¡Mis queridos palomiteros!
El pasado 3 de octubre las salas de cine españolas acogían el estreno del largometraje español en formato de thriller Parecido a un asesinato, que distribuye Vértice 360.
El filme, dirigido por Antonio Hernández (En la ciudad sin límites, 2002) engaña al espectador desde su propio título. Lejos de ofrecer una crónica de sucesos, la película, basada en la novela homónima de Juan Bolea y adaptada por Rafael Calatayud, es un demoledor ejercicio de psicología de grupo donde el crimen es solo el catalizador de una implosión moral. Su mérito no está en resolver el enigma, sino en filmar la fragilidad de la verdad cuando esta se somete al juicio de las micro-reacciones humanas.
Por su lado, la narración opera bajo una premisa inquietante: la trama no está impulsada por los hechos, sino por las omisiones y los silencios. De esta manera, Hernández organiza la historia como una serie de pequeñas rupturas que, acumuladas, terminan por colapsar la coherencia de los personajes. Cada elipsis, cada silencio prolongado o cada pequeño gesto actúa como un detonante ético, obligando al espectador a una reconstrucción constante de lo ocurrido, donde la tensión no está en quién lo hizo, sino en cómo lo estamos ocultando. En este sentido, el director solo exige la aceptación de la duda como estado natural.
Así las cosas, y para mantener esta arquitectura de la sospecha, Parecido a un asesinato necesita un reparto solvente que sea capaz de sostener el envite.
Por un lado tenemos a Blanca Suárez que encarna a Eva. Es un personaje definido por una fascinante economía expresiva. Su actuación es un estudio de la evasión calculada; no necesita grandes estallidos dramáticos, sino que comunica más a través de una ceja alzada o una pausa en la respuesta que en un diálogo completo. Es una figura escurridiza, cuya aparente fragilidad se convierte en una armadura. En contraste, Raúl Prieto (Javi) explora el peso de la duda.

Además, la película se nutre de antagonismos sutiles. Tamar Novas (José) aporta una quietud casi siniestra, una amenaza silenciosa que desarma a quienes lo rodean.
Por su parte, Eduardo Noriega (Nazario) utiliza su voz no para convencer, sino para desestabilizar la credibilidad de los demás. Su interpretación se alimenta de contradicciones, creando un campo de ambigüedad donde la responsabilidad del acto se fragmenta en mil versiones posibles.

Por su lado, formalmente, el montaje replica de manera brillante el mecanismo de la mente bajo presión: repeticiones mínimas de escenas clave, flashbacks y una banda sonora que marca un ritmo irregular, un aviso de que algo esencial está desajustado. Parecido a un asesinato es, en esencia, un retrato de la culpa compartida y de cómo las mentiras se incrustan en las relaciones más íntimas hasta hacerlas irreconocibles.
Por si no fueran suficientes las virtudes antedichas, Parecido a un asesinato es una obra de suspense psicológico implacable que se atreve a filmar la desorientación con madurez. No ofrece soluciones limpias ni busca héroes; su único objetivo es dejar al espectador a la intemperie, obligado a juzgar no solo lo que ve, sino lo que los personajes se niegan a decir.
Si buscáis un thriller adulto, meticuloso, centrado en la neurosis colectiva y que os exija reconstruir la verdad fotograma a fotograma, esta película se os quedará en la cabeza mucho después de su potente desenlace.