diciembre de 2025

En el aniversario del nacimiento de Rafael Alberti

UN POETA QUE SOÑABA CON EL MAR

Como si siguiese navegando en las aguas del olvido, en ese mar de Cádiz que vio nacer en su infancia, con el agua revoloteando en olas fantásticas de luz y sombras.

A los 18 años, fallece su padre y ya dice en su poesía el dolorido sentir: “unas flores mustias / de blancor enfermo”.

Alberti es también el pintor, que pinta con palabras, pero también hace del cuadro una elegía a su infancia, donde el ocre y el morado son colores que le sirven para reflejar su optimismo ante la vida, donde convergen ya las sombras que tiñen el cuadro de un aliento de muerte, la que se llevó el padre de Rafael en plena adolescencia.

Es Alberti el incipiente poeta, el de la revista Ultra y los poemarios que van surgiendo como un espacio donde sentir la creación. Su estancia en la sierra de Guadarrama propicia el sosiego y el silencio necesarios, una enfermedad de los pulmones le lleva a leer ávidamente, con el ímpetu del hombre herido para siempre por las letras.

La sierra le da sosiego, pero siente la nostalgia del mar, dualidad poética que crece en su poesía: lo popular y lo culto que navegan juntos, al unísono, en sus versos.

Llega Marinero en tierra, en 1925, libro de poemas que gana el Premio Nacional de Literatura, que encandila a Juan Ramón Jiménez, el poeta puro, el de la voz profunda que da abrigo y luz a muchos poetas del 27, para renegar después de ellos, salvo de Alberti, poeta andaluz, cuya luz rompe en destellos el mar gaditano y, como un tapiz, va tejiendo el verso claro, el del mar que añora.

Llega el libro el eco del mar, la sal de las olas, la espuma que dejan al estallar, así son sus versos, armonía que suscita el ritmo de un baile que crece lento y armonioso en los octosílabos, en la añoranza del paisaje hermoso dejado atrás.

Rezuma su poesía el gusto del mar, así surge Cal y Canto, inspirado en el mundo gongorino, aquel que reunió a los poetas del 27 en el famoso homenaje al poeta cordobés, con su belleza formal, arquitectura sólida del verso, como si se trenzase en mil formas.

Hay imágenes y metáforas en este libro donde la modernidad está presente, el cine, el deporte, mundos que asombran al siglo XX y que Alberti da cuenta en este libro singular.

Llega Sobre los ángeles, en 1929, el año en que Alberti se adentra en el experimento teatral de El hombre deshabitado y trabaja en su nuevo libro de poemas Sermones y miradas (1929-1930).

Alberti hace un homenaje al cine, a la belleza formal de las películas de Eisenstein, al cine expresionista de Murnau, al universo de Fritz Lang, con sus maravillosas imágenes que surgen como espejos deformados en Metrópolis.

Funda una revista, Octubre, en 1933, que expresa su ideología comunista, un canto a la Revolución, su admiración a Rusia.

El alzamiento nacional del 18 de julio de 1936 sorprende a Alberti y a su gran amor, María Teresa León (mujer de belleza honda, cuyos ojos inundan el azul del mar gaditano), en Ibiza, esos días de acoso y persecución quedan recogidos en “Historia de Ibiza”, un relato escrito poco después en Madrid, junto a “Las milicianas del Tajo” y “Las palmeras se hielan”.

Surge la Alianza de Intelectuales Antifascistas, organiza la revista El Mono Azul, espontáneo homenaje al uniforme de las milicias populares, proyecto en que se inscriben De un momento a otro (1938-1939).

En 1939, viajan desde Alicante a Orán, embarcando hacia Marsella, desde allí, a París. Vivirán en casa de Pablo Neruda y por recomendación de Pablo Picasso, consiguen un empleo en la Radio París-Mondiale. En el exilio argentino, tras su paso por París recalarán él y María Teresa León, en Argentina, escribe libros que contienen lo mejor de ese verso lleno de luz, en destellos fulgurantes que enamoran al lector, Pleamar (1940), A la pintura, Poema del color y de la línea (1945-1952), Retornos de lo vivo lejano (1948-1956), Ora marítima (1953) y Balada y canciones del Paraná (1954).

Toda la obra de Alberti es un encantamiento, una luz que desprende el verso, influido por el mundo andaluz, por la vertiente surrealista, pero con un toque de lirismo en rodo, como si los poemas navegasen en un río de música, armonía que destapan su añoranza de la infancia, su amor a la vida y, por ende, su conciencia de la muerte, esa sombra que pesa en el poeta, consciente de su efímero transitar ante la vida.

Todo un gran poeta, de larga vida, que conoció el esplendor de una época y su miseria, amigo de Neruda y Lorca, ferviente enamorado del mar y de la ideología comunista, cuando aún no fue una torre de babel que cayó, sin remisión, en el suelo de nuestra historia. Murió el poeta, pero no su impronta, Alberti es poesía, pero también pintura y es, por ende, el eco del mar, que aún suena en el mar de Cádiz al atardecer.

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Archivo Entreletras

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