Desde que la comunicación es comunicación y el mundo es mundo, el hombre ha experimentado diferentes formas de establecer contacto con el resto de los seres humanos. Unas veces para relatar o transmitir sentimientos, tradiciones, experiencias… o conceptos surgidos desde dentro de ellos mismos, o formulados en nombre de terceros.
El arte junto con la publicidad —que también es arte— son las manifestaciones experimentadas más puras y evidentes, concebidas para expresar sensaciones de manera conceptual, tanto en su expresión figurativa como no.
El artista plástico crea desde el corazón y, con sus manos, plasma en una tela aquello que nace de lo más profundo de su ser, o es producto de sus vivencias, o de la observación. En definitiva, un algo que le lleva a expresar con símbolos o piezas iconográficas, la esencia del mensaje que quiere compartir.
También la publicidad habla desde el corazón, en muchos casos con una representación conceptual. Lo hace desde lo profundo de una marca, una institución o una causa social.
Así ambos actúan de forma similar. La publicidad lo hace rescatando símbolos identificables para el destinatario —al igual que lo hace el artista plástico, en ejecuciones estáticas—. Sin embargo, la publicidad además compagina modelos estáticos o dinámicos —según del vehículo que se trate en el que estará incorporada su obra— proyectando el concepto a comunicar valiéndose de arquetipos, ambientes, música y voz que el receptor identifique, al igual que el artista lo hace con los elementos que incorpora en sus obras y el rol que les asigna a cada uno de ellos en ese todo.
Así trabajaron aquellos artistas de nuestra historia en la pintura de los recientes siglos XIX y XX —también lo hacen así los de XXI—. Unos y otros se sirvieron de elementos representados por símbolos u objetos aparentemente ordenados coherentemente o no, para expresar algo que el espectador ha de interpretar libremente. Si nos centramos en los del XIX o XX, algunos se inspiraron rescatando gestos de movimientos renacentistas, impresionistas, cubistas, orientales y hasta románicos.
Y desde todos estos movimientos llegamos al surrealismo, clara derivación de las vanguardias ya mencionadas, previas a su época. El surrealismo, rey indiscutible de la simbología como reto interpretativo para el estudioso, protagonizado por un puñado de artistas que se sirven de lo que les dictan sueños, paranoias e imaginación desbocada hasta llegar a tocar con los dedos la comunicación subliminal.
La publicidad en su contexto más genuino corresponde a lo mismo. Si bien su evolución no está inspirada ni es producto de la derivación de la obra de sus antecesores, la publicidad también tiene su referente que recupera y adapta: La sociedad y su evolución natural.
Al igual que el surrealismo, la publicidad maneja conceptos. Si bien esta disciplina, la publicidad, arranca en sus orígenes adaptando formas y expresiones donde el mensaje y la marca tienen atributos racionales claros, más tarde migra hacia modos de comunicar donde el concepto real del producto y marca aparece implícito, en parte subliminalmente tratado. ¿Recordáis la campaña de BMW «Te gusta conducir» aderezada con imágenes de ensueño y placenteras que puedes disfrutar tan solo por el hecho de manejar un automóvil? ¿Quién no se mimetiza con esa invitación? Valga de ejemplo.
La frase mencionada es el único mensaje hablado. La marca se adueña de la publicidad, publicidad que «regala» graciosamente al resto de sector pero que BMW se lo puede permitir al ostentar una posición privilegiada en su mercado de referencia.
En definitiva, la publicidad no era igual en el XIX que en el XX, ni tampoco los artistas sobre sus soportes, se expresaban de la misma forma a finales del XIX que durante el siglo XX. Brillante época la del surrealismo, un movimiento que buscaba proyectarse a través de sus obras con paisajes oníricos, figuras distorsionadas, yuxtaposiciones inesperadas y hasta con referencias a sus propios fantasmas. Corriente representada principalmente por artistas como R. Varó, M. Duchamp, R. Magritte, M. Ernst, F. Kahlo, J. Miró y S. Dalí. Un amplio elenco, sin olvidar a poetas y escritores que, al igual que los artistas plásticos, impulsaron este movimiento conjuntamente con ellos.
Juguemos entonces a poner frente a frente el arte surrealista con la publicidad y comprobaremos lo mucho que ambas disciplinas comparten y tienen en común.












