diciembre de 2024 - VIII Año

Preocupaciones Muy Españolas (I)

Preocuparse es el prólogo de ocuparse, aunque ya estamos muy ocupados, unos en deshacer España, otros andan desmontando la Transición, los de más allá a ver si medran entre los escombros y los de más acá por mantenerse como sea, para ganar tiempo y otros antojos de caja. Todos andamos muy ocupados ya.

Una vez desarbolado el eslogan Una, grande y libre y todo cuanto él simbolizaba desde la Concordia de Segovia de 1475, entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, ¿qué futuro nos espera?, ¿qué hacer después?, ¿cómo gestionar el porvenir?, ¿qué hacer tras la regresión que se inició con el pacto del Tinell?

Con el mismo epígrafe que encabeza este artículo, la Fundación Ortega Marañón ha inaugurado un seminario permanente, bajo la presidencia del profesor Fosi, cuya sabiduría podría ilustrar a muchos políticos en activo. Para la primera ponencia, ha elegido a políticos casi jubilados, cargados de grávida experiencia e ilustre currículum. No empieza bien el seminario, profesor, porque los que han pasado han hecho lo que sabían, ahora presiden instituciones y fundaciones, son vacas sagradas, y en esas estamos. ¿No sería más conveniente movilizar a los que están o estarán en activo?

Ciertamente, una nación es fruto de su pasado, de lo que viene siendo en sus evoluciones, pese a lo que pretendan las leyes de memoria histórica y memoria democrática en vigor. Juan Bautista Vico llamaba corsi et recorsi a los vuelcos que da la Historia, para convenir que el eterno retorno no es exacto, que hay cambios, a tenor de las ideas vigentes en cada momento, la integración de la experiencia inmediata anterior y los deseos de progreso. La Historia se repite sin ser igual, porque la protagoniza la idiosincrasia de los pueblos.

Uno de los ponentes fue Benigno Pendás, asturiano nacido en Barcelona, con añoranza de ver a la Santiña donde descansa don Pelayo y Presidente de la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales. Además de tener un currículum espléndido, cuajado de éxitos, presumió de ser amigo de todos los padres de la Constitución vivos y muertos, a los que trata de convencer que hicieron bien su trabajo. ¿Incluido el título VIII, don Benigno?

Aquel para todos café, proclamado con generosidad altiva por Adolfo Suárez, en mi modesta opinión, fue un error mayúsculo. Primero, porque nunca debe concederse lo que no se haya pedido antes; eso se llama salvar, y los salvadores terminan en víctima como le ocurrió al propio Suárez, al que la gente quería mucho, pero dejó de votarlo. ¿Por qué sería? En segundo lugar, Adolfo, un ex-falangista de Ávila,  no calibró que tenía frente a sí a los nacionalistas, a los que horroriza la igualdad, toda vez que cada uno desde su campanario otea un paisaje diferente, y de ahí deduce que todos no podemos ser iguales. El nacionalista es corto de miras, pero inamovible. Y tercero, sin percatarse de ello, el abulense creó otros 14 nacionalismos más. Hoy somos 17 liliputienses en busca de su nación, por ahora; y cualquier día Cartagena le declara la guerra a Murcia, León a Castilla la Vieja y Cuéllar a Segovia si resucita Modesto Fraile.

El nacionalismo ha hecho metástasis. Las Autonomías han demostrado que no sirven para “vertebrar España”, como atestigua la derrota del Plan Hidrológico Nacional, el comecocos de la enseñanza sesgada, y el self service fiscal. Ni siquiera han servido para desterrar el centralismo, ahora reproducido en Sevilla, Santiago, Barcelona, Toledo y Vitoria. Las Autonomías gestionan para profundizar la asimetría, generando un florilegio patético de pretendidas singularidades fatuas y farragosas. Todo vale con tal de parecer distintos.

Creo que todo esto, don Benigno, lo dice Vox; pero yo escribo desde el sentido común de un observador viejo. Es mera coincidencia y no siento vergüenza de coincidir con otros. Julián Marías, que tampoco era de Vox, también pronosticó este desastre en el que recalamos.

La segunda ponente fue Yolanda Barcina, de brillantes y destellos, miembro de UPN y expresidente del Gobierno navarro. La señora presumió de españolismo alegando próceres como Juan de Goyeneche, nacido en Aizcun en 1656, aunque silenció que fue  criado intelectualmente en Madrid por los jesuitas, especialmente por Bartolomé Alcázar. La ponente insistió para alegar españolidad que la Princesa de Asturias es también Princesa de Viana y que incluso el escudo nacional lleva incorporado el de Navarra, por la gesta de las Navas de Tolosa. También olvidó rememorar la Sra. Barcina que los Tercios Requetés provienen del Tercer Batallón de Guías de Navarra…, de cuando las guerras carlistas. Esto no hubiera sonado bien; pero la españolidad, por desgracia, no deja de arrastrar sus tendencias a la guerra civil.

