noviembre de 2025

Intersecciones de Amado Nervo

Amado Nervo. Foto:  Secretaría de Cultura del Gobierno de México 

Amaba tanto a Amado Nervo que cuando viajé a México en 2016 me planteé acudir a Tepic, en el estado de Nayarit, donde él nació. No estaba lejos de Puerto Vallarta, donde se desarrolla “La noche de la iguana”, con su iguana delirante y su sacerdote que se arrebata contra la hipocresía en el púlpito, con su elegante Deborah Kerr casi aérea y su sensualísima Ava Gardner casi anfibia, todo ello procedente del apasionamiento febril de Tennessee Williams, el visionario contra el puritanismo calvinista. Y Puerto Vallarta era básico en mi plan de visita a México, con sus playas oníricas y sus iglesias como bailarinas hacia lo alto.

Al final renuncié a Puerto Vallarta y lo cambié por los templos mayas de Chiapas y por ir a Puebla y regresar de Puebla viendo el volcán Popo que arrasaba la mirada a lo lejos. Y no vi Tepic, cerca del Pacífico.

Pero tuve otras intersecciones con Amado Nervo, me crucé con él en varios espacios pero en distintos tiempos. Y aunque fuera en distintos tiempos me pareció sentir su rozadura, o incluso que se entrecruzaba conmigo y teníamos muchas cosas internas en común.

En París yo pasé varias veces por el Boulevard du Faubourg Montmartre, y en 1900 en el número 28 compartieron piso Amado Nervo y Rubén Darío.  El primero era más callado, el otro más dicharachero, pero los dos compartían una especie de misticismo, una búsqueda del secreto. Y una huida de lo vulgar. Los dos habían ido para contar la Exposición Universal de París. Y se encontraron con todo lo que nos ha dado París a través de los siglos.

El bulevar se llama así, pero tiene poco que ver con Montmartre, que está más allá en la distancia. Es un bulevar muy largo, continúa la rue Montmartre, atraviesa el bulevar de Lafayette, en la zona elegante de los bulevares con sus pasajes que evocó Balzac el visionario y termina en la iglesia de Nuestra Señora de Loreto. Yo pasaba por allí a veces en el autobús que me llevaba desde la calle Rivoli hasta Pigalle y al verlo fugazmente lo veía a menudo con más lucidez, se venía más libre a mis ojos. Y alguna vez fui por allí paseando con más calma, ese es un París que no parece tan literario como Montmartre o Montparnasse, pero que tiene más secretas palpitaciones.

Ese barrio se llama Nueva Atenas y allí está el Museo de la Vida Romántica dedicado a George Sand, Chopin y sus cómplices. Y está la casa del pintor simbolista Gustave Moreau con su escalera iniciática. Si recuerda a Grecia, recuerda a la Grecia secreta de los mitos y de Dionisos. Es un clasicismo inyectado de romanticismo.

También los dos poetas bebían en el clasicismo griego con su sensualidad pero también en los mitos y las noches. Allí escribió Rubén Darío las historias y poemas de “Azul”, inspiradas en el azul del firmamento.

Yo pulsé a menudo París secretamente, como lo pulsaba Chopin. Y seguro que Amado Nervo también lo pulsaba, con ese mismo silencio apasionado. También fuimos cómplices en eso.

En Montevideo me acerqué al parque Rodó, con sus lagos, sus espesuras, sus palacetes misteriosos. Y allí estaba el hotel Parque, donde murió Amado Nervo. Fue lo último que vieron sus ojos, y esa mirada final debe de ser privilegiada. A mí me gustó saber que en aquel edificio había soltado Amado Nervo, el que escribió “Plenitud” y me sugirió a mí una plenitud que siempre le agradezco.

En Madrid yo paseaba a menudo por la calle Bailén, en una esquina del Madrid de los Austrias. Y en una esquina delante del Palacio Real, cubierta ahora por unos faroles flotantes, vivió Amado Nervo con su mujer inmóvil y animada, callada y susurrante, como una especie de Gioconda particular. Me encantó saber que él estuvo allí, y que dentro de lo inmóvil hay movimientos inasibles que alimentan más que ningunos otros. Como Heine con su amada cuando llegaba el Juicio Final, y todo se trastornaba, pero a él le daba todo igual, y seguía besando a su amada en la tumba sin hacer caso.

