octubre de 2024 - VIII Año

El reverso: cuadros a medio ver

Museo Nacional del Prado
Exposición: Reversos
Del 7/11/2023 al 3/3/2024
Consultar horarios del museo

Afortunadamente, no es ya excepcional ver arte moderno y contemporáneo en las salas del Museo del Prado. Desde la histórica retrospectiva de Francis Bacon del 2009, cada vez son más los artistas de nuestro tiempo que exhiben pintura, escultura, fotografía e incluso performance en las salas de El Prado. Nombres como Eduardo Arroyo, Zóbel, Cristina Iglesias, Ouka Leele, Eva Lootz, Joan Fontcuberta, Alberto García-Alix… han contribuido al diálogo con los clásicos de la colección. Una fórmula, por lo demás, ya generalizada, dada su eficacia en la tarea de aportar vitalidad y arborecer con nuevas sugerencias las piezas de las añejas colecciones.

Es así como el artista y comisario Miguel Ángel Blanco trajo a El Prado, en 2014, Historias Naturales, una serie de piezas propias que instaló en lugares muy concretos explorando relaciones dialécticas de rica polisemia. Una década después el museo vuelve a acoger una propuesta de este artista: Reversos, inaugurada el pasado noviembre y que puede verse hasta el 3 de marzo en las salas A y B del edificio de Jerónimos.

La exposición, desplegada por el espacio sin tabicar para mejor y más libre circulación de los visitantes, responde a la prometedora premisa de mostrar reversos destacables de cuadros de artistas de todos los tiempos. (Recordemos que el cuadro es un dispositivo muy reciente en relación a la historia de la pintura, y que no nació de repente, sino que fue alcanzando su forma entre 1522 y 1675, como tan bien relata en su libro, impagable, La invención del cuadro Victor Stoichita). Las 98 piezas de que consta esta muestra, casi todo pintura, procede fundamentalmente de fondos de este museo, si bien una tercera parte de lo aquí presente pertenece a otras grandes colecciones, ya sean públicas o privadas, que lo han cedido para la ocasión.

‘Artista en su estudio’ (1628). Rembrandt Harmenszoon van Rijn. Óleo sobre tabla.

El visitante debe saber que el orden expositivo no obedece a criterios históricos ni estilísticos, sino a la personal visión de su autor, quien propone un “Diálogo entre proyecto comisarial y obra propia”, conforme expresó el propio Blanco en su conferencia del 10 de enero, del ciclo con el que se complementa la exposición. La muestra ensaya un vínculo entre arte y naturaleza que cobra su pleno sentido como parte de la Biblioteca del bosque, proyecto en el que el autor lleva trabajando más de tres décadas. Así las cosas, a lo que se nos invita, más que a contemplar pintura, es a ver los bosques que hay tras de los cuadros: las arboledas que armaron los bastidores, las fantasmagorías del tiempo y otros secretos guardados tras el velo del lienzo.

El inicio del recorrido no es caprichoso: “Reversos —declaró Blanco— sigue una indicación clara de Velázquez en Las Meninas que pone al alcance de la mano del espectador, en primer término, la trasera del lienzo que está pintando. Yo atravesé esa puerta dimensional o secreta que en él nos señala para explorar el lado oculto de la pintura con la intención de abrir una perspectiva diferente sobre la colección del museo”.

En efecto, recibe al visitante una inmensa y turbadora réplica de la trasera de Las meninas, obra realizada en 2018 por el artista brasileño Vik Muniz, muy eficaz en su objetivo de poner de relieve las grandes dimensiones físicas del cuadro. El recorrido continúa por los siguientes apartados: El artista tras el lienzo; Esto no es una trasera; El bastidor como cruz; Caras B; El lado oculto; Más información al reverso; inscripciones; Más información al reverso: etiquetas y sellos; Ornamentos y fantasmas; Pliegues, cortes y recortes; De espaldas, frente a la pintura; Naturaleza de fondo.

La siempre deslumbrante presencia de Van Gogh, por primera vez en el Prado, Goya, Rembrandt, Carus, Hamershol o Magritte, protagonistas de los dos primeros capítulos despiertan el interés del espectador que disfruta de los anversos de los cuadros originales plenamente. En el primer apartado; de los artistas en su estudio, en el segundo; de pinturas que representan las traseras de cuadros. A partir de ahí, el agrupamiento de las obras va acompañado de la interferencia del discurso comisarial que las hace sumisas de distintas categorías.

