“Poor Old Papa”, así rezaba el bordado de un cojín puesto sobre una pequeña silla que el Nobel tenía en el salón de su Finca Vigía de San Francisco de Paula. Era un regalo de sus hijos, si mal no recuerdo. Aquel mueble infantil atraía mi mirada cada mañana del año 1982, cuando presté servicios como documentalista en aquella quinta convertida en museo. Así, “Poor Old Papa”, solía referirse a sí mismo y así le llamaban sus hijos. Hemingway fue también una figura paternal, más allá de su imagen brusca, áspera, desapacible, vertiginosa, cortante. Con esa frase y también con la de “Old Hem”, firmaba cartas con las que mortificaba a Hoover, su enemigo jurado, el del FBI, a quien escribía en español, asegurando que podía redactar “libros sospechosos” en idiomas que jamás entendería y además en incontrolable jerga de borrachos de la Habana Vieja y de Cojímar. Hablaba en tono lento y vacilante, quizás para facilitar las transcripciones de sus entrevistas. A diferencia de su obra escrita, hablaba con pausas y tartamudeos incómodos, desconcertantes. Pronunciaba la palabra “punto” cuando terminaba una frase u oración gramatical. Parecía que dictaba. Confundía el género de artículos aplicados a sustantivos. Error típico en angloparlantes. Pero no estaba confundiendo el género gramatical cuando decía “la mar”. Era consciente de llamar en femenino, sobre todo al de la costa norte de Cuba, al omnipresente con el cual convivía la gente de alta nobleza que inmortalizó en El viejo y la mar. Al dotar al mar de feminidad trans, la trama de El viejo y el mar ganaba atención lectora; quizás fuera uno de sus trucos.
Conservaba cierta pronunciación del español peninsular que aprendió durante la guerra entre hermanos del ‘36 al ‘39 y mantenía amistad con exiliados españoles en Cuba, pero se esforzaba por simular el habla popular cubana. Decía de sí mismo que era un “cubano sato” y que Cojímar, donde fondeaba su yate Pilar, era “mi pueblo”. Sato es adjetivo aplicado a perros sin raza ni pedigrí. Hay perros de raza y perros satos. Un sato está tan mezclado, es tan híbrido, que termina siendo autóctono y taxativo de una nueva pureza. Así mostraba su profunda conexión con el hombre insular, común y corriente. Quería que su modo de decir las cosas asimilara la jerga popular y aprendió a usarla en el momento preciso. Así salió tan espontáneo y desbocado enunciado: “cubano sato”. Dijo que lo mejor que podía haber pasado a los cubanos era la revolución triunfante de enero de 1959. Con anterioridad había vaticinado: “Nosotros los cubanos vamos a ganar”. Un fotógrafo pidió que repitiera un beso que dio a la bandera cubana, para poder captar la imagen y respondió: “La besé de corazón, no como actor”. Cuando reclamaron de él la emoción que causaba la noticia del Nobel, dijo: “Primero he experimentado sensación de alegría, después más alegría y después un poco más de alegría. Soy el primer cubano sato en ganar este premio”. Cuando le pidieron un mensaje para la nueva generación de escritores cubanos, dijo: “Tengo tres hijos y cada vez que les mando un mensaje… ¡Uh, no imagina cómo terminan!”.
Hablaba y leía francés, italiano y alemán, pero pensaba y escribía en lengua cervantina. En 1982, los cajones de los armarios de Finca Vigía aún guardaban desconocidos manuscritos y mecanuscritos en su castellano singular. Reía a mandíbula batiente cuando decía: “Algunas veces pienso en inglés y entonces escribo”. En su casa habanera exigía hablar en español. Quería escribir sobre el mundo que le rodeaba de la misma manera que lo estaba experimentando. Durante un safari keniano habló a un león. “¿Qué le decías?”, inquirieron. “Le acariciaba y hablaba en español. Es con el único idioma que se puede amansar a alguien”. Tuvo una amante bantú. “¿Cómo se entendían?”, volvieron a inquirir. “En un nuevo idioma mezcla de español y kamba”. Mary Welsh, su última esposa, decía que mientras él dormía, ella escuchaba susurros de frases en español. ¡Soñaba en español! Cuando entrevisté al fotógrafo Raúl Corrales para Cuba: 100 años de fotografía, me dijo que el viejo mientras cavilaba, hablaba en solitario, en voz alta y en español. “¡En español!”, exclamaba Corrales, quien también era cojimero como Santiago, el viejo de El Viejo... El idioma influye en la percepción mental de los objetos; por ejemplo, en las películas de dibujos animados, no concebimos un tenedor sin voz masculina o una cuchara sin la de mujer. Hemingway escritor, terminó por incorporar modismos y perífrasis hispanas a su modo de escribir en inglés. El año del Nobel dijo: “El español es el único idioma que realmente conozco”. “Poor Old Papa” escribía en su lengua materna embarullada con formas idiomáticas hispanas. Leamos su obra y descubramos también al cubano en su manera de decir las cosas. Él es el primer, y hasta ahora impar, Nobel cubano. Adiós mito anglosajón. De sus frases, mi preferida sigue siendo: “El tiempo es lo último [único] que tenemos”.