octubre de 2025

EL ECO Y SU SOMBRA / Soñarán los perros    

Fotografia de Marina Sogo

Con lentitud, sin que se aprecie la mudanza, la ciudad se prepara para el otoño. El frío hace que se abran las ventanas de las casas y el arrullo viscoso del verano no es más que un rumor sin peso, algo soportable tras su saña en los meses anteriores. La noche irrumpe con una dulzura novicia que invita a pasear y a sentarse en las terrazas. Ahí es donde el día empieza a claudicar. Luego regresamos a casa. Se tiene en ella entonces la impresión de que acudimos a una especie de tregua en donde la realidad aduce sus excusas con timidez, un poco con la ligereza de quien sabe que repite un gesto antiguo que domina, pero del que no presume. No hay noche en que no bendiga la invitación al sueño. Por descansar. Por retirarme. Por no estar, a sabiendas de que se regresa. Incluso por soñar, que es una perseverancia involuntaria del escritor que todos llevamos adentro y que no siempre irrumpe, ni se tiene certeza de que exista. No recuerdo qué personaje de Borges dijo no saber soportar la vida eterna, la repudiaba por insoportable. Son cosas de los personajes de Borges. Algunos no tienen nada que ver con el que lee, los miramos desde una distancia segura, sabiendo que no hay nada que digan o hagan que pueda afectarnos y cambiar nuestro modo de vivir. Quizá debiéramos permitir esa intromisión narrativa, la de los personajes que no se nos parecen, pero a los que admiramos secretamente, como si hicieran algo que nos estuviera vedado en nuestra rutinaria existencia. La literatura es una lujuria intelectual. Cuando todo se nos pone en contra o cuando todo se torna gris, da igual el orden, pueden concurrir ambas cosas al mismo tiempo; de hecho, suele suceder esa circunstancia, deseamos que la literatura nos salve. Siempre estamos en peligro, siempre anhelamos que alguien nos rescate. Hay quien confía a Dios esa empresa. Yo se la entrego a los libros. Mi biblioteca es una catedral. Anoche me postré y oré. Abrí la ventana y dejé que entrara el fresco inédito de la noche. A lo lejos ladraba un perro. Creo que es el mismo que ladra ahora. Estará agradecido a la dulzura de la noche. Hará como yo, aunque no sepa decirlo. No sabemos nada del lenguaje de los perros. No recurren a una sintaxis, pero la hay, a poco que se esmere uno en escucharla. También agradecerán tener un lugar en el que refugiarse. Adorarán la inminencia del frío del otoño cuando lo abrace. Descansarán, olvidarán las penurias de la jornada. Ignoro si agradecerán que les cerque la modorra y los ojos se anublen y cieguen. Soñarán los perros. No sabemos si al despertar algo de esos sueños ocupará la firmeza de la vigilia. Si el ladrido del perro que oigo todavía a lo lejos es la escritura de un sueño milagrosamente recordado.

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