marzo de 2024 - VIII Año

Giuseppe Verdi en su viaje a España 

A propósito de una breve estancia entre nosotros en 1863… y algunas otras cuestiones de interés sobre el genial compositor italiano.

Me parece de enorme interés la noble y respetable figura de Giuseppe Verdi (1813-1901). Ha llegado a convertirse en un “mito”, un símbolo de los ideales del RIsorgimento. Fue un hombre comprometido con su tiempo, brillante, tímido, reconcentrado e introvertido. Sintió  una pasión sin límites por la música y si hubiera que destacar sus cualidades esenciales, elegiría la generosidad y el saber vivir el presente.

La música era su vida. En Verdi vida y música se funden. Ese vínculo que ata la inspiración a la existencia tiene un efecto claramente vivificador, que marca con sus compases la tensión dialéctica entre orden y caos. Es hipnótica y llega a proporcionar una sensación de ingravidez. Para él la música era tan necesaria como el aire que respiramos.

En un creador de raza se vislumbran “relámpagos” que anuncian el futuro y se funden con los recuerdos del pasado. La inspiración es un viento que envuelve y arrebata. El azar es caprichoso y puede modificar las concepciones previas inexorablemente… pero la inspiración es de quien se la merece y la trabaja.

La creación musical, aunque no lo parezca, está también repleta de “sombras fantasmales”. Los creadores, incluso los genios, muchas veces no son otra cosa que seres momentáneamente poseídos por un halo especial, encerrados en una jaula de cristal.

Giuseppe Verdi estaba dotado de una enorme fuerza interior y de un dinamismo y activismo admirables. Eso le permitió componer, nada menos que veintiocho óperas, de las que un buen número alcanzaron un éxito incuestionable así como un réquiem magnífico y otras piezas de un notable valor.

Hay quienes poseen un don especial. Verdi tenía la virtud de que su música no dejaba indiferente a nadie. Provocaba en quienes la escuchaban reacciones que elevaban el espíritu… y transcendían los límites de la realidad unas veces y otras transmitían una alegría, una belleza y unas ganas de vivir contagiosas. Al mismo tiempo, era mucho más que eso. Su sensibilidad y delicadeza no estaban reñidas, en absoluto, con el compromiso, ni con el sueño de ver a Italia convertida en un país.

Supo ser decidido y arriesgar tantas veces como fuera preciso su prestigio y su futuro. Sus convicciones eran firmes. No tenía inconveniente ni en enfrentarse a los prejuicios, ni a una moral cargada de convencionalismos.

Esto se pone, especialmente de manifiesto, en lo que se refiere a su relación con Giuseppina Strepponi, una bella y culta soprano que triunfó en los escenarios, pero que contaba con un hándicap para la moral burguesa y para los bien pensantes, era madre soltera. Giuseppe y Giuseppina vivieron una intensa relación que duró treinta y ocho años, hasta la muerte de ella. Tras varios años de convivencia, contrajeron matrimonio. Se comportaron con discreción pero sin concesiones a la hipocresía y con la frente muy alta.

Un detalle, ¡qué importante son los detalles!, que no dudo en considerar conmovedor, fue que pidió ser enterrada con la carta en que al principio de su relación él le declaró su amor. Su voluntad se cumplió.

Siempre que pienso en Verdi lo asocio a “Va, Pensiero” coro del III acto de la ópera “Nabucco”. El coro de los esclavos es de una belleza impresionante y transmite dolor, compasión, solidaridad y rabia. Los esclavos lloran su condición y ansían, sobre todo, la libertad. En aquellos años la libertad no sólo la ansiaban los esclavos del coro.

No era difícil que acabara convirtiéndose, por tanto, en un himno extraoficial, de los ideales del RIsorgimento y del compromiso político de Verdi, un nacionalista convencido y un creador que puso al servicio de la unificación de Italia, lo mejor de sí mismo: su ímpetu vital y sus anhelos liberadores y revolucionarios.

Las cosas son como son, pero eso sí, susceptibles de interpretación. La creatividad de los italianos llenó las paredes y muros de las ciudades de pintadas, donde se leía “VIVA VERDI”, un acrónimo portador de una clave oculta… aunque no demasiado, (Vittorio Emanuele Re D’Italia) ya que Vittorio Emanuele, por aquel entonces rey del Piamonte, era para los patriotas que se enfrentaban a diario a los austriacos, un símbolo patente de la Italia unida que estaba por venir.

Tras los planteamientos anteriores, que pueden servir como una introducción propedéutica, ya va siendo hora de que pongamos el “foco” en el viaje que Giuseppe  y Giuseppina realizaron a nuestro país, concretamente, entre enero y marzo.

