Uno de los compromisos más relevantes adquiridos por Pedro Sánchez en su investidura como Presidente del Gobierno fue el de recuperar la convivencia entre catalanes, así como el entendimiento entre Cataluña y el resto de España.
¿Por qué esa relevancia? Porque en el año 2018, el desencuentro en Cataluña y con Cataluña era uno de los mayores problemas del país, en el orden institucional, en el ámbito político, en relación a la economía, incluso en términos de convivencia cívica.
Cuatro años después, hasta el observador más antagónico ha de reconocer a este Gobierno que su gestión ha logrado dejar atrás aquel problema, al menos en su dimensión más dramática.
Quedó atrás el desafío institucional de las leyes de desconexión y las declaraciones unilaterales de independencia. Quedaron atrás la dialéctica amigos-enemigos, el divorcio político radical, el éxodo de las empresas, la quiebra emocional, la ruptura de familias y amistades…
Hoy sigue habiendo dificultades por resolver, desde luego, pero predomina la cooperación institucional, el diálogo político, la confianza empresarial, y la política ha dejado de ser motivo de cancelación para las cenas de navidad.
Hace cuatro años, la mayoría de los catalanes querían dejar de ser españoles. Ahora la situación es la inversa, según la propia demoscopia oficial de la Generalitat.
Nadie asegura que los problemas han desaparecido y ahora es amor todo lo que fluye, pero es incuestionable que predomina la voluntad de encontrarse, de entenderse y de llegar a acuerdos. Y tal constatación es importante.
La evolución no ha sido casual. Los cambios han sido fruto de apuestas y de esfuerzos perfectamente identificables. De hecho, tienen nombres y apellidos, en Madrid y en Barcelona.
La apuesta y el esfuerzo del Gobierno de Pedro Sánchez ha sido, desde el primer momento, la de encarrilar los problemas a través de las instituciones políticas, más allá de los procesos judiciales en marcha. Las llamadas mesas de diálogo se abrieron entre la esperanza de muchos y el escepticismo de unos cuantos. Pero funcionaron.
Los indultos a los líderes del procés fueron una decisión arriesgada, porque no toda la ciudadanía lo entendió. Pero ayudaron a desinflamar las discusiones, quitaron razón al victimismo de algunos, y reconciliaron a muchos catalanes entre sí y con el conjunto de los españoles.
Uno de los objetivos de la reforma del Código Penal que han registrado en el Congreso de los Diputados los grupos parlamentarios socialista y de UP es también éste, el de seguir dando pasos a favor de la confianza mutua, el entendimiento y la convivencia en Cataluña.
Hay otros propósitos. Nuestro Código Penal mantiene figuras cuya primera redacción data de hace más de dos siglos, de tiempos de Fernando VII. Requieren de actualización y modernización. Algunos de los tipos de la legislación penal española no tienen parangón entre las democracias más avanzadas de Europa. Necesitan de armonización y homologación.
La mayoría de la sociedad catalana y del conjunto de la sociedad española coincide con estos propósitos a favor de la convivencia y la calidad de nuestra democracia. La mayoría valora y avala esta evolución positiva en las relaciones entre catalanes y entre Cataluña y el resto de España.
Pero hay a quienes no les gusta. Hay quienes echan de menos el año 2017, la polarización y el conflicto. Son los separatistas de Puigdemont y los separadores de Feijóo y Abascal. Y arremeten contra cualquier paso en el sentido de la recuperación del entendimiento, sean las mesas de diálogo, sean los indultos, o sea la europeización de nuestras leyes penales.
¿Alguien puede estar en contra de una mesa de diálogo? ¿En democracia? Resulta increíble. Pero los hay: Puigdemont, Feijóo, Abascal y quienes les siguen, les alientan y les dan voz.
¿Por qué? Porque su interés no es el interés general, que pasa por la mejora de la convivencia. Su interés político pasa por exacerbar el conflicto para ganar votos, allí, aquí, en el resto de España, enfrentando territorios, enfrentando españoles.
¿Traición a España? No hay mayor traición a España que intentar ganar votos enfrentando a unos españoles con otros españoles.
Seguiremos en el camino de mejorar la convivencia, con diálogo, con entendimiento, con acuerdos. Con la mayoría.
Y ellos también seguirán a lo suyo, me temo.