Ha habido muchas películas que han tratado el tema del recuerdo, de aquellos momentos que nos invadieron una vez y que han quedado en nuestra memoria para siempre. Todo el mundo puede tener en su memoria la película Recuerda de Hitchcock, porque Gregory Peck es incapaz de recordar el pasado e Ingrid Bergman intenta que reviva lo que ocurrió. A veces un momento de nuestra vida se queda en la memoria y no podemos apartarnos de él, como en Cuento de invierno (1992) de Eric Rohmer, cuando Charles y Félicie comparten un verano en Bretaña, un verano de amor. El error que ella comete al dar la dirección a su amado es el motivo de que este nunca pueda encontrarla. Félicie trabaja en una peluquería de París y tiene una niña, fruto de aquel encuentro amoroso con Charles, e intenta rehacer su vida con varios hombres pero no puede olvidar a Charles y sueña con un reencuentro.
Con estos mimbres, Rohmer elabora una bella película, como a él le gustaban, con momentos lentos y con una gran insistencia en los planos cortos para enfocar a sus protagonistas y poder radiografiar sus sentimientos. Como Rohmer contó en varias ocasiones, el origen de los “Cuentos de las cuatro estaciones”, llegó por el descubrimiento de una representación televisiva de la BBC de Cuento de invierno de Shakespeare. La escena en que una estatua cobra vida le llevó a pensar en ese reencuentro entre dos seres que se han amado. Charlotte Very interpreta a Félicie, una mujer que vive siempre en su sueño, por ello el comienzo de la película, como prólogo, representa las escenas de amor entre los dos jóvenes porque es el leit-motiv que va funcionando en toda la cinta, el deseo de volver a ver a su amado.
Félicie intenta encontrar la felicidad con otros hombres, un bibliotecario, Loic, que resulta ser demasiado intelectual para ella, y el peluquero Maxence, que se va a vivir con ella a otra ciudad, en cuya planta baja está la peluquería donde ella trabaja. Ni Loic ni Maxence logran hacerla olvidar su amor por Charles, que le persigue. No en vano los trayectos de la chica en metro, en autobús, son espacios de búsqueda, empeñada en encontrar al que fue su gran amor. Félicie abandona a Maxence y vuelve a París, donde vivía antes. Vuelve a verse con Loic pero no para empezar una relación sino para ir juntos al teatro a ver Cuento de invierno. Al ver la estatua de Hermione cobrar vida en escena, Félicie siente una gran emoción. Luego se queda en casa de Loic y al día siguiente va con su hija Elise al zoo. Después se despide porque llega Año Nuevo y cada uno va a pasar las fiestas con su familia. En el autobús de regreso vuelve a encontrar a Charles y el sueño se cumple. Charles y Félicie se besan. Charles, que es cocinero, le propone a Félicie que se vaya con él a Bretaña donde piensa poner un restaurante. Termina la película con un final feliz que parece un cuento, como si todos los sueños se hicieran realidad.
La película muestra el universo de la mujer, porque Charles solo sale en el prólogo y en el final: todo gira a través de ella. Hay colores llamativos al principio de la película que desaparecen al llegar la chica a París, donde ya todo es gris o de colores oscuros (el marrón permanente de la trenca de Félicie, el negro habitual de las ropas de Lois y Maxence). Todo ello representa la rutina, lejos ya de la playa y de la ilusión del comienzo de la historia. Como si Rohmer fuera un pintor o sintiera la influencia de los pintores impresionistas franceses, la cinta nos habla también de estados de ánimo que tienen también su relación en esos colores que simbolizan la vida plena o la vida monótona y gris.
En la película el personaje femenino recuerda a otras cintas de Rohmer como en Las noches de luna llena o El rayo verde. Concretamente, con esta última, podemos ver que Delphine persigue su ideal al igual que Félicie. En esta Delphine encontraba siempre un naipe que representaba un icono que le haría llegar a un final luminoso, en Cuento de invierno la música que aparecía en el prólogo se repite como anunciación de un final feliz. Es una metáfora de la realidad que puede trastocarse de rutina en felicidad. La peluquería iluminada, la estatua que cobra vida en la obra de Shakespeare representan señales del futuro encuentro que va a producirse dentro de poco.
Las dos películas de Rohmer se centran en el azar, pero también en una creencia más allá de lo imaginado, como si el destino existiese. Las casualidades no se dan, porque el detalle de hacer interpretar a Marie Rivière como la amiga que va con Charles en el autobús cuando se encuentra con Félicie es un guiño intencionado para darnos cuenta que los avisos de un final feliz ya estaban trazados (en la música, en la iluminación de las escenas finales frente al comienzo de su vida en París con tonos grises). Por ello, la película no deja de tener un mensaje positivo, como si huyera continuamente de la depresión y el desánimo.
Este juego de tres hombres y una mujer está muy bien trazado, porque solo hay uno que se adapta realmente a ella. En este ambiente de coincidencias y de destino ya organizado por la mente del director, los hombres ocupan el papel de soportes, son seres definidos pero solo desde la mirada de ella, que da sentido a sus presencias.
Rohmer logra filmar una película serena, de belleza calmada y con el amor por los personajes, que retrata siempre de cerca, para que podamos sentir sus presencias y podamos identificarnos con ellos. Cuento de invierno refleja el buen cine francés de un director en estado de gracia. La importancia de la memoria como bálsamo para soportar el presente se hace fundamental, lo que lleva a la protagonista a anticipar el encuentro final, que ya estaba en su mente mucho antes de producirse en la realidad. La intuición y la predestinación también caben como señuelos en esta notable película francesa.