¡Mis queridos palomiteros!
Hasta el próximo 7 de diciembre el céntrico Teatro Fernán Gómez representa Aromas de soledad, preciosa filigrana poética-histórico-rural dirigida por Ana Contreras y adaptada por Raúl Losánez a partir de algunos de los textos de José María Gabriel y Galán (1870‑1905). La producción del espectáculo corre a cargo de La Otra Arcadia, de quien ya hemos informado en otras ocasiones.
La propuesta se exhibe con buen criterio en clave de montaje poliédrico, al ser capaz de integrar algún personaje exógeno a la trama principal sin que ella se vea desdibujada en modo alguno. El carácter de la obra, sostenido a través de un tono templado por su forma y fondo, facilita un encuentro apasionante con el mundo rural repleto de belleza y sencillez.
La directora del proyecto, Ana Contreras, con experiencia en la dirección de espectáculos de carácter íntimo como Vano fantasma de niebla y luz (desde 2023 en gira) logra un equilibrio bien ajustado entre todos los elementos que integran la escena, de modo que todo el significado que pueda dársele al mundo rural se sienta vivo. Un equilibrio, por cierto, nada fácil de conseguir.
Por su lado, la adaptación de Losánez está muy lograda: transforma la poesía de Gabriel y Galán en acción teatral realista y emotiva, respetando la musicalidad de los textos originales. Poemas como El ama trasladan al espectador directamente al campo. No en vano, el afecto por la tierra y la cercanía del poeta con las gentes de ese universo hizo que fuese allí un hombre muy querido. El trabajo previo de Losánez en obras como Me trataste con olvido evidencia su habilidad para trasladar imágenes poéticas al escenario de forma creíble y conmovedora.
Además, la pieza combina con elegancia elementos visuales y sonoros de manera muy eficaz, que añaden espectacularidad al conjunto. La iluminación de Clavija Estudio (Inés de la Iglesia y Carlos Carpintero), sutil y sugerente, dibuja un páramo árido que representa la España que se vacía por todo el perímetro del escenario; el espacio escénico (Nacho Vera y Raquel Riaño) acompaña con delicadeza la acción y refuerza la sensación de nostalgia; el vestuario (Lara Contreras), sencillo, fiel a la época, y la escenografía (Iván López-Ortega) recrean con precisión un mundo rural reconocible y cercano, que se percibe como propio del espectador.

En consecuencia, el reparto es otro de los grandes aciertos de la obra. Carmen del Valle —como la mujer que regresa a la finca familiar— transmite decisión, siempre con un toque de humanidad, apoyada en movimientos bien coreografiados, sin estridencias; Jesús Noguero, encarnado en la figura paterna, aporta presencia, autonomía, solemnidad y Nacho Vera, haciendo las veces de narrador y trovador, entrelaza la acción con varios instrumentos y música en directo, reforzando la conexión con la tradición rural. Los tres actores funcionan de manera excelente, se aprecia y agradece su química y cohesión, lo cual hace posible la integración en el drama y que así cada escena se sienta única.
Después de vivir esta experiencia, es difícil no recordar otro montaje que también aborda la España vaciada en Aragón: La lluvia amarilla (2021), novela de Julio Llamazares, dirigida por Jesús Arbués y protagonizada por Ricardo Joven y Alicia Montesquiu, en la que Andrés, último habitante de Ainielle, enfrenta la soledad extrema y el abandono de su pueblo. La intensidad de ese monólogo suena de manera diferente, pero complementaria, con la elegía poética y contenida de Aromas de soledad, que refuerza la reflexión sobre la despoblación y la importancia de conservar la memoria rural.

Por último, lo que permanece tras ver Aromas de soledad es la conciencia de que los espacios, las gentes y las tradiciones no son escenarios a secas, sino parte de nuestra historia colectiva y de nuestra identidad.
Aromas de soledad recuerda al espectador que la memoria y la dignidad de lo rural no están condenadas a desaparecer. La obra muestra que aún queda vida donde algunos solo ven vacío, y que el teatro puede ser un refugio para mantenerla encendida. Cada elemento —palabra, gesto, música, luz— suma sin imponerse. Por eso, Aromas de soledad es una de las propuestas teatrales más honestas y necesarias de los últimos años. Llega, te acompaña y deja huella. Imposible de olvidar.











