julio de 2025

El mundo que viene

Hay preguntas que nunca tienen una buena respuesta. Una de ellas es la de ¿qué ha pasado con Europa y USA entre enero y junio de 2025? Todo parece haber cambiado de repente, pero ¿han cambiado realmente tantas cosas con la llegada de Trump a la Presidencia USA? Es muy posible que lo único que haya ocurrido, de verdad, es que la política exterior USA, que se ha modificado mucho desde 1990 a hoy, se expresa en público actualmente sin eufemismos ni concesiones a la galería, con la nueva Administración USA.

¿Realmente ha sucedido algo nuevo en 2025?

No ha sido Trump el primer Presidente USA que se marca distancias con Europa. Todas las administraciones USA después de Reagan (1981-1989), incluidas las de Clinton y Obama, se han planteado el problema de la escasa rentabilidad de los privilegios concedidos a los aliados europeos, al pagar la OTAN y la defensa de todos ellos, así como la escasa calidad como aliados de los europeos, siempre renuentes a las iniciativas USA. Y todos se han orientado hacia otros puntos de importancia estratégica muy superior, como el Pacífico y el mar de China, nuevo epicentro de los intereses económicos y hegemonistas en este siglo XXI.

A mediados de la última década del siglo XX, el analista francés Alain Minc (1949) publicó un ensayo titulado La Nueva Edad Media. La expresión “Nueva Edad Media” ha hecho luego fortuna, casi treinta años después, pues desde 2020 se utiliza con profusión por muchos analistas. En esta obra, Minc anticipó muchas cosas que se ven hoy, y expresó su sorpresa ante la general y despreocupada euforia del mundo occidental, y especialmente Europa, tras la caída del mundo soviético entre 1989 y 1992. Para él, para Europa y el mundo, la nueva situación tras la caída del imperio soviético estaba llena de riesgos que se han ido materializando en los últimos 35 años.

Y había buenas razones para preocuparse. El orden mundial inaugurado en 1945, fundado en el equilibrio de fuerzas antagónicas, desapareció con la Unión Soviética. Y no le sucedió un nuevo orden, sino una indefinición que dio paso a un desorden creciente, lleno de situaciones imprecisas, progresivamente desordenadas. Su resultado es la vaga y aleatoria situación actual, incierta, imprevisible y nada segura. Viendo las cosas desde 2025, Europa ha desperdiciado los años comprendidos entre 1990 y la actualidad, en la esperanza de que las cosas podrían seguir igual que antes. Detenida en el mundo de antes de la implosión soviética, Europa no ha sabido reaccionar a las novedades, pese a las advertencias de muchos.

El fin de una época

El final del “socialismo real” recuerda los versos de Elliot en Cuatro Cuartetos: “así acaba el mundo, no con un estallido, sino con un suspiro”. Porque si bien hubo estallidos, fueron pequeños, en comparación con el espectáculo de la implosión en múltiples países de la antaño temible Unión Soviética, patria del proletariado revolucionario mundial, con su rosario de países satélites y satelizados, especialmente los situados en Europa. La quiebra de la Unión Soviética aconteció al mismo tiempo que se disolvía Checoslovaquia, en Chequia y Eslovaquia, y con el inicio de la crisis de Yugoslavia, que eclosionaría en 1999.

A partir de 1990, salvo la cada vez más inoperante ONU, las estructuras internacionales creadas desde 1945 desaparecieron o se tuvieron que replantear. El Pacto de Varsovia y el COMECON, soviéticos, desaparecieron. La OTAN no ha terminado de redefinirse y la Unión Europea se ha ido sumiendo en crisis interminables. A cambio, han proliferado lo que Minc llamó “zonas grises”, afianzadas por el debilitamiento del orden constituido previo, tras la desaparición del sistema de 1945. Y, sobre todo, se ha abandonado la razón como fundamento rector y han aparecido nuevos factores de crisis que requerían un nuevo orden para equilibrar las complejas y recién descompuestas relaciones internacionales. Pero ese orden no se ha logrado.

Viñeta de Eugenio Rivera

Desde 1992, los europeos deberían haber empezado a comprender que no podrían seguir delegando su seguridad en los contribuyentes estadounidenses. De hecho, al día de hoy, ni siquiera pueden estar seguros de que en el futuro vayan a seguir siendo aliados de USA y tienen que hacerse cargo, les guste o no, de que han de financiar su seguridad, aunque no se sabe muy cómo lo podrán hacer. Alemania en recesión y la energía encareciéndose. Europa no ha querido ver los grandes cambios operados desde 1990.

 Un milenio y un siglo nuevos

El final de la “guerra fría” no abrió al mundo los anchos caminos de la libertad. No pasó de ser un ensueño. La aparición, en 1990, de un desorden inimaginable desde 1945, pareció que podría dar lugar a una liberalización de las relaciones internacionales. Pero no fue así, y lo que fue surgiendo no fue la distensión general o la “paz perpetua” kantiana, sino un creciente caos internacional que se extendió después al interior de muchos países. Se pasó de una situación bajo la amenaza de la guerra atómica, pero sin apenas riesgos, a un mundo con amenazas atenuadas, pero lleno de riesgos.

