
Supe que Lam existía el día que vendieron en La Polilla el libro Pintores Cubanos de la editorial Gente Nueva (año de 1974), cuando apenas contaba 13 o 14 años de edad. Mi padre estuvo hojeándolo y dijo: “Hay que verlo en el Palacio de Bellas Artes”. Pocos días después, estábamos frente a Tercer Mundo, La Silla y más, lienzos a los cuales me acercaba para saber si aún olían a óleo. Mi viejo recordó que habíamos estado en el Salón de Mayo del año 1967 y allí habíamos visto alguna que otra obra de Lam, y abrimos mi álbum de sellos de correos en la emisión conmemorativa del evento, pero el maestro sólo había pintado el centro de una espiral gigante sobre la cual los artistas participantes habían obrado en un lienzo de 54 metros cuadrados. También atesoré el primer sello del mundo que había reproducido una obra suya, Abstracción, en emisión de 1965. En 2002 volvería a la filatelia con Yo soy, pintado en 1949. Aprovechamos esa visita al museo para hacer un buen repaso de la obra que entonces se exhibía, de casi todos los maestros de la pintura cubana.
Tres años después —seguramente 1977—, fuimos a una expo-venta en presencia del pintor, en la Galería Habana de la calle Línea, donde coincidimos con el biólogo Gilberto Silva Taboada, también entusiasta del pintor, quien compró por “escandaloso” precio un dibujo de Lam hecho allí mismo, en ese mismo instante. Fue inolvidable estrechar la diestra que había pintado La Jungla. Allí contó que realmente se llama Wilfredo y que la ele desapareció por error de escribano, cuando su madre inscribió el nuevo venido al mundo. Pocos días después estrenan en Bellas Artes las litografías con que ilustra El último viaje del buque fantasma, un cuento garciamarquiano. Resultó que no teníamos invitación y dijimos en la puerta que éramos amigos. Lo dijimos con toda seguridad y firmeza. Quiso la casualidad que en ese momento entrara la comitiva con Gabo, Hart, Lou y comparsa. Gritamos, “¡Wilfre, aquí estamos!”, vino a nosotros y pasamos como los más invitados de todos los invitados. No hay como decir las cosas con total convicción. Sólo faltó que además nos obsequiara la valiosa edición. Aquel día contó que de niño anhelaba poder tocar el violín como su hermano mayor. El instrumento le sobrecogía de tal manera que en su imaginación se convertía en un galeón fantasma que le llevaba a lugares remotos e inexplorados. Volvimos a coincidir en la Marcha contra los vuelos espías de los aviones SR-71, del año 80. Él iba en silla de ruedas y fuimos a saludarle. Ese año también le vimos en comitiva de Estado, durante el entierro en Colón, de Carpentier, su amigo —y mío—. Nunca volvimos a tener un después.

Lam nunca dijo ser practicante de ritos de ascendencia africana, pese a sus obsesiones por el legado de sus ancestros. Se decía que el músico Ígor Stravinski veía los más remotos orígenes de la música y la danza en las obras del pintor. Aclaro que el legado africano en la cultura forjada durante la economía de plantación azucarera, sólo nos llegó como eco, pues la trata de esclavos estaba centrada en la captura de hombres fuertes, cuyas edades promediaban entre 13 y 16 años. Niños y adolescentes venían totalmente desnudos, desprovistos de cualquier elemento de cultura material, apenas trajeron el eco de la cultura espiritual que habían alcanzado. En el año de 1981, mientras me encontraba acopiando información y piezas para las salas dedicadas a los cultos de ascendencia africana en el Museo Polivalente de Regla, entrevisté babalawos, quienes aseguraban otrora haber sido visitados por la antropóloga Lydia Cabrera junto a Lam, y que éste era por ellos protegido. Algo que el pintor nunca negó, por el contrario, dijo que siempre estuvo resguardado por conjuros y hechizos de sacerdotes yorubás, durante su peregrinar de trotamundos.
Su omnipresencia nunca nos abandona, cada vez que caminamos sobre los mosaicos de granito de la habanera acera de La Rampa; el suyo, Embleme, nos dice un “hola, ¿qué tal?”. El año de su muerte (1982) visité Sagua la Grande con el pretexto de ver al Wilfre, su tocayo y mi amigo del bachillerato, del pre, pero realmente quería pisar la tierra que besara los primeros pasos a Lam. Una noche y sin previo aviso —junto al Wilfre, Arianna y Cuqui— tocamos la puerta al matrimonio de ancianos que habitaba la casa natal del maestro. Nos recibieron pese a estar a punto de irse a la cama. Nos trataron como mensajeros de algún dios. No hallaban qué brindarnos y ¡nos ofrecieron limonada hecha con limones del viejo limonero alrededor del cual había jugado el maestro! La casa se desplomó de repente, una madrugada del año 2019.

Conocí al geógrafo Núñez Jiménez quizás en 1990, cuando Leal dejó de ser mi amigo, para ser mi amigo y director en el Museo de los Capitanes Generales. En el despacho del historiador habanero tertuliábamos con el capitán guerrillero, previo a una conferencia que impartiría sobre petroglifos del Perú. Salió el recuerdo de Lam y conté mis anécdotas baladíes. Núñez —también biógrafo del pintor— contó que durante una de las visitas de Stravinski a Cuba, éste quiso visitar el estudio del pintor en Marianao, cuya casa estaba medio destartalada y con el techo a punto de derrumbe. Lam se opuso en principio, por el peligro que suponía, pero no pudo contra la tozudez del ruso universal. Allí consiguió obras del pintor y apenas marcharse, ¡el techo se vino abajo! No sé si se sabe cuáles eran los lams de Stravinski, quien, reitero, veía en esas obras la esencia más remota de la música y la danza, ni si han peregrinado por el mundo de las subastas con el valor añadido de una etiqueta indicativa de la colección a que pertenecieran. Siempre me quedó pendiente ir a respirar el aire de aquella casa en Marianao, donde Lam consagró, como las primaveras de Stravinski y Carpentier, un estilo único en la historia del arte.
Núñez me invitó a su casa donde atesoraba algún que otro Lam, pero le visité nueve años después, cuando ya no estaba entre nosotros, cuando fui enviado por la prima ballerina assoluta Alicia Alonso para que entrevistara a su colega Lupe Velis —la viuda— y recabara piezas para el Museo de la Danza. Alicia desayunaba cada mañana, bajo la mirada ubicua de un Lam dedicado a ella. Una pieza excepcional sobre la cual tuve primer conocimiento por una antología en libro. Gracias a los lams de Alicia y Núñez, pude saciar mi ansiosa curiosidad de museólogo, por tocar y oler obras que de otro modo sería imposible.
Prestigiosas ferias como ARCO, Estampa y Feriarte, siempre nos traen lams en venta por algunas galerías de stand. Este año Feriarte nos ha enseñado las tres que hemos retratado. Los feriantes españoles están adelantados con respecto al MOMA de Nueva York, en el cual, a partir de hoy lunes, 10 de noviembre, se inaugurará la mayor retrospectiva jamás vista, dedicada a Lam.












