agosto de 2025

El silencio y la sombra

Aguarda, aguarda a la sombra
Francis Stockton

La sombra ha de ser otra forma de conocimiento. Ha de representar, como complementario, otra forma de mirar: no hacia fuera, sino hacia dentro. Ella ha de propiciar, digamos, la introspección; ha de ser una invitación a ello. De algún modo ha de hacer buena la raíz etimológica de inteligencia: inter-legere (leer dentro, leer hacia adentro).

Pensemos que en el círculo de la luz, en el dominio de su influencia, está lo obvio. Es a partir de esa premisa cuando al hombre ‘comprometido’ le corresponde la labor de analizar con minuciosidad, de leer más allá de los intersticios donde radica el nexo de unión, de apreciar el verdadero contenido o significado (habiendo de reparar, para ello, ‘entre la luz’). De ahí, quizá, ‘El elogio de la sombra’ o ‘El caminante y su sombra’ como títulos que nos inducen a considerar algo más —algo más allá— aquello que se muestra, aquello que aparentemente resulta palpable y definido.

¿No podríamos, a estas alturas del transcurso en la cultura que nos acoge, considerar que vivimos en tiempos de tribulación? De tribulación espiritual, de confusión, de un ejercicio oculto del lenguaje que, según como sea utilizado, puede servir para explicar o para confundir. Estamos, así podríamos considerarlo, ante una consideración del valor del Logos: su valor racional. Habremos, entonces, de ejercitarnos para llegar al verdadero valor de lo observado y pensado, mirar con seriedad y rigor hacia el todo, hacia las sombras que coexisten con la luz manifiesta, y con ello desenmascarar la realidad y el significado auténtico de las palabras que nos hayan sido dadas como resultado de una observación vacua y conformista.

La moneda, pensemos, es la cara que vemos, y su anverso. La luna es lo que vemos y lo que no vemos. Así es lo verdaderamente real; así exige considerarlo a la inteligencia y la verdad. La sombra, entonces, es un bien, al margen de su simbología negativa, pues completa o complementa la figura verdadera (o su significado).

¿Qué decir —cabría plantearse— del posible mal de la sombra, tantas veces repudiada, si los hombres le dedicamos toda una vida —toda la vida— a una sombra, que es la muerte? Por ello queremos conocer, si bien al fin habremos de concluir que su valor es de sombra, sombra y silencio, al margen del añadido imaginativo que hayan aportado a este pensamiento la mayoría de las religiones. Habría que convenir, tal vez, que en realidad lo que queremos no es conocer, sino conocernos, lo cual entraña ese prurito de pudor innato hacia la muerte. Algo que no debería abocar, sin embargo, hacia la ignorancia de lo no deseado; cultura es conocimiento, y ello implica el valor de la sombra.

Aunque solo fuese por el peso simbólico que tiene la sombra en nuestro ánimo, habría que respetar, ontológicamente, ese valor implícito, que le es propio, de influencia o significación. Y no negarla. Al fin lo cierto es que Ella es también nosotros, es nuestro yo, es el Otro. ‘Je suis l’autre’. (Yo soy, también, mi sombra, mi desconocimiento. Esa parte que, aún aparentando estar fuera de mí o en otro, soy yo, está en mí).

En la pintura, la sombra contribuye, como contraste, a resaltar lo expreso. “El arte —ha escrito Levina— no conoce un tipo particular de realidad; el arte contrasta con el conocimiento. Es el conocimiento mismo del oscurecimiento, una caída en la noche, una invasión en la sombra”. Caravaggio, sin duda, nos iluminó con sus sombras. Y Leonardo con el ‘sfumatto’. Imaginación racionalizada; el arte como realidad de una imaginación.

A sabiendas, el efecto visual del Partenón ‘oculta’ una, digamos, desproporción deliberada, lo que, al ojo del hombre que observa, le confiere proporción y armonía. Lo mismo ocurre con el recurso al diseño redondeado por el centro del fuste de la columna, para que el observador lo ‘vea’ recto. El arte nunca ha sido, ni ha de ser, realidad real, no lo olvidemos (para nuestro bien racional). Pero eso es el arte, el bien imaginario, el complemento armónico, vital.

En poesía, probablemente Nerval haya ido más lejos que Rimbaud, que ‘sólo’ escribió acerca de ese mitológico desconocimiento: ‘Je suis autre’. Nerval, sin embargo, escribió de su puño y letra esa otra frase llena de enigmático dramatismo que amplía el horizonte anterior: ‘Je suis l’autre’. Incluso se ha citado en alguna ocasión, de autor anónimo —aquel que, en la historia de la literatura, ha dado valor a tantas cosas-—la frase, tan alusiva: ‘Je sont uns autres’. Por su parte, el poeta Luis Pimentel escribió en su día: “Eu son o poeta elexido/ para fustigar, facer fuxir/os misteriosos cabalos de sombra”, en este caso para eludir lo que induce a confusión —os misteriosos cabalos—, lo no definido y a la vez pasajero, más a la vez lo que se asume como contenido ‘real’, como presencia.

