abril de 2024 - VIII Año

Paco Arráez, un pensador en La Mancha

Francisco Arráez

Persona:

Arráez, nació en Madrid, en 1962, y se ha recreado en Puerto Lápice, un aprendiz de puerto, leve en su orografía, lejana estribación de los Montes de Toledo y asentado sobre piedra dura. Allí, en su venta, entre arrieros y “mozas de partido”, don Quijote veló sus armas antes de convertirse en caballero andante, por gracia del ventero que actuó de padrino solemne, como noble castellano. A continuación, el nuevo caballero libró su primera batalla, liberando a un pastorcillo que reclamaba inútilmente su paga de siete reales mensuales. En La Mancha pagan mal…, no tienen con qué.

Recostada en una colina, extramuros del pueblo, tiene el artista su casa, donde vive con Bea, su mujer. Ambos son profesores de Instituto, su medio de vida. Han tenido dos hijos y esperan que un nuevo día los visiten los nietos, que llegarán.

Junto a la casa, está el museo, instalado en una especie de torre albarrana, refugio de soledad para tener ideas, acariciar sentimientos, que sin emoción estética no hay arte, y pergeñar proyectos. Las musas requieren silencio y concentración para ejercer. Separado de este santuario de inspiración, hay un taller, con miles de herramientas arrumbadas y piezas en gestación.

El artista:

Sirena

Paco Arráez es un artista bifronte, esculpe y dibuja, con un mismo lema: convertir en Arte el fruto de la interacción humana, la transacción, diálogo y búsqueda de un statu quo de equilibrio entre la acción del poder y la reacción del contrapoder. Él consolida sus ideas en cosas que nos ofrece convertidas en Arte.

En la escultura utiliza todo tipo de material corpóreo: madera, hierro, mármol, metacrilato, con límites máximos, a lo Botero, y minimalismos a lo Giacometti. Sus figuras oscilan entre la contundencia mastodóntica y la fragilidad estilizada, sin obedecer un canon único, o haciendo del polimorfismo sus señas de identidad.

Su obra gráfica en claroscuro es más sombría que clara, refleja un mundo agónico, íntimo, tenso y fiero, de esfuerzo interior y apariencias de poder en su Bisonte (2023)*, la grandeza del Elefante (2023) de ojo interrogativo, la dureza del núcleo de su Minotauro (1995) y la nobleza de sus alazanes como Antares (2023), nombre que comparte con la estrella super-roja, la más grande de la constelación de Escorpio. Sin duda, son iconos del poder como la Cabeza de águila (2023), jupiterina, acechante y dispuesta, cuyo plumaje recuerda a Durero, por la precisión y minucioso detallismo. Esta es la pura imagen del poder ufano, seguro, nítido en su contundencia de águila que vigila. Curiosamente,  esta simbolización  contrasta con la escultura Pájaro picotrompa (2023) un ser  indefinido, con pico intrapunitivo, en diálogo interno con su buche. Si la Cabeza de águila es el haz, el Picotrompa es el revés, la promesa y el fracaso, el afán de poder y el vacío somnoliento  posterior.

En los temas vegetales, donde la proyección es más opaca, se refleja el dramatismo que emerge para enfrentarse a las circunstancias. Así, las Cepas desnudas, El Olivo y Árbol en amarillo (todas de 2023) reflejan el acopio de fuerza que es necesario hacer para afrontar las inclemencias exteriores, las demandas del medio, no siempre acogedor, a veces hostil  y siempre exigente. Prima la vegetación manchega, nada jacarandosa, aferrada al terruño y a la utilidad, donde la soledad se hace línea paralela y espacio medido para no tocarse.

Hay mucha sinceridad en la obra gráfica de Arráez, cuando machaconamente habla de la soledad. De entrada, sobre un fondo umbrío, las soledades paralelas se suceden en los Paseantes (2023) apelmazadas en El Bus (2023) y contiguas en La Pelirroja (2023), la pareja posible…, donde la soledad en compañía se muestra triste, desfondada, sin futuro.