Verdi se sentía atraído por España, de hecho, podríamos decir que una de las “excusas” fue asistir en Madrid a la representación de “La forza del destino”, inspirada en “Don Álvaro o la fuerza del sino” del Duque de Rivas. Esto, por sí solo no explica el interés que sentía por las noticias, las leyendas y la música que le llegaban de nuestro país y desde luego, como “romántico” le resultaban fascinantes.

Su conocimiento de España y de su realidad era superficial. Para él los españoles eran hombres heroicos, levantiscos y que sentían poco aprecio por su vida, Hasta tal punto que no dudaron en levantarse con valentía frente a los ejércitos napoleónicos invasores.

Le gustaba el teatro romántico español, como había probado con el “IlTrovatore” adaptación del drama de García Gutiérrez y, más adelante, en “Don Carlo”, trazará un personaje inquisitorial y  sombrío de la figura de Felipe II.

Tuvieron que realizar un viaje agotador desde San Petersburgo a París y de París a Madrid. Podría decirse que España estaba fuera del circuito europeo, durante esos años tan agitados y turbulentos. Isabel II se exiliará y, tras el breve reinado de Amadeo de Saboya, tendrá lugar la fallida experiencia de la Primera República… que daría paso a la Restauración Borbónica.

Otro factor que le animó a emprender el viaje es que iba a intervenir en la ópera el tenor Gaetano Fraschini, a quien Verdi admiraba y era, sin duda, uno de sus intérpretes predilecto.

Contra lo que esperaba la alta sociedad madrileña, Verdi, solamente estuvo pendiente de los ensayos y del estreno. De hecho, prácticamente “se atrincheró” en el Hostal Nobile Cataldi, ubicado en la plaza de Oriente y que era el lugar donde se hospedaban los artistas líricos.

El estreno fue un éxito, más quienes esperaban otra cosa, no perdieron la ocasión de lanzar puyas y críticas veladas, al parecer, al propio Ángel Saavedra de Baquedano, Duque de Rivas, no le gustaron algunos pasajes del libreto. ¡la vanidad da lugar a estas cosas y a otras peores!. El Madrid ocioso y un tanto bullanguero no le perdonó al compositor italiano que no se prodigara en salones y saraos, durante su estancia.

Poco después, tuvieron la ocasión de visitar algunas ciudades de Andalucía. La Alhambra de Granada le deslumbró, así como la Mezquita de Córdoba o los Reales Alcázares y el Museo de Bellas Artes de Sevilla, donde quedó impresionado por algunos lienzos de Murillo no faltando, asimismo, en el itinerario Toledo y el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, monumento que calificó de “severo y terrible, como el feroz gobernante que lo construyó”.

Son tantos los aspectos de Verdi dignos de reseñarse, que una mera enumeración sería prolija, no obstante, como “fogonazos” señalaré algunos que me parecen de especial relieve.

Realizó cuantos esfuerzos estuvieron en su mano para apoyar la unificación, sentía un profundo respeto y admiración por la inteligente y sugestiva figura de Camilo Benso, Conde de Cavour, que lo convenció para que aceptara ser diputado del nuevo Estado. La muerte de Cavour le causó una honda impresión pero fue fiel a la palabra que le había dado y hasta el final de la Legislatura puso su prestigio al servicio de la nueva Italia, acudiendo regularmente a las sesiones del Parlamento.

Hemos comentado con anterioridad, su desprendimiento, su generosidad. Conviene ahora que citemos algún ejemplo significativo: reunió, gracias a su trabajo y éxito, un capital que le permitía vivir más que holgadamente, sin embargo, ayudó a los campesinos, introdujo innovaciones en las faenas agrícolas y fundó, a sus expensas, la “Casa di Riposo per Musicisti”, es decir, una residencia para que los músicos ancianos y sin recursos dispusieran de un lugar digno donde pasar los últimos años de vida.

No me resisto a comentar que tanto el propio Verdi como Giuseppina Strepponi “descansan” en este apacible lugar.

El entierro del compositor y el traslado de sus restos a la Casa de Riposo, constituyó una prueba de cariño y una manifestación impresionante de afecto y admiración. Un coro de más de ochocientas voces, interpretó como emocionante despedida  el “Va, Pensiero”, que tantas veces había servido para enardecer los ánimos de los italianos en su lucha por unificar el país.

Verdi solía mantener una actitud serena pero sus convicciones eran profundas. Su espíritu inquieto no era nada fácil de doblegar. No solía morderse la lengua y como era predecible, tuvo más de un choque y más de dos con la censura de la época. Los censores estaban ávidos de manifestar su poder infringiendo humillaciones.

Por ello era relativamente frecuente, que propusieran innovaciones y alteraciones que literalmente constituían estupideces del tipo de: “estas cosas no pueden suceder en un reino católico”, “debe usted trasladar la acción a América” o “un rey católico no es capaz de dar malos ejemplos”.

