octubre de 2024 - VIII Año

‘Los Feos’. ¿Podremos volver a mirarnos al espejo?

A estas alturas, seguramente pocos dudan de que el subgénero de lo postapocalíptico se ha levantado como un auténtica tendencia o movimiento cultural, con sus propios relatos, códigos simbólicos y estéticas. Además, reuniendo a legiones de fans en los cuatro puntos cardinales y en todas las edades. Hemos visto uno de los últimos capítulos de lo postapocalíptico en la película Los feos (Uglies), estrenada en Netflix, una trama para adolescentes que entra en terrenos peligrosos: en la realización de la fantasía solo está el despertar a la pesadilla.

La película, protagonizada por Joey King y dirigida por Joseph McGinty Nichol, a su vez basada en las novelas del estadounidense Scott Westerfeld, tiene un argumento que por simplón resulta francamente aterrador: en el futuro, luego de un terrible desastre ecológico y social que casi destruyó al mundo, es obligatorio que los jóvenes se sometan a una “cirugía psico-estética” que convierte a todos los ciudadanos en hombres y mujeres espectacularmente atractivos, entregados a los placeres en una sociedad del consumo y el entretenimiento.

―Llevo toda la vida queriendo ser guapa. Creía que eso lo cambiaría todo… Hace cientos de años las personas empezaron a depender en exceso de los combustibles fósiles. El planeta pronto se sumió en el caos y la guerra. A esas personas las llamamos “los oxidados”. Los científicos recibieron el encargo de salvar lo que quedaba de la civilización, crearon una fuente de energía renovable. Pero eso no resolvió el principal problema: la naturaleza humana. Las diferencias seguían creando clases, clanes, países… Así que propusieron la transformación: toda persona, a los dieciséis años, se somete a una operación obligatoria que la convierte en un ser perfecto. Cuando todos son perfectos, el conflicto desaparece… (película Uglies)

Claro, la “belleza masiva” como método para terminar con la desigualdad, la enfermedad, la pobreza, la exclusión y la propia muerte no sería suficiente si no contemplara también la metamorfosis mental. Es decir, una suerte de trastoque del aparato psíquico que hace regresar a todos esos seres, convertidos en bellísimos bio-sintéticos totalmente funcionales al poder totalitario (a la manera del clásico salsero Plástico, de Willie Colón y Rubén Blades, que me descubriera mi amigo John en octavo grado), al estado de individuos entregados a una de las más perversas promesas del capitalismo: la completa realización de la fantasía y el deseo.

Como bien sabemos, en la realización de la fantasía nos topamos con el despertar a la pesadilla. Los ingenieros de la sociedad vista en la película saben que su mayor medida política, la “belleza masiva”, no sería viable sin lograr una radical alienación capitalista vía quirúrgica. Después de todo, la crítica estética jamás deja de ser ideológica.

Así, aunque sin pretenderlo, en esta nueva producción cinematográfica sobre lo que ocurre luego del colapso de nuestras sociedades, volvemos a encontrar uno de esos factores de la historia del pensamiento, profundamente anglosajón, que tanto mercantiliza el cine actual: Es irrelevante preguntarse por el origen de los principios, leyes o axiomas que pretenden explicar a la materialidad, incluyendo a la propia sociedad, lo importante es que podemos instrumentalizar todo conocimiento para crear, gobernar y, sobre todo, narrar una X realidad.

Permítanme que ironice: ¿Quién puede negar las ventajas productivas y estabilidad de una formación social donde se suministra belleza, atractivo, fiesta y deseo-consumo (todo otorgado por un maternal sistema de gobierno) a cambio de la voluntad, soberanía interpretativa y cualquier atisbo de disidencia por parte de la población? ¿Quién cambiaría eso por el caos, la decadencia y la guerra? Así es, incluso el guion cinematográfico más trivial y adolescente nos puede plantear preguntas incómodas si se atreve con ciertas cosas.

¿En lo anterior no estamos viendo una codificación presente en la típica película sobre el sujeto que no niega el sistema de creencias sobre la génesis de todo lo observable, sino que se eleva a su altura y recrea un “laboratorio” social que da a luz una época nueva bajo la fórmula de borrado y comienzo de cero? Y, al hilo de esto, ¿no tiene cierto parentesco el ser creado por el Dr. Frankenstein, la revolución y la película de ciencia ficción sobre un futuro distópico donde una sublevación tecnológica postapocalíptica refunda el mundo? Y no olviden ustedes que la protagonista describe los rasgos de su tiempo como “revolucionarios”.

