abril de 2024 - VIII Año

Enrique Moles, el químico español más internacional

Una muestra más de cómo algunos científicos tienen un amplio reconocimiento internacional que se les resiste en su propio país

Enrique Moles Ormella (Barcelona 1883-Madrid 1953) es uno de los científicos españoles de la primera mitad del siglo XX más reconocidos internacionalmente. Pudo haber sido premio Nobel si la situación en España en esa época hubiera sido otra; pero sigue siendo todavía poco conocido en nuestro país por el gran público. Vivió intensamente la Guerra Civil y resultó marginado en España durante la larga posguerra posterior. Hay que recordar, por ejemplo, que a Galdós se le negó el Nobel de Literatura tras una intensa campaña en su contra por lo más retrógrado de nuestro país.

El reconocimiento en España sería tardío: el año Moles, en 2013, fue un intento de remediarlo coincidiendo con el 130 aniversario de su nacimiento y el 60 de su muerte; posteriormente, se organizó una exposición en la Universidad Complutense en el 2019, año internacional de la Tabla Periódica de los elementos. Todavía hoy, incluso la mayor parte de los alumnos de Química cuando estudian la Tabla Periódica desconocen los trabajos de precisión realizados por él y su proyección internacional. La mayor prueba de ello es la sorprendente ausencia de referencias biográficas sobre su figura en los libros de bachillerato, que es el medio por el que el gran público lo podría llegar a conocer.

La formación inicial de Enrique Moles fue realmente extraordinaria. Se licenció en Farmacia en la Universidad de Barcelona en 1905, y obtuvo nada menos que cuatro doctorados: Farmacia (Madrid, 1906); Ciencias Químicas (Leipzig, con Ostwald en 1910, especializándose en Química Física); Ciencias Físicas (Ginebra, 1916, en la especialidad de Pesos Atómicos, con Guye); y Ciencias Químicas (Madrid, 1922). Gracias a ello pudo publicar un gran número de artículos científicos en español, francés o alemán en las principales revistas especializadas, por lo que alcanzó una gran experiencia investigadora en los últimos avances, que transmitió desde su cátedra en la Universidad Central a partir de 1927 y, como auxiliar, en sus anteriores destinos universitarios.

En 1912, en una estancia de cuatro meses, coincidió con Blas Cabrera en Zúrich (Suiza), ampliando estudios con Pierre Weiss, con quien realizó una publicación conjunta. El Ministerio, con buen criterio, dada su experiencia en el extranjero, le hizo participar en muchos tribunales de oposición, lo que le permitió influir de manera sobresaliente en la renovación de la universidad española.

Respecto a la importancia de sus trabajos de investigación en España, fue Jefe de la Sección de Química Física en el Laboratorio de Investigaciones Físicas que dirigía Blas Cabrera desde 1912 y, a partir de los años 30, en el Instituto Nacional de Física y Química (edificio Rockefeller). Como investigador se centró primero en la magnetoquímica, después trabajó sobre disolventes no acuosos, tanto orgánicos como inorgánicos; pero lo esencial será su dedicación posterior al Sistema Periódico de los Elementos. El mayor reconocimiento internacional le llegó al lograr la determinación con elevada precisión de los pesos atómicos y moleculares por métodos fisicoquímicos (métodos gasométricos —densidades límites de los gases— en oposición a los entonces usuales gravimétricos), trabajos que inició en Ginebra con Guye. Se puede considerar a Moles como discípulo de José Casares Gil, y a Blas Cabrera como su principal defensor para el ingreso en 1934 en la Academia de Ciencias.

En 1931 fue designado Secretario de la Comisión Internacional de Pesos Atómicos de la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada, y su contribución más destacada fue la determinación con mayor precisión de los pesos atómicos de la Tabla periódica.

Desde el punto de vista organizativo revitalizó la Sociedad Española de Física y Química, de la que fue presidente en 1929, y mantuvo una intensa relación con la Unión Internacional de Química, por lo que fue elegido secretario general del IX Congreso Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC) celebrado en Madrid en 1934, que sería el primero celebrado en el mundo desde 1912. Por primera vez se consiguió reunir a científicos rusos y norteamericanos en un Congreso tras la Primera Guerra Mundial. También fue responsable de que el elemento 74, antes denominado Tungsteno, pasara a denominarse Wolframio en 1949, como habían propuesto inicialmente los hermanos Elhuyar (ingenieros de minas españoles del siglo XVIII).

En su actividad como profesor, fue primero auxiliar en Barcelona de 1900 a 1910 y en Madrid entre 1911 y 1927; y ya como catedrático de Química Inorgánica en la Universidad Central en el período de 1927 a 1936. Fomentó como docente las tesinas de licenciatura y los coloquios de química para los alumnos de doctorado, así como una más estrecha relación con la industria. Su defensa de la enseñanza práctica de la química se vería reflejada en las páginas de El Sol el 13 de mayo de 1918 bajo el titular: “Problemas actuales. La enseñanza de la química”, en la sección que llevaba Lorenzo Luzuriaga.

En 1934 será elegido miembro de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; en su discurso de entrada titulado El momento científico español (1775-1825) reivindicó la importancia de la labor científica española en relación con América. Fue profesor honorario y académico correspondiente de numerosas universidades y academias europeas y latinoamericanas. Obtuvo varios premios y medallas por sus actividades científicas, entre ellos, el premio Cannizzaro, de la Accademia dei Lincei (Roma) y los premios Solvay y Vant Hoff de las Academias de Ciencias de Bélgica y de los Países Bajos, respectivamente. En 1933 organizó la primera reunión científica de la Universidad de Verano de Santander.

