diciembre de 2025

‘Legado de gigantes. Un decálogo de valores medievales para nuestro tiempo’, de Jaume Aurell.

Legado de gigantes
Un decálogo de valores medievales para nuestro tiempo
Jaume Aurell
Editorial Rosamerón, 2025
299 páginas 

Una copiosa herencia por recobrar

El historiador Jaume Aurell propone el rescate de valores medievales como antídotos aptos para rehumanizar la vida social

Legado de gigantes. Un decálogo de valores medievales para nuestro tiempo, es un libro de Jaume Aurell, catedrático de Historia Medieval de las Universidades de Barcelona y Pamplona, con amplia obra publicada en los campus universitarios de Cambridge y de Chicago. Su interés reside en que adopta la forma de un alegato en defensa de algunos de los principales mimbres del legado axiológico medieval, que paladinamente defiende confrontándolos a los valores de la Modernidad, a cuyos principales exponentes atribuye la tarea de haberlos desmantelado tan precipitada como premeditadamente.

Escrito de forma amena, metodológicamente académica en una primera parte, adopta en la segunda una forma narrativa de cierta llaneza, incluso coloquial, que se adivina como recurso didáctico del Profesor Aurell, dada la percepción pesimista que el autor muestra sobre la capacidad de que su mensaje sea comprendido. Y ello habida cuenta del fárrago de descalificaciones que sobre los valores del Medioevo asegura que tan gratuitamente ha caído desde la Edad Moderna, a partir de la cual se inició su descrédito.

Lealtad, espíritu contemplativo, nobleza, heroísmo, respeto a la tradición y al misterio, así como las elevadas pulsiones del espíritu que llevaron a la erección de las grandes catedrales, afloran en el relato como emblemas de un mundo medieval que todavía, según el autor, tiene mucho que decir a la sociedad deshumanizada y anómica en la que sugiere que hoy vivimos. Y nos lo dice, todavía, a través de la vigencia, en filmes épicos, de aquellos valores, presentes hoy en los guiones y gestos mostrados por las grandes series cinematográficas, incluso en las relativas al espacio astral exterior, así como en las propiamente medievalizantes y concernientes a tronos y arcaicos reinos.

De aquel plantel de valores medievales, pese a verse por otra parte tan arrumbados en otros escenarios culturales, parece percibirse aún su eco, también en el ámbito y en la emulación ínsita en el universo deportivo, asimismo en la propia emblemática de los clubes y en numerosas escuderías automovilísticas, casi todas y todos ellos blasonados según una técnica que alcanzó su esplendor en pleno Medioevo.

No obstante, lejos de la sugerente nostalgia medieval revivida por el Romanticismo, achacar a la Modernidad la sepultura conceptual de la Edad Media parece empeño desproporcionado. Sobre todo,  habida cuenta del respeto por la tradición que la Enciclopedia y sus coordinadores Jean Le Rond D’Alembert y Denis Diderot mostraron al asignar la redacción comentada de temas vinculados al dogma, como los de trasunto teológico, a pensadores al margen de las pulsiones ilustradas (*).

Desde luego, hubo una consunción natural del mensaje medieval con la llegada del Renacimiento, aún por la mera dinámica epocal; pero no puede negarse, como asegura el autor, que la impronta de Abelardo, Francesco Petrarca, incluso de Dante Allighieri, personajes propiamente medievales, anunciaba ya, como eslabón evidente, lo por venir moderno, preludiado y acreditado también por nominalistas como Roger Bacon o el alemán Nicolás de Cusa, éste ya en el declinar visperal de aquella Edad. La razón llamaba ya a la puerta de los nuevos tiempos.

De la hidalguía

Cabe, no obstante, una observación crítica en torno a la supuesta singularidad específicamente medieval de los valores tratados. Es el caso de la hidalguía, asociada a la nobleza caballeresca, valor medieval éste tan caro en nuestros quijotescos lares; sus  orígenes los atribuyen algunos pensadores rumanos a los códigos guerreros de quienes, desde la caballería balcánica, combatieron tan feroz como desafortunadamente contra la romanización de la Dacia emprendida por el emperador de origen hispano, el hispalense Trajano, a partir del año 102 hasta el 106 de nuestra era.

Pese a sugerirlo el autor en distintas ocasiones, el lector anhelaría un desarrollo ulterior de los nexos medievales con el Saber Antiguo, señaladamente con los principios herméticos y alquímicos, tan necesitados de fundada explicación; y ello habida cuenta de los mitos abiertamente negativos generados en torno suyo, casi siempre por inducción eclesial vaticana, mitos que los han desprovisto de su verdadera entidad protocientífica y de su consistencia ideológica a lo largo de casi diez siglos de duración de la etapa medieval.

Por otra parte, se echan de menos en el interesante –y polémico–  libro del Profesor Aurell referencias al bastidor social popular sobre el que se imponían aquellos valores medievales, cuya sublimación correspondía, en términos de caballerosidad, amor cortés y florilegios líricos, tan solo a un estamento nobiliario poderoso, muy reducido y en abierta contradicción con el enfeudado y generalmente empobrecido campesinado medieval. Su mentada y supuesta conformidad social con el feudalismo, al igual que la de la sociedad heril, no parece que fuera otra cosa que la constatación de la imposibilidad política de acabar con aquel régimen, ni siquiera albergar expectativas de cambios en clave igualitaria, el estar en juego la procura vital de las condiciones de existencia. Y ello, pese a las distintas revueltas campesinas tardo-medievales, registradas con extrema violencia señaladamente en los Países Bajos y en el agro de lo que sería Alemania.

La racionalidad de los modernos, impulsada previamente por el antropocentrismo renacentista, tan anti-teocéntrico, vino a nivelar aquella segmentación social medieval tan tajante, al abrir paso a una burguesía antifeudal que buscaba su lugar en la historia, preludio del futuro acceso al poder de las clases subalternas, como quedaría escenificado en el siglo XX.

Libro pues de elevado interés y lectura recomendable, por su incitación a un debate tan necesario como obligadamente crítico y enriquecedor, por la belleza evocadora y literaria de los valores en juego y por el riguroso tratamiento aplicado por el autor.

(*) Gonzalo Anes. En Historia y Pensamiento. Homenaje al Profesor Luis Díez del Corral.  Eudema. 1987.

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