Un montón de piedras
José Iniesta
Editorial La Garúa, Colección Haiku
Barcelona, 2025
NUEVA LUZ DEL ALBA
El tejido poético del haiku muestra, de entrada, una aparente sencillez enunciativa que habla de vivencias cotidianas y elementos naturales, entremezclados con el fluir de conciencia de quien observa. Su propuesta estética se define desde una severa pauta métrica cuyo origen se remonta hacia el siglo XVI, aunque es previsible que existieran precedentes formales y se reelaborara su empleo en el cauce oral de la literatura japonesa. Su voz espiritual fue moldeando las peculiares señas de identidad de la estrofa, tras una evolución práctica en los más destacados magisterios del haiku: Matsuo Bashoo, Yosa Busson, e Issa Kobayhashi. La fuerza de esta estrategia expresiva se cimenta en la brevedad, que asegura una intensidad gozosa. La pupila abierta insiste en cobijar argumentos, mucho más allá de la condición de lírica estacional. La carencia de artificio retórico crea la sensación de chispazo inmediato.
Así, la estrofa se ha ido aclimatando a distintos espacios geográficos y diversas sensibilidades que añade matices y derivaciones a una tradición ancestral. Como se constata en la lectura de los libros más recientes, el vuelo de la estrofa no se detiene y son muchas las maneras que agitan su capacidad de transmitir emoción y verdad.
En este amplio registro llega la poesía de Un montón de piedras de José Iniesta (Valencia, 1962), autor que ha desarrollado una fecunda trayectoria lírica. La obra en marcha aglutina más de doce títulos y reconocimientos como el Premio de Poesía Ciudad de Valencia, el Ciudad de Badajoz y el Premio de la Crítica valenciana.
El contenido de la introducción de Un montón de piedras descubre una fuerte vinculación con la filosofía poética del escritor y sirve de puerta orientadora del singular transitar por el minimalismo japonés. Recrea su conciencia de sentir la poesía como lumbre encendida. Una casa y refugio para conocer por dentro la propia identidad. El poeta no se siente un “haijin” que sigue al dictado los signos escritos del legado tradicional. Recrea un concepto del haiku muy alejado del enfoque temporalista y del principio de velado biográfico, por el cual el autor apenas da razón de vida. José Iniesta concede al trío versal una voluntad propia que busca caminos francos. Hace de la poesía un largo viaje transparente y hondo. Libre en su expresión de toda prevención intelectual, se deja impregnar por lo pequeño y lo grande, el mundo en sí. De este modo, con esta reflexión confesional define el libro: “Un montón de piedras” es la búsqueda de lo sagrado en mí, entrega y amor, sangre de mi sangre y arboledas, y un río dentro, jornadas en la niebla buscando la claridad”.
Organizado en tres tramos temáticos —“Sol en un muro”, “La rama más alta” y “Atravesar el bosque”—, nos hallamos ante un haiku intuitivo, aposado en la percepción sensorial y en las sensaciones. El haiku profundiza en lo genuino, complementa su transitar por el interior del sujeto con los frutos laboriosos del intelecto: “Todo acaece / en mi jardín cerrado / a su infinito”; “Jarrón con rosas / marchitas deshojándose. / Son mis certezas”. Una senda de conocimiento que se despliega, inadvertida y leve, entre lo humilde y lo profundo, para asumir avatares y paradojas de la existencia. Eso hace que la pauta métrica no se reduzca al esquema canónico del cinco / siete / cinco; lo que deja en el lector formado una cadencia musical extraña, como sucede en este ejemplo: “La hiedra verde / trepando hasta su luz / tiene un destino”
Otras veces, la filosofía del haiku se ajusta con precisa expresión al temblor del instante: “Parra en mi patio. / Un ajedrez de sol / juega con sombras”, “Cómo me amparan / la parra y sus racimos. / Zumbar de abejas”.
Los haikus de “Sol en el muro” suponen una inmersión frecuente en los registros de la temporalidad. Enmarcados en el entorno natural y en las pautas del quehacer cotidiano despliegan la sensibilidad del tiempo: “No es oro el tiempo. / Afuera está nevando. / Mi alma es paisaje”.
El segundo grupo de haikus “La rama más alta” despliega un aire más intimista. La presencia se asoma al misterio de ser y a esa extraña tarea de encontrar sentido a las cosas: “Hoy sé quién soy / mirando lo mirado. / Humo en el aire”; “Qué noble oficio / mirar cómo anochece / dentro del alma”; “Aspira sus olores. / La vida es una rosa / antigua y frágil”. La meditación sobre la existencia acepta la fragilidad de ser, sondea los paisajes de niebla que dejan en el corazón los reflejos de los días y aguarda cada jornada la esperanza de ser y de existir mientras contempla la luz nueva del alba.
“Atravesar el bosque” condensa el tramo final. Si el tono existencial y sus variaciones en torno a la filosofía vital alentaba buena parte del sedimento argumental del apartado anterior, la apertura de la sección de cierre alienta un haiku reflexivo: “Tuve un encuentro / atravesando el bosque / conmigo mismo”. El yo subjetivo canta lo eterno y lo sencillo, aprende la lección del campo y se empeña en resolver el misterio de lo cercano para comprender qué es la vida.
La hermosa edición de Un montón de piedras en la editorial La Garúa, que alienta el poeta y editor Joan de la Vega deja en su lectura el sonido del nómada; los pasos limpios de quien se oye a sí mismo. En cada instante la existencia muestra una sensación de extrañamiento y asombro, el silencio prudente de quien busca entender.