En el mundo universitario, desde el punto de vista organizativo, asumió responsabilidades en los años 30 en el desarrollo de la recién creada Universidad Central (actual Complutense) como vicerrector con el equipo de Fernando de los Ríos en agosto de 1936. Además, no dudó en firmar un Manifiesto en defensa de la democracia junto con el rector José Gaos y otros destacados profesores tras el primer bombardeo sobre la población civil en Madrid el 31 de octubre de 1936 (publicado en El Socialista). En 1938, durante la cruenta guerra provocada en nuestro país por el levantamiento militar, fue el Director General de Pólvoras y Explosivos. En ausencia de Cabrera, ya exiliado, asumió la dirección del Instituto Nacional de Física y Química y mantuvo la publicación de los Anales de la Sociedad Española de Física y Química SEFQ para garantizar el intercambio de colecciones con otros países. Anteriormente, en el período 1927-1936 había ejercido de diplomático científico en congresos y reuniones tanto en Europa como en Hispanoamérica, en la plenitud de su reconocimiento como químico.

Por otro lado, realizó señaladas aportaciones a la historia de la Ciencia como su biografía del botánico y químico Antonio Martí (1750-1832)), además de lo indicado sobre el reconocimiento de los hermanos Elhuyar que defendió en su discurso de entrada en la Academia. Asimismo, utilizó los medios de más amplia difusión de entonces, como la radio, para tratar temas científicos con fines divulgativos.

Posteriormente, regresó a España, creyendo ingenuamente los mensajes de reconciliación y acogida del franquismo; pero inmediatamente fue detenido y sometido a juicio, humillado, expulsado de su cátedra, condenado primero a doce años y luego a treinta. A pesar de todo, continuaría escribiendo en la cárcel hasta cinco artículos científicos que se publicarían en el extranjero. Salió por fin en 1943 en libertad provisional, ya con sesenta años, y pudo continuar sus investigaciones, aunque solo en los laboratorios privados del Instituto de Biología y Sueroterapia (IBYS). No consiguió la cancelación de los antecedentes penales hasta 1951, dos años antes de su fallecimiento, lo que le imposibilitaría volver a la universidad. En 1952 publicó su último trabajo y al año siguiente ya tenía preparados otros tres que no tuvo tiempo de completar. En su trayectoria científica llegó a publicar un total de 295 artículos agrupados en 212 trabajos originales.

Gracias a la presión internacional consiguió permiso para impartir, después de diez años de aislamiento, diferentes conferencias en las Sociedades Químicas Nacionales de Bélgica, Dinamarca, Francia y Suiza; y pudo realizar su último viaje a la facultad de Farmacia de la Universidad de la Habana en Cuba. Al marchar al exilio en febrero de 1939 tras la Guerra Civil, gracias a su reconocido prestigio internacional, fue acogido en Francia donde pudo seguir con sus investigaciones en el Centro Nacional para la Investigación Científica hasta diciembre de 1941.

Su hijo, Enrique Moles Conde, también farmacéutico, resultó ser su primer biógrafo; pero hasta 1980 no se presenta la primera tesis sobre Enrique Moles en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Barcelona por Raúl Berrojo. Su discípulo más destacado Augusto Pérez-Vitoria, catedrático en la Universidad de Murcia, que se exilió y trabajó en la Unesco como director de Centros de Educación, al regresar a España, le dedicó diversas publicaciones, siendo la más importante la publicada por el CSIC en 1985 denominada “Enrique Moles: la vida y la obra de un químico español”, donde se recogen sus diversas facetas como: farmacéutico, organizador, profesor, investigador así como sus preocupaciones por la cultura. En ella se incorpora un balance de opiniones sobre su proyección social, así como de una relación de sus publicaciones y el contenido de las más destacadas, paralelamente organizó una exposición para recuperar la memoria de su maestro en la democracia. Esta publicación fue el reflejo del homenaje realizado en 1983.

Con posterioridad, en 1988, la asociación Amigos de la Cultura Científica Española diseñó una exposición más completa con el título “Enrique Moles, químico español”. La Universidad Internacional de la Axarquía en Vélez-Málaga en ese año la integró en otra titulada “Homenaje a la cultura científica española” junto a Blas Cabrera y Xabier Zubiri. En Canarias, en 1997 se incluyó junto con otra dedicada a Blas Cabrera y Julio Palacios (discípulo de Cabrera) titulada “Museo de la Física y la Química españolas”. En 2005-2006, en Madrid, en la Academia Nacional de Farmacia se incorporó también en un homenaje junto con Obdulio Fernández. En finales de 2017, en la biblioteca de la Facultad de Químicas de la Complutense se expuso como “Enrique Moles Ormella: químico complutense”, con Francisco González Redondo como comisario. Al año siguiente, en 2019, se le recordó con otra exposición “Enrique Moles: Profesor e Investigador” en la Facultad de Educación de la Complutense, basada en los materiales anteriores.

Y, cincuenta años después de su fallecimiento, ya en 2001, Moles tuvo por fin el reconocimiento de mayor significado: que el Premio Nacional de Investigación Química lleve su nombre (hasta la actualidad han sido otorgados sólo nueve). Últimamente, algunos investigadores han manifestado la conveniencia de que este reconocimiento se amplíe también al campo de la farmacia.

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Archivo Entreletras

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