El estudio del poder y de cómo se articula es fundamental para entender la Historia. En este trabajo nos acercamos a un concepto romano que está estrechamente vinculado con el poder y que, a pesar de ser muy conocido, solamente lo es aparentemente, por lo que conviene que precisemos un poco al respecto. Se trata del imperium.
El imperium era el poder originario y soberano, de vida y muerte, al que ningún ciudadano romano podía sustraerse. Eran investidos con imperium los altos magistrados, es decir, los cónsules, pretores y dictadores. Eran los magistrados cum imperium frente a los demás que no lo poseían. La investidura debía ir acompañada por la aclamación popular y la salutación de los soldados.
El imperium tenía una serie de atribuciones. En primer lugar, iba acompañado de la suprema dirección del gobierno del Estado. Además, suponía el máximo mando militar. El imperium permitía al magistrado dirigirse al pueblo y dictar ordenanzas. El imperium legitimaba para administrar justicia civil y criminal. Daba derecho a convocar al Senado y a los Comicios. Quien poseía el imperium tenía poder coercitivo o disciplinario. También había una dimensión religiosa, ya que el magistrado adquiría la facultad de consultar la voluntad de los dioses antes de realizar algunos actos.
El imperium no podía ser compartido porque pertenecería por entero a quien tenía derecho a poseerlo. Eso podía generar un conflicto en el caso de los cónsules, por ejemplo. Al ser dos no podían ejercerlo a la vez, por lo que lo poseían alternativamente, un día de cada dos, durante el año en el que ejercían la magistratura.
El imperium cambió con Augusto, ya que adquirió la potestad de ejercerlo ad infinitum y ser superior al de los gobernadores de las provincias senatoriales.