Sin pudor, la señora Barcina se despachó confesando que la contribución de su región al Estado asciende a la magra cantidad del 1.6 del PIB, es decir 635 millones, que quedan muy lejos de los 5.465 millones que aporta Madrid. Este es el busilis del concierto vasco y del amejoramiento navarro que para sí quiere también Cataluña: recaudar el 100% de los impuestos y dar al Estado unas migajas, por el buen parecer. Yo primero, mis necesidades después y luego mis delirios y a eso le llamo solidaridad, sin vergüenza  alguna, Así habla un buen nacionalista provenga de un reino antiguo o de una satrapía parvenue.

El tercer ponente fue Ramón Jáuregui, vasco y de alta prosapia socialista, que aprovechó para acusar al PP de no haber participado en la redacción del último Estatuto catalán que, prietas las filas, sometieron a referéndum antes que el Tribunal Constitucional lo tumbara en parte. Olvidó el Sr. Jáuregui el pacto del Tinell…, donde el PSOE, en versión PSC, se confesó nacionalista de pro y puso cordón sanitario al PP. Luego añoró el Pacto del Pardo, que nunca existió, entre Cánovas y Sagasta. En cambio, sí hubo sensatez personal de ambos líderes, que dio estabilidad larga a toda la Regencia de María Cristina. Siempre son las personas maduras las que dan garantías.

También existieron los Pactos de la Moncloa, de cuya renta hemos disfrutado y prosperado, hasta que Zapatero —inmaduro candidato al diván por su apego al abuelo materno— inició la regresión hacia 1934, de cuando el golpe de Estado de Pablo Iglesias contra la República. Ésta venía fracasada desde que Alcalá Zamora, enfrascado en ornamentos de pontifical solemne, no pudo entenderse con Azaña, revestido de enfant terrible escapado del jardín de los frailes. El galimatías posterior al desencuentro derrapó hasta el pleno desgobierno del Frente Popular, que desembocó en guerra civil.

Siempre es la intolerancia nuestra sombra política que azuza a Caín contra Abel, fomentando la emergencia de otra guerra civil: la del siglo XX, sin contar lo de la Eta; seis guerras civiles, por lo menos, en el XIX, amén de asonadas y motines; otra, de sucesión, en el XVIII y no cuenta el motín de Esquilache; en el XVII, cristianos contra moriscos en las Alpujarras y catalanes y portugueses contra la Monarquía;  tres civiles más en el XVI: comuneros, Germanías y moriscos; un sinfín de ellas desde Guadalete a la toma de Granada entre moros y cristianos. Los reyes godos se sucedieron 33 en el intervalo del año 409 al 711, ¿son muchos, verdad, para trescientos años?, no hace falta especular sobre cómo se llevaban entre sí.

De ser cierto que una nación es fruto de su pasado, con la intolerancia hemos topado, amigo Sancho, hubiera dicho don Quijote. Y concluye Jáuregui que no ve posible el consenso entre  Sánchez y Feijóo, pese a las excelencias que derivarían del mismo. Se ve que conoce el paño. Pero es muy deprimente  quedarse ahí.

Por oficio, los ponentes pronosticaron que España puede vertebrarse. Claro, cómo no. Los políticos no son el pueblo. Por detrás de la rivalidad cainita de los políticos hay una gran voluntad de ser: pese a las disputas crónicas, somos el país más antiguo de Europa. Juntos hemos sido imperio, dice el mexicano Zunzunegui, y no cualquier imperio, sino uno que se mantuvo en paz durante trescientos años, sin ejércitos de ocupación. Hemos civilizado un continente con generosidad (hay seiscientos pecios en el mar), gestando la mayor proeza de la Historia, pese a quien pese, incluido el Sr. Bergoglio. Estamos sobreviviendo a la leyenda negra, destructiva, injusta y mendaz. Logramos renacer como el Ave Fénix, tantas veces cuantas han sido precisas: cuatro quiebras de Felipe II, penosas postrimerías de los Austrias menores, levantamiento contra los franceses, debacle de 1898, desastre de Anual, bloqueo de 1945, etc., y la resiliencia es un valor. Esto también es nuestro pasado como nación.

Somos un pueblo idealista como don Quijote, realista como Sancho Panza, contradictorio y persistente. En nuestra idiosincrasia hay alegría y vitalismo, que es entusiasmo por el porvenir. Tampoco  nos falta creatividad e ingenio para dar la vuelta al mundo vacunando contra la viruela, como hizo Balmis en el XVIII. Tenemos capacidad de renuncia, ascetismo frailuno que endurece y carácter festivo que alivia del sacrificio. Ahora, media Europa se aprovecha de nuestra juventud universitaria, desperdigada por centros de investigación, teórica y aplicada. Ellos han emigrado, como hicieron sus abuelos, ¡qué remedio!; aquellos eran pobres y casi analfabetos y estos tienen doctorados y másteres impolutos. Desgraciadamente, España exporta inteligencia, como si hubiera excedentes… ¿Son recuperables? Este es un reto presente.

Los jóvenes que se han ido y los que quedan son nuestro potencial, capaces de imponerse a la incompetencia y mezquindad de los políticos, tal como acaban de demostrar en la tragedia reciente de Valencia. Con ese poder hay que contar. Ya veremos cómo vertebrarlo para un futuro inmediato.

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