La pena es más honda aún en la soledad del Vaso (2023), pozo del olvido, tema que se repite en la escultura Vaso azul (2023). Es la falta de diálogo, el aislamiento como refugio y desesperanza autolítica. Aquí no hay transacción, sólo dolor en medio del desierto oscuro y frío. Quizá sea la consecuencia de una interacción fallida.

Cepas desnudas

En la escultura, ha habido un largo recorrido desde la pura conceptualización de antaño a la contundencia cuadrangular de lo masculino y la sensualidad de lo femenino actual. Han cambiado los materiales y las ideas. Antaño, 1980-85, eran figuras gráciles, estilizados Toreros a punto de fragmentarse, Ahora, surge  la redondez, por plenitud, la línea curva, por femenina y la suavidad, por ser escurridiza. Lo redondo prima, incluso, en el fragor del poder y contrapoder que condensa su Defensa (2023), donde el puño cerrado se convierte en escabel para el abuso. Con esa clave se impone sobre la arista masculina que se presenta rígida, contundente y poco dialogante.

Siempre hay “mozas de partido” y una Mujer maltratada (2004), o muchas, si no por un celta ibérico proxeneta, por un bravucón cerril de pescozones, o por mil circunstancias aciagas del lugar: los hielos, la sequía pertinaz y los pedriscos aleatorios.  En La Mancha, antes que llegara la igualdad, nunca hubo lugar para Dulcineas dengues. En cambio, siempre abundaron mujeres maltratadas, hercúleas, de solidez bíblica, que trabajaban desde antes de salir el sol y seguían haciéndolo muchas horas después del ocaso. Aquella fue tierra trágica de esclavitudes y Arráez rinde homenaje a las mujeres forzudas, con callos de resistencia, en Herencia.

Este escultor es un Pensador (2002) de silencios profundos, mirada interior y ceño oblicuo que, a veces entre manos que aplauden y siempre sobre una mano firme, sostiene su credo peculiar y la fe en sí mismo, sin añadidos postizos, ni apellidos de escuela.

Como otro Alonso Quijano cabalga en pos de su aventura existencial: ser auténtico y fiel a sus pensares y sentires. Incluso cuando habla de la Pensadora (2006), la crea matérica, cuadrada y cerrada, centrada en sí misma, inamovible como un dogma, porque quien piensa por sí mismo es tozudo, cabezón, poco o nada manipulable. Don Quijote, el pensador, logró volver loco a Sancho, icono de aquellos cuius deus venter est. Aquel pensador dejó de estar loco para morirse, pero ya tenía hecha la simienza en el haza de Sancho donde se renueva la utopía. Hoy por hoy, Arráez es también un caballero de La Mancha.

Temas:

Árbol de la vida

1.- La ya larga trayectoria de Arráez arranca con el arte povera, recogiendo aperos agrícolas, viejos, desechados e inservibles, que su ingenio rescata del olvido y, en su yunque, cobran alma nueva, transformándose en  Árbol de la vida (2004), pletórico de frutos y promesas, o en Creación (2004) que alumbra un ciclo redentor para la vida, siempre luminoso en cuanto se integra el ocre del óxido, por noble y por vestigio.

De esta fase es su Mama nene (2005)** una maternidad  sincrética, madre e hijo a la vez, que crean entre ambos un segundo útero, el espacio de la urdimbre primigenia (Rof Carballo) promovida, al unísono, por el amor incondicional y el condicionado. Es ahí, donde fluyen transacciones de gran carga oréctica: caricias incondicionales,  permisos,  risa lúdica  y la germinación de un proyecto existencial que infunde energía al hijo, con el que la madre se recrea. Todo grupo es un útero, dejó dicho Carl Rogers, porque la humanidad se reconforta en el grupo y renace de él.

