¡Mis queridos palomiteros!
Hoy, 14 de octubre, conmemoramos el nacimiento de la todoterreno Mary Carrillo (Toledo, 1919-Madrid, 2009), el epítome de la artista total en el teatro y el cine español del siglo XX. Más que una “gran dama de la escena”, fue una fuerza imparable, incansable, curiosa e inconformista. Además fue una de las primeras que rompió el techo de cristal en la interpretación española. Además de intérprete, escritora y pintora, su legado esquivó los tópicos de la intérprete clásica; nunca dejó de moverse o reinventarse, ni siquiera cuando el público la elevó al pedestal de las leyendas.
Debut temprano
Carrillo debutó muy joven, a los 17 años, en la compañía de Hortensia Gelabert. Inició su carrera sin formación académica, destacando inmediatamente por su instinto y talento natural. En plena Guerra Civil se exilió brevemente en México, donde trabajó con el dramaturgo Alejandro Casona en Prohibido suicidarse en primavera (1937). Aquella gira le abrió las puertas, con apenas 17 abriles, a un nuevo capítulo personal: su matrimonio con el actor y empresario Diego Hurtado.
De esa unión nacieron cuatro hijas, entre ellas Alicia y las populares actrices y humoristas Paloma, Teresa y Fernanda Hurtado, conocidas en el mundo del espectáculo como Las Hermanas Hurtado. Carrillo creaba así una dinastía teatral y familiar que cimentó su visión cosmopolita del oficio. “El teatro no tiene patria, solo escenario”, diría años más tarde en una entrevista para TVE.
De regreso a España en los años cuarenta, se convirtió en un rostro habitual del teatro clásico y del cine de posguerra. Su primera gran película fue Marianela (Benito Perojo, 1940), donde interpretó a la protagonista con una sensibilidad poco común para el cine español del momento. Era el comienzo de una filmografía que cruzaría varias generaciones.

Mary Carrillo fue una actriz de una versatilidad camaleónica: capaz de saltar del drama más hondo a la ironía más aguda sin perder un ápice de profundidad. Su trabajo en El pisito (Marco Ferreri, 1959) la situó entre los nombres más audaces del nuevo cine español. Ferreri la recordaba como “una actriz sin miedo, que entendía el absurdo antes de que el público lo entendiera”.
Años después participó en Nueve cartas a Berta (Basilio Martín Patino, 1966), donde encarnó a una madre que simbolizaba la España contenida y silenciosa de la posguerra. Patino la definió como “una actriz que respiraba verdad incluso cuando no decía nada”.
Ya en los ochenta y noventa, la carismática Carrillo participó en títulos españoles fundamentales como El crimen de Cuenca (Pilar Miró, 1980), La colmena (Mario Camus, 1982) o Entre tinieblas (Pedro Almodóvar, 1983). En estas películas, fiel a su estilo clásico pero abierta a nuevos registros, demostró una notable capacidad para adaptarse a otros tonos narrativos. Ese espíritu de desafío convirtió su aportación al cine español en un referente indiscutible. Tal vez por ello, en 1997 ganó el Premio Goya a la mejor actriz de reparto por Más allá del jardín (Pedro Olea, 1996), un reconocimiento tardío, pero más que merecido.
Artista polifacética
La etiqueta de “artista total” no era un adorno. Carrillo utilizaba la escritura como vía de escape para su permanente inquietud creativa. A lo mejor como catarsis a la intensidad del escenario. De hecho, en 1991 publicó Narraciones y memorias, un libro de recuerdos que es casi una lección de vida profesional. “He vivido más entre bambalinas que en mi propia casa”, escribió con humor y cierta melancolía.
Sus textos muestran una artista reflexiva, a veces crítica con el medio. En una entrevista con ABC (2001), afirmaba: “En el teatro español hay mucho talento, pero poca memoria. Yo no busco homenajes, busco que no se olviden los ensayos”.
Mary Carrillo, en tiempos de estrellas y frente a la tiranía de los focos, prefirió la luz natural de un talento incontestable. Sus películas son el testimonio de una actriz que nunca buscó el protagonismo, sino la verdad del personaje. Pedro Olea dijo tras su muerte: “Mary Carrillo no interpretaba, respiraba a sus personajes”. Esa respiración sigue presente cada vez que su mirada atraviesa la pantalla.
La actriz toledana tampoco necesitó ser una celebridad para ser recordada. Fue intérprete por convicción. En cada papel dejó un pedazo de verdad, en cada silencio una emoción reconocible. Su legado no reside en las estatuillas ni en los carteles antiguos, sino en lo que sus personajes siguen proyectando hoy día en la pantalla. No lo olvidemos, por favor.