En algunas ocasiones, las menos, el epígrafe adjudicado al conjunto en cuestión en el que la obra se ve adocenada aporta un ángulo fecundo, (el hermoso Concepto espacial, Espera de Lucio Fontana en la sección llamada Pliegues, cortes y recortes). Desafortunadamente, es mayoritario el caso contrario, predominando un reduccionismo materialista que deja fuera de la poética expositiva la posibilidad de una consideración no literal del reverso como parte de atrás del soporte sino como trasunto simbólico oculto, difícil o extraño de ver. Así, y una vez agotado el repertorio de obras que tienen en su parte trasera algún tipo de composición deliberada, el resto es anecdótico, cuando no prosaico, registro de sellos y marcas dorsales.

‘La máscara vacía’ (1928). Rene Magritte. Óleo sobre lienzo

Algunos cuadros justifican, no obstante, la visita. El pequeño autorretrato pintado por Goya entre 1896 y 1897, unos de sus años menos productivo del artista, debido a la grave enfermedad de la que empezaba a recuperarse en su retiro en Andalucía. El visionario Rembrand Artista en su estudio, también de escaso tamaño (25 x 32 cm.), pero premonitoriamente bien ejecutado con sólo 23 años. Un robusto autorretrato tipológico del pintor en su estudio, que debió estar muy presente en las pinturas de rostros rígidos acometidos por Picasso a partir de 1905, y que nos muestra al pintor tras de un rostro que se sabe imaginario, superficie desesperadamente adherida a una subjetividad que lucha por formarse en el lienzo. El magistral La ventana del estudio de Carl Gustav Carus, filántropo, filósofo y naturalista que pintó hombro con hombro con Friedrich y que, en esta escena tan devotamente bien traída al caso de los reversos, presenta, en ausencia del pintor, su cuadro mirando por la ventana. Y, por último, el asombroso Vilhelm Hammershoi, pintor danés de finales del siglo XIX muy justamente recuperado para esta muestra. La escena no puede ser más a propósito: un Interior con el caballete del artista, tras del cual, una puerta abierta a la alcoba de las que se nos deja ver una palangana de loza nítida, sobre una cómoda, arroja el hilo de una trama de sugerencias que va desde el cuadro que no vemos hasta el mundo interior que se nos instiga a fantasear.

Toda la sección Cara B reviste moderado interés al brindarnos la oportunidad de conocer un buen conjunto de dobles pinturas, muy esmeradas tanto en el anverso como en el reverso. Estas tablas bifaces, en su mayoría religiosas, eran imágenes portátiles de carácter devocional, pero hay presentes también retratos “que adjetivaban al sujeto a través de figuras, escenas religiosas o simbólicas” e incluso pinturas jocosas, como la Monja arrodillada de Martin van Meytens. Estas tablas tuvieron su razón de ser en la época en que pintura y escultura se disputaban el liderazgo cuya competencia se conoce por su término italiano paragone (comparación).

Por motivos distintos, no siempre de escasez de material, algunos pintores de las vanguardias históricas también recurrieron a los dos lados del lienzo para llevar a cabo sus pinturas. La estrella de este grupo es indudablemente el Desnudo sentado con pierna doblada, de Ernst Ludwig Kirchner, propiedad del museo Thyssen, que siempre lo ha mostrarlo por su otra cara: Desnudo de rodillas ante un biombo rojo, haciendo suya la tradición, establecida por los marchantes, que impuso como lado bueno de toda la obra de este artista el que llevara la fecha más antigua.

No deben dejarse de ver, por último, la mencionada La máscara vacía de Magritte que brilla con luz de clásico, y saca partido, acaso mejor que ningún otro cuadro de los aquí presentes, a las paredes pintadas de negro para esta exposición. Merece la pena también acercarse a los cinco travesaños originales del Guernica, devueltos en 2016 al Reina Sofía, tras dos décadas de extravío; un resto desgarrador que emociona como la espina dorsal desnuda del lienzo.

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Archivo Entreletras

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