abril de 2024 - VIII Año

La responsabilidad social de l@s intelectuales. Asalto tecno-informático contra la Ciencia

fot 1 tecnoLa confusión que se abate hoy sobre gran parte de las personas dedicadas a la actividad intelectual es aquí y ahora un hecho consumado. Salvo la benéfica irradiación del saber desde algunas cátedras universitarias, de algunos laboratorios y unos pocos foros o seminarios señaladamente del continente europeo, el desconcierto proyecta sus letales efectos sobre un público desnortado, desprovisto del tiempo necesario para idear explicaciones coherentes a cuanto sucede y carente de las referencias que el oficio del pensar reflexivo brindaba a la sociedad hasta hace apenas unas décadas. Paradójicamente, la superabundancia de información ha generado un desastroso déficit de comunicación. Confundir una y otra –la base factual de la realidad con la socialización de esa información- forma parte del actual desconcierto.

Muchos intelectuales parecen asumir voluntariamente su incorporación a la irrelevancia. Ya no conciben la dimensión dialéctica y creativa de su quehacer. No ejercen ya la crítica contra los efectos del actuar errático de los poderosos, los dueños de los instrumentos que generan el poder e imponen las ideas dominantes. Muy pocos de aquellos saben otorgar al pensamiento verdaderamente científico –no a sus meras aplicaciones técnicas- el valor que otrora tuvo. Quienes primero dejaron de confiar en el pensamiento y su capacidad racionalmente transformadora fueron, precisamente, algun@s de l@s denominad@s intelectuales liberales, hoy propagandistas de un nuevo desencanto. De entre las numerosas causas que determinan la confusión, la irrelevancia intelectual y el desconcierto social vigentes cabe situar una que ocupa el ápice de nuestra actualidad: la suplantación de la Ciencia por la tecnología informática.

Un secuestro permanente

El crédito histórico alcanzado por las Ciencias en su incesante combate por despejar la incertidumbre y conquistar certezas a disposición de la sociedad, se ve permanentemente secuestrado por quienes sepultan aquel mediante una desaforada exaltación tecnológica: son apóstoles -conscientes o no- de la mercadotecnia, práctica ésta de gentes específicamente preparadas para dar gato por liebre y acometer la tarea de degradar el conocimiento científico, socialmente emancipador, hasta convertirlo en mero tecno-negocio privado, ajeno a la satisfacción de cualquier interés verdaderamente social, pese a algunas menudencias prácticas y vistosas con las que encubren su producto.

Trivilización y desencanto

fot 6 tencoQuienes dieron ese paso hacia la trivialización tecnológica suplantadora de la actividad científica fueron recompensados. Figuraron -y figuran aún- en los rangos más altos de la sociedad desigual e inhumana que aquellos contribuyeron a que surgiera, por su complicidad o por su abulia. Cuando, mediada la década de los setenta, llegó a España la informatización, de la mano de arrogantes y prepotentes operadoras supranacionales, la mayor parte de los supuestos intelectuales liberales o bien se sumió al respecto en el silencio irresponsable de la ignorancia o bien se dedicó, de antemano, a ensalzarla acríticamente: todo eran ventajas. Con tal actitud pretendían presumiblemente combatir la melancolía del llamado desencanto, esto es, la coartada de su propia desmovilización sociopolítica y su rendición ideológica, a la que habían llegado aún antes de poder desplegarse en la arena social los avances de las libertades aún en pugna colectiva por su conquista, dada la debilidad –incluso la inexistencia- de sus propias convicciones democráticas antes, durante y después del franquismo.