¿Tal vez la sombra, entonces, equivale a la presencia de una ausencia? En la definición de sombra encontramos que “una sombra ocupa todo el espacio detrás de un objeto opaco con una fuente de luz frente a él”. Ocupa, pues, un espacio. Reparemos: ocupa todo el espacio detrás, esto es, ocupa un espacio que también le es propio; algo distinto pero que le pertenece. Es como si el observador normal, corriente, el no especulativo, estuviese limitado, por eso, a ver sólo lo obvio, lo que implica: no el todo. Pero, dado que el ejercicio aquí es en favor de la reflexión —para aquel que es analítico, que es crítico— tal obviedad lo que hace es abrirle la puerta al valor real y a la imaginación, a la especulación (a la creación, al fin: hermoso destino).

En tal sentido no podemos dejar de considerar la experiencia que alude a esa parte visible o representativa de la sombra —la sombra de la imagen cual es—, lo que nos lleva a esa ‘sombra pensada’ dentro de la cueva de Platón. Así cuando el filósofo repara a propósito de aquellos que han conocido el interior de la caverna, el fuego y la representación gráfica derivada de la figura en la pared:

—Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
Forzosamente.
—Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente, ¿piensas que cada vez que hablara alguno de los que pasaban creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?

Henos aquí, curiosamente, ante lo que podría ser el precedente de la ya tan manida Realidad Virtual, que últimamente ocupa nuestra percepción y nos conmociona con su ubicua presencia en el lenguaje. En efecto, si acudimos a una definición de realidad virtual obtendremos que ésta es “una realidad ilusoria, pues se trata de una realidad perceptiva, sin red extensa —hemos entrado, entiéndase, en la era de Internet— ya que existe solo dentro del ordenador” (¿la cueva?). Por eso puede afirmarse que la realidad virtual es una pseudo-realidad alternativa, perceptivamente hablando. Una equivalente a la percepción de la sombra.

Lo que comporta, entonces, la manifestación (¿nueva?) del hombre dual: el hombre actual está, de una parte, cada vez más abocado a un ejercicio de racionalidad por cuanto le es exigible distinguir y precisar (emblema de una sociedad culta y evolucionada), mas por otra se siente acuciado en una doble vía: por la deformación institucionalizada del lenguaje como una forma de validar ‘cultamente’ el engaño, y por el otro por cuanto ha de aceptar/entender, necesariamente, que el instrumento que le va a condicionar progresivamente la forma de vivir y aplicar el raciocinio —cual es el ordenador, y, por extensión, la sociedad informatizada— le está proporcionando (pues está basado en) una a modo de racionalidad irreal;  la realidad virtual.

A tal efecto, entonces, quizá no sea exagerado pensar: o bien el que estemos abocados a una sociedad deliberadamente amodorrada por el sistema —una forma de droga educada— o bien abocados al regreso, por ‘compensación’, a una reafirmación en sistemas más o menos totalitarios cuales son los que proporcionan (y propiciaron a lo largo de la Historia) la religión y el fanatismo; siendo conscientes de que la religión también pueda llamarse Internet.

La sombra —recordemos— es una región de oscuridad donde la luz es obstaculizada; pospongamos aquí el entrar en consideraciones acerca de los valores de penumbra y antumbra. Ahora bien, si nos falta la luz, ¿qué decir, qué pensar? (Montaigne decía cómo la luz no hace sino posibilitar, esto es, no define o especula, solo expone, a fin de que, gracias a ella, ‘lúcidamente’, el observador —el ciudadano— distinga, valore, deduzca y, en el fondo, exponga su no deliberada injusticia sobre las cosas). A día de hoy, es como si estuviésemos viviendo —gracias a la sombra, a la virtualidad propiciada cada vez más por uno u otro medio— sobre el trasfondo de una racional y armoniosa injusticia, por otra parte ya inscrita desde siempre en el hombre en cuanto hombre.

De ahí que muchos de ellos, deliberadamente —por preservar un algo más una coherencia interior—, guarden silencio.

*

La Sombra como ocultamiento; la Sombra como negación, como silencio propiciado o impuesto. Ahora bien, de ser así, ¿dónde la libertad, dónde la posibilidad abierta de ser por sí, tal como la cultura ha pretendido siempre? Sin duda habremos de estar atentos, ser más especulativos, escrutar más allá de lo obvio.

Nietzsche, en su diálogo entre el paseante y la sombra, dejó escrito en labios del primero: “Tu suficiencia no es muy halagüeña para aquel a quien se la declaras”, a lo que la sombra responde: “¿Es que tengo que halagar?”

He aquí el hombre nuevo: El silencio y la sombra.

¿Y la tristeza es la sombra?

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Archivo Entreletras

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