La novedad que trajo el cambio de siglo fue la retirada de los USA de Europa. En 1990 había medio millón de soldados USA desplegados en ella, pero, en 2025, la cifra no supera los 50.000 o 60.000 efectivos, con un repunte desde 2022, por la guerra de Ucrania. Europa perdió su posición estratégica de posible escenario principal en un enfrentamiento USA-URSS. Pero la retirada americana no fue sólo militar. Recordemos el famoso avión, el reactor francés Concorde, inaugurado en 1977 entre París y Nueva York, trayecto que hacía en tiempo record. Tras años de expansión y un grave accidente, empezó su declive a fines del siglo XX y clausuró sus vuelos en 2005, por falta de pasajeros.

Y han aumentado lo que Minc denominó “zonas grises”, extendidas por todos los continentes y en cada país, en ciudades y barriadas. La diferencia entre lo prohibido y lo permitido se ha atenuado hasta casi desaparecer en muchos sitios, incluso dentro de las mismas ciudades europeas. Y, ante esto, las instituciones tradicionales, han sido incapaces de reaccionar y han perdido en gran parte el control de las relaciones internacionales y de sus propias sociedades. Situación crecientemente caótica, pues todo parece permitido, también en lo internacional, sin más limitaciones que la fuerza del oponente. Un nuevo espacio carente de armonía que, en el peor de los casos es el mundo del caos, y en el mejor, un mudo de mayor complejidad.

Un mundo lleno de riesgos

La gran amenaza de la guerra nuclear, aunque no se ha desvanecido, se ha atenuado. A cambio, los riesgos no han parado de aumentar. Desde finales del siglo XX se ha gestado una nueva situación internacional caracterizada por el desorden: los tratados solo funcionan a medias. También ha cambiado la situación europea, que ya no es en sí misma sinónimo de paz, pues la Europa posterior a la debacle soviética ha surgido, entre otras cosas, de la desaparición del tabú que durante casi medio siglo garantizó la paz en el continente: la intangibilidad y la inviolabilidad de las fronteras. Y en lo internacional no están ya solo USA y Rusia, pues compiten más actores, como China, India, Irán…

Viñeta de Eugenio Rivera

Los nuevos retos se vieron venir con tiempo sobrado, pero todos, y los europeos más que otros, han preferido cerrar los ojos hasta ahora, o mirar para otro lado. Pero la irrupción de una pandemia en 2020, el Covid, con el añadido de la Guerra de Ucrania, en 2022, ha hecho que todos, hasta los más remolones, hayan tenido que despertar de su feliz letargo. Y, por si esto fuera poco, la aparición en USA, en 2025, de la Administración Trump, ha hecho que ese despertar haya resultado amargo. Pese a las infantiles promesas del denominado “Pensamiento Alicia”, el mundo y los hombres son como siempre: ni mejores, ni peores, sino iguales.

La Unión Europea se ha esforzado al máximo en estos últimos años para no enterarse de nada. Sus dirigentes pensaron que esa era la mejor manera de garantizar el que todo siguiera igual. Hacer como que ‘no pasaba nada’. Se ha dedicado a “salvar” el planeta y a “resolver”, mediante el “voluntarismo”, su melancólico sentimiento de culpabilidad universal por su pasado, renunciando a influir en el mundo. Hoy, tras la irrupción de Trump, no tienen capacidad de hacer frente solos a cualquier amenaza, tanto en términos militares, como en políticos, sociales o económicos. Los europeos se tienen que preocupar más de sus problemas internos, que no son pocos y que ellos mismos se han encargado de crear en muchos casos.

¿Una nueva Edad Media?

La nueva Edad Media, para MInc, no se manifiesta sólo en esa pérdida de las estructuras del orden, ni en la aparición de las “zonas grises”. El repliegue de la razón constituye para él la característica más relevante de este nuevo tiempo. Minc denunció la reaparición de viejos miedos y extremismos que se creían desterrados de Europa, así como la pérdida de muchos valores tradicionales, mientras han crecido una multiplicidad de peligrosas ideologías.

Porque lo peor de esta crisis es que ha puesto al descubierto las peligrosas derivas en que está inmersa la actual Unión Europea, capaz de regular hasta los tapones de los envases, pero incapaz de contender en el ámbito internacional con China, USA y Rusia. Hoy, en Europa, se reglamentan o se pretenden reglamentar las conductas íntimas, los comportamientos privados y hasta lo que se ha de comer. Algo que se fortalece cotidianamente con nuevas prohibiciones, restricciones y limitaciones. El mundo actual, y Europa muy especialmente, se adentra en tiempos enemigos de los valores de ilustración, libertad y democracia que defendía tradicionalmente, y se orienta a conseguir la minoría de edad perpetua de sus ciudadanos.

Como dijo Tocqueville, no es que el despotismo venga de pronto, pues más bien se infiltra poco a poco bajo la forma de una red de reglas minuciosas y uniformes que envuelven a la sociedad. La batalla por la libertad, la democracia y la prosperidad de Europa, hoy, no se juega sólo en el tablero global. También, y sobre todo, en el seno de las democracias europeas, atrapadas entre la lógica de la libertad emprendedora y responsable, y la espiral infernal del control burocrático.

Un mundo bajo amenazas y lleno de riesgos.

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