Existen dos géneros poco conocidos dentro de la lírica española tradicional. Por una parte, la zarzuela fantástica o de aventuras, con títulos como ‘El asombro de Damasco’ o ‘Los hijos del Capitán Grant’, heredera de las temáticas de Julio Verne y de Emilio Salgari. Por otra, la satírica, aunque con el inconveniente de la velocidad con la que los personajes y los tipos se oxidan. De ambas participa ‘El potosí submarino’ estrenada en 1870, a poco del destronamiento de Isabel II y la llegada de la Primera República. Que ahora el Teatro de La Zarzuela rescata del olvido y da nueva vida.
En su origen las brillante y variada partitura de Emilio Arrieta donde suenan toda clase de aires musicales de su época contaba con un libreto en verso de Rafael García Santisteban, en la que se venía a hablar de un negocio tan fulminante como una explotación del fondo del mar con personajes del mundo de las profundidades, donde transcurre la totalidad del segundo acto. Para esta producción se cuenta con un nuevo libreto del también director escénico y creador del vestuario, el sevillano Rafael R. Villalobos que es una de las grandes estrellas entre los ‘régisseur’ europeos como lo son Calixto Bieito o Emilio Sagi.
Villalobos traslada la historia a la España del ‘pelotazo’ posterior a 1993 con personajes originales sobre los que sin tapujo alguno se proyectan los de hace treinta años: de Mario Conde a Bárbara Rey. Desde el videowall del primer acto se los ve, lo mismo que a Felipe González, Boyer, Isabel Preysler, Juan Carlos I, el príncipe Felipe, Fraga, Ruiz Mateos, Jesús Gil, las estrellas de Telecinco o los personajes de la crónica social.
El retablo se acerca al esperpento berlanguiano enfundado en un histrionismo que preside la puesta en escena. Las estrofas de los diálogos tienen chispa y van mucho más lejos que los de cómicos de show de variedades o los monólogos televisivos. Villalobos ofrece talento y originalidad en la puesta en escena, con una composición disparata de esa ‘corte de los milagros’, en la que no solo cada cantante o actor tienen sus respectivos arquetipos definidos sino hasta los miembros de coro del Teatro de La Zarzuela se presentan creando roles llenos de parodia.
En ese desfile de tipos llama la atención el tacto de Villalobos para evitar que la parodia pueda derivar hacia lo chusco o lo vulgar. Resuelve las situaciones con habilidad y aprovecha las condiciones de un escenario más recortado de lo habitual, con la reutilización de más de tres cuartas partes de las escenografías y vestuarios de anteriores producciones en lo que constituye un detalle, no solo desde la perspectiva del ahorro de recursos sino de la oportunidad con la que se introducen en la acción escénica. Emanuele Sinisi ha diseñado la escenografía, Felipe Ramos la iluminación y María Cañas el video de montaje sobre imágenes de 1993.
La dificultad del reparto está a la vista porque no solo las partituras requieren buenas voces sino que también sean actores y actrices con habilidad escénica para crear estrambóticos tipos. Manel Esteve como ‘Missisii’, trasunto de Mario Conde no solo es un buen tenor sino que esta esplendido como cómico y se demostró en 2024 en La Zarzuela con un ‘Don Hilarión’ de ‘La verbena de La Paloma’ que nada tenía que ver con el de Miguel Ligero (Enric Martinez Castignani en el segundo reparto, un barítono al que se le ha visto en importantes escenarios de ópera y este año en La Zarzuela como faraón sexualmente equívoco en la errática ‘Corte de faraón’), Alejandro del Cerro (y Enrique Ferran) en el camaleónico ‘Cardona’, y María Rey-Joly (Irene Palazón en el otro) en una ‘Perlina’ que es un trasunto de Barbara Rey a la que no se priva ni del látigo de domadora de circo.
Además de Carolina Moncada/ Nuria García Arrés (‘Celia’), Mercedes Granado / Laura Brasó en ‘Coralina’, Juan Sancho/José Luis Sola como ‘El Príncipe’, y la presencia escénica con su habitual vis cómica de Rafa Castejón como ‘Hale-Ale’. Entre otros muchos nombres que pasan por un escenario donde hay mujeres al gusto del sexy de la época, travestidos, no binarios y performers que muestran ‘culto al cuerpo’.
Es previsible que esta imprevista reconversión de una nada representada obra de Arrieta hacia el terreno de la sátira más esperpéntica pueda causar desconcierto y estupefacción en un sector de público que difícilmente es capaz de asumir cambios radicales desde la zarzuela de fantasía a la farsa disparatada de tonos satíricos. Aunque el tono festivo de la producción es un punto a favor, cuando además Villalobos se desenvuelve con frescura en un tono ajeno al drama del belcantismo.
A su favor que este envoltorio paródico carece de zafiedad o vulgaridad. Hay diálogos y situaciones llenas de vitriolo. Como la aparición del padre con traje rosa para referirse a una época en la que el rojo del origen (por el gobierno de Felipe González) quedó desteñido y pasó a otro tono antagónico y rosáceo, el de la ‘beautiful people’ y el ‘pelotazo’.
Para anotar; el debú al frente de la orquesta del director mexicano Iván López Reynoso, que ha sabido aportar frescura a una partitura variada y de interés, que salvo algún tema cantado por coros en nuestro tiempo permanecía tan olvidada como esta obra de finales del XIX que cobra otra vida. Una de las misiones fundamentales de La Zarzuela es dar oxígeno a partituras perdidas y rescatadas del polvo del tiempo, en este caso de esa cueva de los tesoros que es el archivo musical de SGAE.