Claro que, mientras un puñado de obrer@s, universitari@s, mujeres y vecin@s se jugaba la vida física, laboral o profesional frente a la policía, los jueces, los tribunales militares o los claustros académicos aún franquistas, quienes ya pretendían ser denominados ‘intelectuales’ amparaban su inacción en discusiones sobre ‘la muerte de Dios’ o en negar que Friedrich Nietzsche fuera un proto-racista. Muchos de ellos se convirtieron poco a poco en los apologetas más conspicuos de la buena nueva tecno-informática: en vez de analizar críticamente, como era su deber, los efectos que la aplicación descontrolada de las tecnologías informáticas podría llegar a adoptar, como así ha sido, se negaron a medir el impacto que tal descontrol podría acarrear sobre la vida, la sociedad y el trabajo en el caso de no esquivarse la tortuosa intencionalidad meramente mercantil de sus propietarios; se mostraron igualmente incapaces de pergeñar, siquiera de intuir, el alcance de la precarización salarial y, por extensión, la alienación vital, así generadas en amplias capas de la población, señaladamente las más débiles, y sobre los sectores no cualificados del mundo del trabajo: ‘no hay alternativas ni reacomodos laborales para ell@s’, sentenciaban. Se volvieron de espaldas a la hora de enjuiciar lo que implicaría un aparataje telemático tan refinado impuesto a sangre y fuego, sin garantías ni protocolos de defensa siquiera ergonómica, contra el grueso de quienes seguían creando riqueza con el esfuerzo de sus manos y de sus mentes, l@s trabajador@s, riqueza colectivamente generada que les era y continúa siéndoles expropiada privadamente. La plusvalía extraída tras siglos de trabajo científico proyectado sobre la industrialización, la mecanización y la informatización, plusvalor que debería quedar socialmente traducido en los avances tecnoinformáticos, no vino a parar -salvo algunas migajas prácticas de telefonía y telemática- a la sociedad en su conjunto, meta por la que el compromiso de los científicos con conciencia social habían pugnado durante tantas generaciones; por el contrario, la parte del león de esa riqueza expropiada fue a recaer en manos del capitalismo financiero, cuyas manos se aprestaron a arrebatársela, amparado por potentes corporaciones políticamente irresponsables o bien por Estados presuntamente democráticos, que les brindaban las mejores condiciones para tal expropiación social.

Apología de la desigualdad

foto 4 tecnoCuando los corifeos de la tecnología informática así concebida, como expropiación privada de un bien colectivo como el generado por el quehacer científico de siglos, se molestaban en intentar justificar su actitud, repetían el mantra de que nada, nada, tiene solución social. Hablaban de la muerte de los ‘metarrelatos’; es decir, cubrían bajo tal palabro su propia renuncia a encarar la transformación de la realidad frente al ultra-capitalismo rampante; definían como imposible la emancipación social; tildaban inviable la erradicación de la pobreza; y llegaron a naturalizar la desigualdad social, considerada inevitable; de tal manera magnificaban en la práctica la supremacía de sus mecenas: determinados individuos nacidos para mandar, gozar y explotar al resto del Planeta. Su resultado es hoy el hecho de que 26 individuos poseen más riqueza que los casi 8.000 millones de moradores de este mundo. Para ello, era preciso arrebatar a la Ciencia su ascendiente histórico y suplantarla con el espantajo de la tecnología informática –eso sí, aplicada descontroladamente-, con el señuelo de ‘la enorme velocidad transmisora alcanzada’, sin precisar nunca el sentido -porque no lo tiene- de esa velocidad de transmisión, ni hacia dónde conduce.

La tecnología informática aplicada al modo hoy hegemónico, donde no hay límite a la extracción de la plusvalía del trabajo humano por el carácter exponencial del crecimiento de la productividad, arrebata su ascendiente a la Ciencia para alterar de manera encubierta los fines de aquella; y lo hace de tal modo que se presenta como identificada a la Ciencia sin que ello sea tal. La diferencia sustancial entre una y otra es que la tecnología informática, regida por los paradigmas hoy al uso y a diferencia de la Ciencia, lleva ínsitos, ya de antemano, componentes predeterminados por el delirante modo de producción ultra-capitalista, con toda la oscura estela de sus consecuencias asociales, mientras que aquella, la Ciencia, sabe, puede y debe mantenerse al margen de tal tipo de inducción -medie o no medie la neutralidad estatal capaz de refrenar la voracidad de las compañías privadas-, con el antídoto de la intencionalidad y la voluntad del compromiso social del científico que investiga e indaga.

Todo esto se asienta en una deformación que ha infestado la atmósfera científico-técnica hoy vigente: consiste en creer que la supuesta neutralidad axiológica del quehacer científico –la necesaria separación de la subjetividad valorativa en las investigaciones científico-técnicas- implica mecánica y obligadamente una neutralidad epistemológica. No es cierta tal correlación si no se limpia previamente de adherencias ideológicas el instrumental, el método, que coadyuva al surgir del conocimiento. Y, evidentemente, el instrumental que los actuales gurús de la telemática –los multimillonarios de Sillicon Valley- emplean permanentemente se ve viciado por una naturalización del ultra-capitalismo, como si se tratara de la única y eterna forma posible que adquiere la actividad económica y que determina la realidad.