Recientemente, en sentido contrario, su última Paternidad (2023) muestra un padre – trono, anguloso y omnipotente, tan hierático como una virgen románica, pero mucho más posesivo, con el hijo disminuido entre sus garras. También este tema tiene raigambre en la cultura agrícola manchega, porque el hijo, desde niño, es el primer esclavo del padre hasta que se casa. Después, es su primer azacán. Aquí, no hay grupo porque no hay libertad, todo es explotación en la miseria, de los que Cercas llama pobres con tierras.

2.- La feminidad en Arráez es el reino de la curva, de la sensualidad y la intimidad desde su Endometrio (2015), el  poder de concebir orlado por una aureola de santidad y la Pregestante (2000), el vacío por fecundar.

Cuando se confiesa animal, aparece como Sirena (2005), o Pez serpiente (2014) curvilíneas, de tersura escurridiza y movimiento ondulante. Es capaz, porque es un creador.  Pero la personalidad del autor va por otros derroteros.

Sus torsos femeninos son grandiosos, hiperbólicos, de sugestión machihembrada en su Venus del desierto (2023), que dialoga exultante con el deforme Torso de Hefesto (2023). Ambos en mármol travertino, que es color de tierra arenisca, heterogéneo y de veteados caprichosos. Así, como un nuevo Apolo omnipresente, muestra Arráez a sus dioses: a ella exultante, con la cabeza en bandolera y dominadora; y a él, el marido burlado, minusválido y humillado en su fragua de hollines negros. La infidelidad en la pareja es un juego, dramático y trágico; pero es un modo de relación, donde la transacción es ulterior, tácita y asimétrica; uno gana y otro pierde, hasta que se destapa el juego y pierden ambos. Es un juego transaccional de perdedores. La Pareja (2023), en cambio, se abraza con manos de tres dedos. Es la comunión en un proyecto compartido, cuando los dos piensan en la misma dirección y hacen sinergia.

Cuando la pareja se pone de frente, como sugiere La Bañera (2023), los amantes, también con manos de tres dedos, se miran encantados y  se arrullan ensimismados, ajenos a todo lo demás. Aquí el material es de Carrara y Macael, porque lo blanco es limpieza y fulgor, energía que fluye, amor que enardece los cuerpos.

Político

3.- La idea que Arráez nos enseña sobre el poder en su Político (2015), encapotado como un rabadán, sólo deja ver caras negras, la impostura, la oscilación de la realidad que nunca es la que es, sino la que mejor conviene. Este Político tiene tantas caras como Sancho Panza refranes;  por eso, le reprocha don Quijote no sólo ni  eres buen callar, sino mal hablar y mal porfiar. El caballero está desesperado por la facundia parlanchina de su escudero que saca de su refranero sapiencia para todo. Hoy el refranero es la ideología, pero la omnisciencia del político es idéntica a la de Sancho Panza, plagada de sentencias, verdades irrelevantes y conclusiones engañosas con las que engatusar.

El poder en la escultura de Arráez siempre está subido en la chepa de alguien: Unas veces, es un Totem (2010) que pretende la ascensión, por medio de un hierofante, porque los dioses siempre han contado con profetas, sacerdotes y aun sacristanes dispuestos a divinizarlos con sus liturgias.

Otras veces, es una criatura que aplasta a su madre exhausta en Quién manda (2023). El niño verdugo, sin duda un fenómeno social bien conocido por un profesor de instituto, es un tirano desde los primeros años de vida, que nunca se emancipa; chantajea a la madre con mil trucos, impone a los Reyes Magos la comanda con marcas de moda, indispone a los padres contra los profesores, se enseñorea del jornal que los padres traen a casa y no se cansa de pedir, es decir, mandar y experimentar sensaciones. Cuando llega a la adolescencia ya no hay manera de domarlo, ni es tiempo. El niño verdugo es agente de un juego de poder diacrónico, primero es Perseguidor, y luego, termina en Víctima; en todo caso, un ser humano desgraciado, difícilmente recuperable. Y, hoy, los poderes públicos, con miras a destruir la familia, son comparsa del proceso. Cuando todo está perdido, sólo queda la Plegaria (2011), la madre dolorosa, con el proyecto fallido de hijo, muerto en su regazo.