Por supuesto, es importante anotar que el capitalismo no genera en sí líneas filosóficas verdaderamente propias, sino que recrea una operación mercantil que mantiene bajo su órbita o dominio a un ejército de pensadores que estructuran el discurso de los poderes comunicacionales y generan un impacto permanente en todas las esferas de la cultura. Esta misma lógica explica las razones de quienes protagonizan el acto revolucionario contra el poder totalitario que tiene a la igualdad de la belleza irreflexiva como bandera en la película Los feos.

El problema es que, en esta historia, la “autenticidad individual”, reivindicada por los nuevos oxidados, parece estar relacionada con las guerras que llevaron a la destrucción del mundo. Y, naturalmente, el poder (en esto no hay nada original) recrea toda la retórica sobre el enemigo que guarda armas terribles para destruir el estilo de vida que prospera luego de los campos de la muerte.

Sobrevivir al horror

Bien, existe algo más que no deberíamos obviar aquí, dada la violencia generalizada que vemos en distintos sitios del mapa. Y es esta curiosa idea del guion y la novela original según la cual se responde a los dramas humanos (como la guerra, la discriminación o la desigualdad, precisamente) con una acción médico-social que implanta la belleza y extirpa el libre discernimiento en todos y todas. La puesta en escena de la película hace cierto hincapié en la acción validadora del espejo, una proyección ilusoria digital.

Es como si aquella nueva humanidad necesitara hacer toda esa manipulación estética para recuperar el valor sin autocuestionamiento de volver a mirarse al espejo y no salir corriendo despavorida al ver la monstruosidad natural humana en el fondo de sus propios ojos.

En sentido de lo anterior, no he podido evitar remitirme al texto publicado por Franco Bifo Berardi bajo el título La desintegración del mundo blanco (Diario Red), donde cita la angustia del general del ejército israelí Yitzhak Brik, en su artículo para el diario Haaretz:

El agotamiento físico y psíquico de los torturadores israelíes me ha recordado a lo contado por Jonathan Little en su novela Les bienveillantes, 2006 (Le benevole, 2007; Las benévolas, 2019): el estado de marasmo mental, de náusea, el horror ante sí mismos en el que se encuentran los hombres de las SS, que durante meses y años han matado, torturado, masacrado y a la postre ya no son capaces de reconocer su propio rostro en el espejo. El horror que los exterminadores de las Fuerzas de Defensa Israelíes provocan en toda persona dotada de sentimientos humanos no puede dejar de actuar como un factor íntimo de desintegración en quienes pretenden claramente competir con los asesinos de Hitler. En su artículo, el general Brik se limita a examinar la situación militar, pero muchos indicios apuntan a que la totalidad de la sociedad israelí ha llegado al límite de la desintegración. La trampa atroz que ha tendido Hamás está funcionando a la perfección: el dilema de los rehenes provoca un desgarro que no cicatrizará. El odio sentido hacia Netanyahu está destinado a tener efectos políticos explosivos, cuando, tarde o temprano, se haga balance y se pidan cuentas por la cínica dirección de la masacre.

En efecto, como hemos aprendido de múltiples guerras, la barbarie (también la tecnológica) genera un cortocircuito psicológico en muchos de sus protagonistas. Investiguemos, por ejemplo, testimonios de exsoldados en conflictos tan distantes entre sí como los que tuvieron lugar en las Islas Malvinas, Vietnam, Colombia, Irak o Afganistán. Encontraremos variados signos de despersonalización, dificultad para reconocerse en el espejo o volver a adaptarse.

Es justamente esto lo que explica la película Los feos, aunque con frivolidad, la desesperada llegada de un momento en la historia donde vuelva a ser posible mirarse al espejo sin que éste nos devuelva un reflejo fragmentado, desintegrados de las circunstancias y los sentimientos propios de la condición humana.

―Estáis a punto de vivir una metamorfosis. Empieza con una elegante intervención que os hará perfectos por dentro y por fuera. Seréis preciosos, evitaréis el odio y la discriminación motivados por vuestro aspecto… la vida que habéis estado esperando. (película Uglies)

 

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