Burt Lancaster nació el 2 de noviembre de 1913, fue uno de los cinco hijos de James Henry Lancaster y de su esposa, Elizabeth Roberts, ama de casa.
Desde muy joven se interesó por la gimnasia, siendo una gran pasión en su vida. Más tarde, fue acróbata de circo (podemos recordar cómo lo recreó en el cine en la estupenda Trapecio, con Tony Curtis y Gina Lollobrigida).
Comenzó en el cine con Forajidos, en 1946, junto a la inolvidable Ava Gardner. En la película, la interpretación de Lancaster resultaba magnífica por su aire pícaro y su gran presencia. Podemos recordar luego sus interpretaciones soberbias en El halcón y la flecha o El temible burlón. En todos los papeles de esta primera etapa su fuerza física brillaba, porque Lancaster era un hombre muy ágil, debido al continuo ejercicio que realizaba.
En los años cincuenta se convierte en un actor imprescindible, con películas inolvidables, como De aquí a la eternidad (1953) de Fred Zinnemann, donde vivía un apasionado romance en la cinta con Deborah Kerr. Muy famosa la escena de la playa, donde la belleza de los dos actores en la arena besándose y acariciándose demostró hasta qué punto el cine de principios de los cincuenta tenía glamour y un delicado erotismo. Montgomery Clift estuvo espléndido en su papel de soldado y Frank Sinatra se llevó el Oscar secundario. Una película muy bella que refleja una época dorada del cine. Pero Burt Lancaster estuvo genial en Veracruz (1954), junto a su amigo Gary Cooper, y una jovencísima Sara Montiel. Y en Elmer Gantry (1960), como predicador, al lado de la bella Jean Simmons. La película la dirigió Richard Brooks y sacó partido a un Burt Lancaster expresivo y totalmente ejemplar en su papel de hombre que esconde, tras su encanto, la mentira y la traición. Este papel le dio el Oscar de Hollywood al mejor actor.

En El gatopardo (1963), Visconti lo dirigió y consiguió que su papel del Príncipe de Salina fuese inolvidable, y el famoso baile con Claudia Cardinale fue una joya del cine. A su lado, un Tancredi, interpretado por el hermoso Alain Delon. Luego volvería a trabajar con el director italiano en la estupenda Confidencias, donde una familia se aloja en su casa y el personaje de Lancaster, escritor, se va enamorando de otro bello del cine y otro mito de Visconti, Helmut Berger.
Pero son tantas las interpretaciones en películas del Oeste, con su buen amigo Kirk Douglas, que excedería estas páginas. Y estuvo impecable en la magnífica Siete días de mayo (1964) y en una rara joya titulada El nadador (1968), basado en el relato de John Cheever, donde el actor recorría todas las piscinas del lujoso mundo donde vive, como una apuesta.
Y El hombre de Alcatraz, un aficionado al mundo de los pájaros, o en El tren, de John Frankenheimer, una cinta llena de tensión, con este actor todo terreno, de enorme personalidad.
Ya en el comienzo de los ochenta, rodó a las órdenes de Louis Malle, Atlantic City, donde un hombre ya maduro se enamora de la joven Susan Sarandon, en el complejo mundo del juego. Burt Lancaster tenía siempre una mirada melancólica, por ello en Novecento de Bertolucci le vemos avejentado, impotente, siendo el patriarca de los Berlinghieri, los ricos que perderán todos sus territorios, cuando Italia pierde la guerra.

Fue un actor excelente, que escondió su homosexualidad, como otros grandes como Rock Hudson, Dirk Bogarde (Visconti no le eligió para Muerte en Venecia, pero hubiera estado genial, aunque el papel de Aschenbach lo enriqueció con un esmero y una belleza especial el gran Bogarde).
Un infarto en 1980 y ya en 1990 otro infarto, esta vez más intenso, que le dejó secuelas de por vida. A finales de ese año sufrió un ataque de apoplejía que lo dejó mudo y lo obligó a someterse a una operación a corazón abierto. De nuevo, sufrió otro ataque, que lo dejó en silla de ruedas, muriendo en 1994, en su casa de Los Ángeles.
Estuvo casado dos veces, pero varios biógrafos refutan la idea de una bisexualidad que llevó escondida toda su vida.
Siempre lo recordaré en aquella playa con Deborah Kerr, o de predicador, excelente, pero sin olvidar al Príncipe de Salina, mirando el paso del tiempo, siendo consciente de que todo ha de cambiar para que todo siga igual. Y en Novecento, que vi tan joven y quedé prendado de Dominique Sanda: me di cuenta de la tristeza que iba fraguando su rostro, el de un hombre que no supo vencer al paso del tiempo y que mostró que el gran galán ya había declinado.
Un 2 de noviembre de 1913 nació uno de los grandes de la historia del cine. Al igual que Kirk Douglas, Lancaster llenaba la pantalla, una interpretación suya ya era un motivo para ver la película, la enorme personalidad del actor ya es inmortal.