Es muy sugestiva la figura del Indignado alegre (2010). No es una paradoja, sino una descripción. Ante la prepotencia avasalladora que niega la posibilidad al diálogo y sólo admite la resignación, sólo cabe la indignación por el abuso; pero, como consuelo, se esboza la sonrisa, o la carcajada, o la reacción irónica que hace un chiste amargo. Es la transacción de la horca, una diablura en el alambre que no tiene red debajo.

En Formas cooperantes (2015), en cambio, el poder singular se multiplica. Las manos que se acarician y juntan su esfuerzo constituyen un núcleo de poder y hacen posible que dos y dos sean más de cuatro, tal como apostrofó  Kurt Lewin. Frente al otro, ninguno de los dos es un número natural, sino una fuente de energía, la de su poder personal, que enerva al del contrario, se funde con él y se acrecientan recíprocamente.

Cristo yacente

4.- La Religión (2023) es un tema crónico en el artista. Ya he aludido a dos esculturas de tema religioso: Totem y Plegaria. Cuando alguien vive con sus creencias, se desentiende de vivir con los demás, se cobija bajo una capucha que apunta al cielo, vive para su Dios y olvida la máxima evangélica: si no amas a tu prójimo a quien ves, cómo vas a amar a Dios a quien no ves. Pese a ello, la transacción en este ámbito aspira a ser mística y está preñada de ambición por lo absoluto. Son paradojas. La vida consagrada  huye del mundanal ruido y, bajo un sayal medieval, se enfrasca en rituales y cantos gregorianos, ondulantes y somníferos, vaporizándose hasta lograr que los senos sean cóncavos, con los pezones hacia dentro, para mejor alimentar obsesiones y delirios. Dice Voltaire: a menos supersticiones, menos fanatismo y, a menos fanatismo, menos desgracias. Pero, él era un ilustrado.

El Cristo zurdo (2000), en madera, está impregnado de espiritualidad románica. Mientras, con los brazos abiertos, mantiene la mano izquierda  en puño aferrado al clavo de la salvación, la derecha se ondula para acariciar, o donar compasión,  o dirigir la plegaria con una batuta imaginaria. Es un Cristo cómplice del espectador, endurecido por su agonía, pero bien dispuesto para el otro.

Salvador es quien hace demás por el otro. Cristo pudo decir en Belén consumatum est.  Para redimir, no tenía que llegar al Gólgota, ya que cada uno de sus sufrimientos tenía valor infinito. Con el primer llanto de Nochebuena, por frío o por hambre, hubiera bastado. Si fue humillado y sacrificado en la cruz como un facineroso, fue por cuestiones ideológicas, por zurdo, dice Arráez, por echar un pulso al poder y perderlo. Que todo un dios muriera en un patíbulo denigrante es una gran e incomprensible hipérbole y la mayor paradoja de todos los misterios.

Su Cristo yacente (2009), hiperrealista, descansa plácido, avejentado, sin poder, víctima de la misión cumplida, con todas las huellas de la tortura recibida. Es el mero cadáver de un hombre, sólo hombre, que espera sepultura, pero mantiene abierta la boca.

Conclusión:

Arráez es un escultor de amplio espectro en las formas y en la temática. La unidad de su obra está en la interacción humana, sus encuentros y desencuentros; la contradicción intrínseca de la humanidad entre su ambición de sublimidad mística y la penuria de la desesperanza. Al creador, le preocupa el poder que admira, pero se ocupa de la dinámica en prosa, ordinaria, la que le ha hecho madurar como artista.

*Todos los términos en cursiva corresponden a títulos de obras.
** La supresión del acento en la palabra Mama denota la identificación de Arráez con la cultura popular manchega. Allí, la madre no deja de ser fuente de alimento, hasta su muerte.

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