En primer lugar, la obediencia solo puede ser considerada como una respuesta (una “reacción”, para quien prefiera un lenguaje “físico” o “químico”) a una exigencia de las circunstancias y los cauces que se le abren a la vida. Sin duda puede ser volitiva pero aun así, como todo acto humano, es consecuente; es decir, derivado de una conjunción o yuxtaposición de preexistencias que se ignoran dando le impresión de haber tomado forma “libremente”, especialmente para el propio sujeto. Entre ellas la autoridad que la establece en nombre de una razón igualmente originada en una necesidad que ella esgrime tras haberla caracterizado como tal. Esta imposición, justificada o no de esa manera y aceptada inclusive como “justa”, puede ser contestada, ya sea por llevar al sujeto al límite o a partir de considerarla injusta. Puede asimismo poner al rebelde en situación de criminalidad. Puede dar paso a una reacción en contra, de rebeldía más o menos activa, de sorteo mediante el engaño, de conducir a un reforzamiento más impositivo o a su derogación… No obstante, la obediencia puede practicarse más o menos formalmente a cuenta de la fe observada, la resignación, o diversas conveniencias colaterales que responden a los intereses inmediatos del sujeto… En particular, el autorrestrictivo sentimiento de resignación se encuentra mayormente vinculado al fenómeno inevitable de “la madurez”, es decir, de la aceptación de que las demás alternativas que el individuo considera serían consideradas o reconocidas como idílicas y nuevamente frustrantes o inclusive letales y por ello rechazadas… otro derivado de la experiencia concreta del individuo. En cualquier caso, la obediencia” no puede ser valorada ni positiva ni negativamente siendo como he sostenido un puro fenómeno circunstancial que bien podría considerarse “natural”, o sea consecuencia artificial (simbólica e institucional) de la naturaleza humana. La propia generalización de los conceptos (y así de “la obediencia”) lleva a pedir “peras al olmo”, como una “autoridad moralmente sublime” que podría ser por ello, automáticamente, incontestable, algo que el ser humano ni siquiera le concedió a su propio Dios. Así, acaba siendo inexplicable tanto “la servidumbre voluntaria” como el desarrollo de actividades de sabotaje o de destrucción del orden instituido, que solo quienes se benefician y satisfacen “en él” tienden a considerarlo “sublime” a la par de su justificación dogmática y a fin de cuentas mística. Por otra parte, no ver que toda rebeldía busca la institución de otra obediencia, o Ley.
Dejó aquí este discurso incompleto, sin tratar los matices que también cabrían ser tomados en cuenta, de todos modos inscriptos en el mencionado concepto de “experiencia”: matices psíquicos, sociales, históricos, antropológicos, genéticos…
Por supuesto, así como considero fantástico el ruego de que se establezca una supuesta obediencia en abstracto y generalizada con el advenimiento de autoridades “racionales” (?), etc., no se me ocurre pensar y menos esperar que nadie cayera en tales idealizaciones que como todas, me repito, solo pueden ser “interesadas”. En este como en todos los casos (fenómenos) opto por describirlos y no por valorarlos o despreciarlos, aunque muchos de los que suceden me sean particularmente insoportables y de ser poseedor de una varita mágica los disolvería en humo; tanto la criminalidad como la estupidez, tanto la falta de consideración al prójimo como la defensa incondicional a un dogma, etc., etc., etc. Pero claro: no pienso suponer utilizable tal varita ni poder lograr imponer mi tiranía.
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