De modo que tuve tantas intersecciones con Nervo, nos entrecruzamos en la sombra como figuras que se atraviesan que sin molestarse, que sabe una de un modo lo que sabe otra de otro modo. A Nervo lo atravieso en distintas direcciones, en otra dimensión, en otro tiempo, sin mancharlo ni perjudicarlo.

A mí lo que más me interesaba no era “La amada inmóvil”, aunque me parecía que esa mujer lo había movido y tenía mucho de movilidad dentro de lo inmóvil y callado.

A mí lo que más me fascinaba era “Plenitud”.

En el libro “Plenitud” de Amado Nervo he encontrado en él al menos dos capítulos maravillosos.

Uno se titula “Bueno ¿y qué?” y dice que ante todas las inquietudes y temores uno siempre puede decirse “Bueno ¿y qué?”.

Vas a estar enfermo, vas a perder tu dinero, vas a morirte. Y siempre puedes decirte: “Bueno ¿y qué?”.

Nervo dice que es una receta sencilla e ingenua, pero a mí me parece deslumbrante. Esa frase sugiere que hay algo infinito e interminable debajo de todo, que nadie puede destruir.

Yo he sentido eso en ocasiones, debajo de las angustias más agudas, de los mayores fracasos, siempre había un fondo inagotable que me hacía empezar otra vez, una vitalidad infinita, un resto de obstinación como diría Herman Hesse.

Y a veces sentía, como los sabios hindúes, como ciertos místicos, que nada de lo nombrable tenía importancia, que nada valía nada, siempre había detrás algo innombrable.

Lo he sentido como una verdadera experiencia, no como un pensamiento, y he sentido que hicieran lo que hicieran conmigo siempre habría algo detrás que no podrían desvirtuar. Y no importa como se llame.

El otro capítulo tal vez sea todavía más deslumbrante, se titula “La heredad”. Amado Nervo dice que el mundo se hace pequeño, y que lo empequeñecen todavía más los prejuicios. Y yo diría ahora el prejuicio actual de que las máquinas lo resuelven todo y de que el mundo entero no es más que una máquina.

Es el empobrecimiento más horrible de la vida. Eliminamos el encanto del mundo, como decía Max Weber, eliminamos el aura de la que hablaba Walter Benjamín, eliminamos del todo el espíritu.

Y dice Nervo: ya no puedes viajar, para qué, todo es lo mismo, el turismo uniformiza el planeta, y ya no hay ningún rincón inédito.

Si Amado Nervo decía eso hace cien años ¿qué no podremos decir ahora?  Parece la miseria completa.

Pero Amado Nervo añade: “Mas yo te digo: ¿qué te importa esto si te queda la noche?  La noche con todos sus milagros, la noche con todos sus soles y mundos”.

Siempre he dicho yo también que la noche da la libertad, acaba con los ruidos que distraen y nos permite escuchar el mundo y nuestro interior, elimina las cerrazones y las retóricas, descarta la luz policíaca que quiere controlarlo todo y simplificarlo todo.

En la noche y su silencio todo vuelve de verdad: el espíritu eliminado, el encanto que negamos, la infinitud, todas las estrellas que de día no vemos, el sentimiento del cosmos, los pensamientos soterrados, los recuerdos bajo tierra, el inconsciente, los sueños.

Los deseos que no nos atrevemos a decir, los susurros que ahora ya se escuchan, el canto del mundo que entonces sí puede escucharse. Toda la libertad y toda la elocuencia del silencio.

Todo lo que de día callamos o no podemos escuchar y de noche sale de puntillas, como los fantasmas, como los espectros, como nuestros sentimientos secretos.

Encontré su libro en el suelo, creo que en el Rastro de Madrid, o tal vez fue en otro rastro que hay en Cartagena de Indias, como esos libros de los que nadie hace caso, pero que a ti secretamente te puede recrear todo tu universo. Algo parecido me ocurrió en la medina de Fez con libro de René Guenon, el gran esoterista, titulado “El reino de la cantidad y los signos de los tiempos”. Nuestro tiempo alucina con las cantidades, puedes descargar millones de discos desde internet, consultar millones de libros, etc, etc., la gente se queda apabullada con eso. Y no lees ni uno solo de esos libros de verdad, como lo leerías con todo el ser si tuvieras que atravesar desiertos y montañas para tenerlo en tus manos.

Yo no quiero que el libro de Amado Nervo forme parte de esa cantidad de cantidades de libros que tener todos iguales y todos ignorados. Amado Nervo es único y su libro es único. Y él me regaló la noche, como nunca nadie lo hizo.

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