diciembre de 2025

‘Un Monstruo incomprensible. Retablo de moralistas franceses. 1600-1850’. Edición de José Luis Trullo

Un Monstruo incomprensible. Retablo de moralistas franceses. 1600-1850
Edición de José Luis Trullo

Editorial Renacimiento, 2025
167 páginas

Partamos de la base de que soy un fervoroso amante de los aforismos y que, además, como escritor, cultivo el aforismo con verdadera pasión. Digo esto para que el lector comprenda el entusiasmo con el que abordo la crítica de este libro. “UN MONSTRUO INCOMPRENSIBLE” (curioso título para una antología aforística) reúne aforismos, máximas, sentencias, apotegmas…, de muchas formas se pueden nombrar y, de hecho, los autores aquí recogidos así lo hacen, de diez escritores/as franceses de entre los siglos XVII y XIX.

José Luis Trullo, el recopilador de esta antología, un experto (erudito me atrevería a decir) de este género literario, además de un gran escritor, ha subtitulado el libro RETABLO DE MORALISTAS FRANCESES, y es que aquí está el quid de la cuestión y el verdadero valor de este libro, ya que fueron los moralistas franceses los que realmente (es una opinión, creo que muy compartida) crearon el aforismo como género en sí, dándole, como he dicho antes, una amplia variedad de nombres pero siendo el de “aforismos” el que ha quedado para la posteridad.

En este “retablo” encontramos a figuras poco conocidas en nuestro país, ya que su obra se ha traducido poco o nada, como Madame de Sablé, Malesherbes, Vauvenargues o Rivarol, junto a otros más conocidos y de los cuales sí tenemos estupendas traducciones: La Rochefocauld, Pascal, La Bruyère, Chamfort, Joubert y Chateaubriand.

Este libro tiene un valor especial, casi diría que es imprescindible, para los amantes del aforismo en particular, pero, sobre todo, para los amantes de la buena literatura en general, pues da un amplio repaso a esa literatura (la francesa entre 1600 y 1850) que parece que se está olvidando (lo que sería una verdadera lástima, además de un craso error) y que tanto ha influido en la literatura europea de los siglos siguientes. Los moralistas franceses son ya una escuela de sabiduría por la que no pasan los años, ya que sus aforismos, aunque influidos, como es lógico, por la peculiaridad de la sociedad de su tiempo, han quedado instalados en el inconsciente colectivo de muchos filósofos y escritores posteriores cuyas obras les deben mucho. Y es, además, una lectura muy actual, pues muchos de los aforismos aquí recogidos se adaptan perfectamente, en su crítica, a muchos de los vicios que nuestra sociedad padece.

Dice José Luis Trullo en la presentación: “La peculiaridad de los moralistas franceses es que se echan a la espalda la ardua tarea de juzgar la conducta humana —aunque, por la clase y la época en que vivieron sus autores, esta se ciñe a los estrechos márgenes de la buena sociedad— en un formato que no es el esperado para una misión tan hercúlea: la frase, el apunte, el fragmento”. Y es que la división social, tan radical y abrumadora, que existía en la sociedad francesa (y europea) de la época no hacía sino que las clases bajas fueran las grandes olvidadas de la literatura, pero también es verdad que precisamente la labor crítica (a veces sutil, a veces feroz), de estos moralistas franceses hacia los de su propia clase hiciera reventar sus acomodados e infames cimientos con la posterior llegada de la Revolución.

Es por todo esto, por lo que tiene de historia del pasado de Francia y Europa, y por lo que tiene de actualidad, por lo que resulta de interés la lectura de este precioso libro. Y como muestra de ello tenga a bien el lector leer estas minúsculas piezas de orfebrería literaria:

Nadie nos halagará nunca tanto como nuestro amor propio” o “Si no careciésemos de defectos, no nos complacería tanto descubrir los de los demás”, ambas de La Rochefoucauld.

O estos aforismos del gran filósofo Blaise Pascal: “Si nos consolamos con poca cosa es porque con poca cosa nos afligimos” y “No porque algo me resulte incomprensible deja de existir”.

Otro moralista de gran prestigio es Jean de La Bruyère, que dejó perlas como estas: “Sólo hay dos maneras de encumbrarse en el mundo: por la propia habilidad o por la imbecilidad ajena” y “Calificar a un rey de “padre del pueblo” supone menos un elogio que definirle o llamarle por su nombre”.

Joubert, quizá el mejor considerado por los filósofos posteriores (Trullo nos dice que tanto Nietzsche como Cioran fueron devotos lectores de sus aforismos), dejó algunas maravillas como estas: “Un pensamiento es tan real como una bala de cañón” y “Nuestro deber no es poder, sino intentar; es decir, estamos obligados a emprender, pero no a triunfar”.

Pero basta de citas, háganse con el libro y disfruten de la magia que atesoran estos moralistas franceses que ha tenido a bien poner a nuestra disposición José Luis Trullo en una preciosa edición de la editorial Renacimiento.

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