Involución del liberalismo

En el fondo, lo que hallamos entre otros componentes de peso es una absoluta involución ideológica del liberalismo. Su histórico legado antiabsolutista se ve hoy execrado en sus prácticas por los autodenominados intelectuales liberales y reconvertido en la forma extrema de un totalitarismo mercantil desigualitario, que olvida conscientemente que de su legado formaba parte, también, el liberalismo político. Ya no les interesa la democracia, ni el Estado, ni las regulaciones de los movimientos financieros –cuya desregulación ‘liberal’ tanto daño han hecho a tant@s-. El sueño anarcoide de algunos apóstoles liberales pareciera hallar su mejor expresión en las pataletas y rebuznos que se escuchan por doquier procedentes del interior de la Casa Blanca, donde, objetivamente, se cobija el propósito de acabar de una tacada con los usos, costumbres y convenciones de la Política para así mercantilizar la vida, toda la vida -en clave ultra-capitalista, claro está- hasta extremos insospechados. No debe quedar otro horizonte para los humanos que el Mercado, cuya sacralización venía gestándose inconscientemente desde el nominalismo empirista, para hallar su culmen en el trastocamiento de la apuesta newtoniana y la trasposición de su crédito de Ciencia empírica, la que separa tajantemente sujeto y objeto, hacia una Ciencia Social como la Economía, donde sujeto y objeto, humanos ambos, no se distinguen tan nítidamente como en aquella.

La anestesia virtual

foto 3 tecnoEl olvido de la Historia, de la experiencia humana, bases firmes ambas de la evolución de la Ciencia, cristaliza aquí y ahora en la suplantación que implica la aceptación acrítica de la tecnología informatizada, a la que sus exegetas atribuyen la cualidad de constituir una segunda naturaleza del ser humano. Pero, en verdad, el mensaje de los actuales paradigmas tecnológico-informáticos implica realmente la desaparición de las dimensiones espacio-temporales, las más específicamente humanas de la existencia humana –; el tiempo y el espacio se trocan en un presente continuo bajo la anestesia ficticia e inhumana de lo virtual. Y lo virtual es el magma donde impera sin obstáculos el dinero y su expresión hoy suprema, el capitalismo financiero: sin controles, sin reglas, sin traba alguna para su impostura. El dinero no tiene espacio ni tiempo. Vive en el convencionalismo más absoluto, convenciones basadas, desde luego, en la ley del más fuerte, aquellas que le otorgan caprichosamente el valor del que carece y que pueden imponerlo por la fuerza, políticamente, a través de sus aparatos supranacionales, cuando fallan los estatales.

Acabáramos: ya parece claro el sentido, si no perseguido, si logrado por los apologetas liberales de una tecnología informática inhumana: con estos mimbres puede trenzarse ya el cesto donde tantos intelectuales que han abdicado de su criticismo, han arrojado, tras devaluarlo, el conocimiento científico, el saber sobre el saber. Para culminar su periplo necesitaban acabar con la filosofía, con el pensar crítico, con la objetivación del sujeto objetivante, con la dialéctica crítica que explica el movimiento social de la Historia.

Solo la construcción de un paradigma tecno-informático basado en un nuevo consenso paradigmático que supedite la nueva tecnología a los fines sociales de la Ciencia, podrá retrazar, en una clave social y humana, el actual e inexorable discurrir del pensamiento hacia el abismo de la nada, de la guerra de todos contra todos que preconiza la irresponsabilidad del poder hoy hegemónico.

Solo ajustando las formas nuevas de procurarse la Humanidad su subsistencia con las nuevas relaciones sociales, económicas y políticas por aquellas generadas, recobrará la Ciencia su ascendiente emancipador; sólo así, la tecnología regresará al plano de la contabilidad cuantificadora de la realidad del cual no debió salir nunca y mostrar su potencialidad transformadora si se somete a la aplicación que la Ciencia, no el mercado, le indica y que los segmentos mayoritarios de la Sociedad le demandan. Nada de ello será posible si la mayor parte de los intelectuales abducidos por el tecnologismo más trivialmente anticientífico no recuperan y ejercen la responsabilidad social que tan frívolamente abandonaron.

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