fuga que renuevan brotes para inventar la vida, para que la naturaleza incida en su esplendor y otra vez la cosecha aleje del pensamiento la sombría presencia de la muerte. Toma asiento la luz en lo diario y se oye fuerte la armonía de la celebración. El presente asume la cercanía de un verano sensorial, repleto de paisajes oníricos. Pero el tiempo nunca declina su afán de seguir y llevan sus hombros a la sala de espera de la tarde final, al inevitable viaje que apura el paso hacia el ocaso. En el poema “Mujeres de Guetaria” está el legado común, la fuente colectiva que funda una voluntad solidaria y reivindica la voluntad de permanencia frente al horizonte cambiante de lo cotidiano.

“Fuego sin llama”, tramo central del poemario, advierte de la cercana presencia de las sombras. Como esa lumbre que se consume para atestiguar el pálido sedimento de la ceniza, el tiempo abre hendiduras. Allí se cobijan pérdidas y desapariciones de quien se deja llevar en el río del discurrir. Todo pasa y el yo poético se convierte en un incansable portador de despojos, en un anuncio sombrío del cercano invierno, mientras las cosas muestran los contornos vulnerables de su pequeñez.

La sección final “Leído en el aire” aglutina nombres de estaciones de paso que parecen flotar en lo anecdótico, desafiando la ley de gravedad. La cartografía del poema ubica recuerdos, secuencias de la historia, rastros de viajes perdidos en el tiempo. Repliegues que convocan las formas de la vida en su diversidad, el fluir de la conciencia en su deseo de percibir y conocer. En esta tercera sección resalta con fuerza la cadencia musical de los poemas, como si fueran canciones, como se percibe en la sonoridad versal del poema “Niña Camila”.

Gloria Díez retorna a la escritura para transformar la mudable senda de emociones y pensamientos en la piel de las palabras; para rescatar desde la conciencia la sencillez de lo vivido y escribir con su rastro un nuevo amanecer, esas rendijas de luz capaces de dejar atrás la fugacidad de lo perecedero.

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