A Giuseppe Verdi le ardía la sangre. Procuraba salir lo mejor posible de los aprietos y acostumbraba a convertir su indignación en música, sublime a veces, burlona otras. Procuraba ser no solo honrado sino veraz y, pensaba ¡cuánta razón tenía! que los eufemismos que le proponían no eran otra cosa que intentos reaccionarios de engañar y engañarse.

La influencia de los Borbones en varios Estados italianos era notoria y solía caracterizarse por una visión simplista, de carácter fundamentalista  que correspondía mucho más al pasado que al presente.

Verdi, por el contrario, pensaba que había que despojarse a tiempo de máscaras y antifaces. Vivir y componer en libertad era su aspiración y se entregó a la música sin reservas. Absolutamente.

Sabía manejar con habilidad exquisita y destreza los resortes que conmueven a los espectadores. Durante toda su vida, con una constancia verdaderamente encomiable, fue venciendo y dejando atrás las dificultades de todo tipo que le iban saliendo al paso.

De esta forma va creciendo y agigantándose. En sus diversas etapas mejoraba y era capaz de adentrarse en nuevos espacios creativos. Su último paso decisivo fue el fecundo “encuentro con Shakespeare”, en los últimos años de su vida, que ha dejado sus frutos en “Otello” (1887) y en “Falstaff” (1893). La prestigiosa revista “Ilustrazione italiana” tuvo el acierto de dedicarle una portada al estreno de esta última que significa, nada más y nada menos, que la despedida de Verdi de la escena.

Me gusta imaginarlo en sus años maduros, vestido de negro  y con sombrero, como solía,  descansando en los jardines de Sant’Agata,  la hermosa finca que había elegido como lugar de retiro y, también, de trabajo pues hasta el último momento mantuvo la vitalidad.  Por encima de todo, regaló sin la menor cicatería, belleza a manos llenas.

Como todo hombre sabio descubrió que en la vida todo, o casi todo, es cuestión de creatividad y de perspectiva. La música tiene una “senda secreta” por la que muy pocos, solo los elegidos, pueden adentrarse. Verdi conjugó a la perfección, dedicación, inspiración y entusiasmo.

Mucho se ha escrito sobre este gigantesco y entrañable compositor. Las biografías y estudios verdianos son inabarcables. Llama la atención no sólo su inmenso talento sino la forma en que supo manejarlo, es más, tal y como recomiendan sabios de la antigüedad como Epicuro, concedía a la “vida retirada” la inmensa importancia que tiene valorar vivir oculto todo el tiempo que le permitían sus tareas.

No es nada fácil lograr el aplauso y el reconocimiento del pueblo llano, ese que no asiste a los teatros líricos, ni tiene abono alguno para la ópera, sin embargo, los momentos culminantes de “Rigoletto” o “La Traviata” y no digamos el Va Pensiero de “Nabucco”, forman ya parte de la impronta y del imaginario colectivo. Puede decirse que Giuseppe Verdi es un compositor interclasista y que se le aplaude a rabiar, tanto en la Fenice veneciana, en la Scala de Milán o en el teatro más humilde. Permítaseme que muestre, también, mi admiración por “Un Ballo in Maschera”  (1859), una de mis ópera predilectas.

Algunos historiadores y musicólogos, contra toda evidencia niegan el carácter político de determinadas óperas de Verdi. Señalan en su ceguera, que tal vez fuera la interpretación posterior que se dio a estas, las que le otorgaron un carácter revolucionario, que inicialmente no tenían.

Escuchemos con atención y devoción, una vez más, el Va, Pensiero del III acto de “Nabucco” y ese castillo de naipes se irá precipitadamente al suelo. A partir de la Revolución de 1848, la música pasó a convertirse en una herramienta política. Sus menciones o alusiones a la independencia del país y la admiración por los patriotas exiliados así lo atestiguan.

Antes de poner fin a estas reflexiones quisiera “regalar” a los lectores una cita de Verdi en la que puede apreciarse con toda claridad su cultura, su preparación y su intuición “Retorna a lo antiguo y serás moderno”. He ahí, en esa antítesis expresada con delicadeza, más desde luego con inteligencia, toda una tensión dialéctica que ha dado y sigue dando mucho de sí.

Mientras escribía este breve ensayo me ha acompañado su sonrisa enigmática y un tanto irónica. Son estos, tiempos de pandemia. La moral se hunde a nivel planetario. Necesitamos la fe en la victoria, el valor del esfuerzo y ese saber dar un resquicio a la esperanza que él y otros como él, nos han legado.

Lo que no podemos hacer, de ninguna manera, es encerrar la utopía en el baúl de los recuerdos. Lo pagaríamos muy caro…. Siempre hay una razón para seguir adelante.

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