diciembre de 2025

PALOMITAS DE MAÍZ / ¿Qué nos ocultan? El excelente montaje de José Luis Gómez desentierra el legado explosivo de Francisco Ferrer

¡Mis queridos palomiteros!

Francisco Ferrer. ¡Viva la Escuela Moderna! reconstruye la vida y el juicio de Francisco Ferrer i Guardia (1859-1909), pedagogo catalán ejecutado por fusilamiento en 1909 tras ser acusado de instigar los disturbios de la Semana Trágica de Barcelona.

La obra, que hasta el 7 de diciembre se representa en el Teatro de La Abadía, alterna los interrogatorios a Ferrer, su abogado defensor y el juez militar con escenas familiares y la presencia de las mujeres de su entorno: su esposa, que reprende y ama; la discípula que sostiene su proyecto; y su hija, que observa y recoge el legado de su padre. Este entramado permite mostrar al maestro, al hombre y al idealista atrapado por un sistema represor, planteando preguntas sobre educación, justicia y libertad de pensamiento.

La dirección corre a cargo del maestro José Luis Gómez, fundador del Teatro de La Abadía, quien inauguró esta sede hace 30 años con Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, de Valle-Inclán, donde ya intervenía Ernesto Arias. En el caso que nos ocupa, Francisco Ferrer. ¡Viva la Escuela Moderna!, Gómez imprime a la obra su sello distintivo: mantiene un ritmo equilibrado, donde cada escena avanza de manera clara y la tensión dramática se dosifica de principio a fin, sin perder fluidez ni fuerza narrativa.

La puesta en escena, por su lado, apuesta por la expresividad. Cinco pupitres móviles, encajados como piezas de un tetris al inicio del montaje, cambian de función según demande la historia. De este modo, y gracias a una suerte de ingenio, es fácil reconocer la escuela, la celda, la capilla o la sala de juicio, al tiempo que un muro de ladrillo, situado al foro, guía la mirada hacia los personajes y sus ideas.

David Luque, Ernesto Arias y Jesús Barranco

La iluminación de Pedro Yagüe acompaña la acción y acentúa los momentos más intensos; las proyecciones de Jorge Vila amplían el espacio sin distraer la atención del público —y forman parte integral del relato—; el vestuario de Deborah Macías sitúa con precisión a cada personaje en su contexto; el espacio sonoro de Alberto Granados refuerza la atmósfera con delicadeza; y la escenografía de Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán une todos estos elementos en un conjunto coherente, capaz de transmitir la riqueza y la complejidad del proyecto pedagógico de Ferrer i Guardia.

David Luque, Lidia Otón y Ernesto Arias

En cuanto al libreto del dramaturgo belga Jean‑Claude Idée (1951-2022), traducido y adaptado por el investigador salmantino y australiano Pollux Hernúñez, está construido con una arquitectura dramática nítida: los interrogatorios, encuentros y diálogos se encadenan de forma armónica, y a su vez permite indagar en la educación y los terribles desajustes de quienes ostentan el poder. De esta manera, la obra plantea preguntas que siguen siendo actuales: qué significa educar en libertad y cómo enfrentarse a quienes llevan las riendas de la política, excediendo sus competencias en todos los estadios. Estos son los que temen al pensamiento crítico, que ni saben ni quieren reconocer en voces que no sean las de ellos mismos.

El reparto, otra vez en estado de gracia

Jesús Barranco y David Luque

El elenco es sobresaliente. Ernesto Arias construye un Ferrer i Guardia convincente, sólido, y capaz de mostrar con naturalidad la vulnerabilidad de su personaje. Lidia Otón, en los papeles de Teresa Sanmartí, Sol Ferrer y la señorita Meunier, define con claridad a cada personaje y matiza con delicadeza sus diferencias. Jesús Barranco dota de cuerpo y tensión al omnipresente fiscal Negrini y al capellán de Montjuïc, mientras que David Luque, como el abogado militar Francisco Galcerán —amigo leal de Ferrer—, introduce en el drama un pulso ético que ordena el caos circundante. Todos firman un trabajo de altura, manejan con precisión la energía del grupo y confirman, una vez más, el tamaño de su talento.

Ernesto Arias y David Luque

Por todo ello, Francisco Ferrer. ¡Viva la Escuela Moderna! no se limita a recuperar una figura esencial de nuestra historia: nos obliga a medirnos con un legado incómodo. La función demuestra que, cuando el teatro se atreve a mirar de frente a sus contradicciones y a las nuestras, puede convertirse en un espacio real de discusión, lejos de dogmas y de inercias ideológicas.

La propuesta de José Luis Gómez no ofrece consuelo, sino lucidez: recuerda que la libertad de pensamiento y una educación crítica no son conquistas garantizadas, sino tareas en permanente riesgo de erosión. Quizá por eso, quien abandone la sala no sale solo con emoción, sino con la sensación de que esa interpelación —civil, ética y política— continúa fuera del escenario. Porque el teatro, cuando acierta, no nos invita a pensar: nos exige hacerlo.

COMPÁRTELO:

Escrito por

Archivo Entreletras

Exposición ‘MetrallARTE’ de Goyo Salcedo en el Centro Social de Covibar
Exposición ‘MetrallARTE’ de Goyo Salcedo en el Centro Social de Covibar

PROXIMAMENTEGoyo Salcedo: exposición ‘Metrallarte’ en el Centro Social de Covibar en Rivas-Vaciamadrid del 26 de noviembre de 2019 al 16…

‘Los felices cuarenta’ de Bárbara Probst Solomon
‘Los felices cuarenta’ de Bárbara Probst Solomon

Editorial Seis Barral, 1978 Bárbara Probst Solomon (1929-2017) fue una escritora y periodista norteamericana, de origen judío y familia alemana…

América y las Diez Tribus Perdidas de Israel
América y las Diez Tribus Perdidas de Israel

En una escueta mención en La Sinagoga Vacía (Premio Nacional de Ensayo de 1988), Gabriel Albiac daba cuenta de una…

100