abril de 2024 - VIII Año

Solo uso la lavadora para lavar

Uso mi lavadora para lavar. Y lo hace pasablemente bien y me hace un buen servicio. Pero no supedito a ella toda mi vida. Ni me compro un modelo cada diez minutos para enriquecer más a las tecnológicas. Ni le consulto como debo hablarle a mi tía ni cómo enfocar el verano. No pretendo que me resuelva toda mi vida ni que me eche a mí de la casa.

Por lo mismo, deberíamos usar la técnica para cosas técnicas. Dentro de sus límites. No esclavizar a ella nuestras vidas, no comprar como esclavos un artilugio cada diez minutos. No creer que nos resolverá todo ni que todo en la vida es una cuestión técnica. Deberíamos saber que hay mucho más que técnica. Y que hay mundos maravillosos e infinitos fuera de la técnica. Y que ella no lo controla todo, ni lo encierra todo, ni todo es cuestión de fórmulas. Que todavía existe lo humano y lo divino y lo vivo. Y que aún queda naturaleza mucho más rica y matizada que el mundo fabricado y artificial. Y que todavía quedan los sueños no fabricados y los sentimientos no fabricados y todo un mundo lleno de encanto no fabricado. Y un dinamismo que no se reduce a repetir las mismas fórmulas cansinamente ni los programas ni los códigos. Que las personas no cabemos en ningún código y somos libres y creativos e impredecibles. Y si no lo somos, no valemos la pena y no somos nada.  Porque también pretenden fabricarnos a nosotros, y programarnos a nosotros y que todo sea fabricado y artificial.  Y muerto y formulario. Sin misterio ni profundidad. Sin interior ni aliento profundo. Sin espíritu, por qué coño no decirlo ya. Y el espíritu no se fabricará nunca, señores técnicos infatuados como ranas hinchadas.

Yo uso la lavadora solo para lavar y le doy su lugar en la cocina. Pero todo lo demás lo hago yo sin ella y ella no va a ser nunca la dueña de mi vida. Ella cumple (si todo va bien) el programa que yo le marco, pero a mí nunca me gustó que me pusieran programas. Y soy un humano rebelde como Camus y nunca me meterán en programas rígidos ni en fórmulas. Y me descojono de risa con los algoritmos y la idiotez artificial porque yo no estoy en esos parámetros. Y en esos parámetros no está ningún ser humano, solo cifras abstractas, masivas y vacías. Y aunque pretendan sustituir al hombre libre y con alma por el artefacto fabricado y programado, al final no les será fácil. Algo explotará en los seres humanos contra esa brutalidad imbécil. La vida os derrotará, dijo George Orwell. Y la vida no son los simulacros de vida que se fabrican en los laboratorios. Las lianas saldrán delirantes por los muros y por los ojos de las personas. Y habrá melancolías visionarias que nadie podrá reducir a fórmulas.

Solo uso la lavadora para lavar. No pretendo que me resuelva la vida entera ni me paso todo el día estudiando como funcionan. Y aunque me laven la ropa, la ropa la pongo yo y la visto yo. No dejaré que me ocupe toda la casa ni que ocupe toda mi vida. Hay tantas cosas fascinantes e infinitas en mi vida aparte de mi lavadora. Ella no es más que una lavadora.

Lo mismo deberíamos hacer con la técnica. No es más que la técnica. Y aunque nos hace ciertos servicios (pero en muchos casos nos complica la vida, decidme si no es más fácil empujar una puerta que esperar a que al mecanismo automático le dé por funcionar) no es más que eso. Nunca sustituirá la imaginación ni la intuición ni la creatividad, por más digan sus fanáticos adoradores que lo quieren reducir todo y empobrecer todo.  Y de paso controlar todo y vigilar todo. Y encerrar todo.  La técnica no es más que la técnica. Y en ningún caso sustituirá la mirada contradictoria y de infinitos matices que yo pongo al atardecer pensando en la vida y la muerte. O los infinitos sentimientos inclasificables que me suscita mi amante cuando vamos en tren.

Solo uso mi lavadora para lavar. Le estoy agradecido (cuando funciona) pero no espero más de ella. Ni me voy a entregar a ella ni la voy a adorar. Ni estaré toda la vida hablando de ella. Ni dejaré de leer a Shakespeare o escuchar a Schubert para atenderla a ella. Joder, no es tan difícil de entender, no es más que una lavadora. Ni me va a enseñar filosofía ni por qué existen las religiones ni por qué a veces estamos tristes sin saber por qué. Ni por qué a veces estamos increíblemente alegres sin saber por qué, y queremos compartirlo con alguien. La lavadora no me va a dar lo que me dan los poemas de Amado Nervo o de Verlaine. Ni lo que me sugirió aquella desconocida que vi una vez desde un tren tras una ventana encendida.

Por lo mismo, deberíamos usar la técnica solo para cosas técnicas. Y hay infinitas cosas en la vida que no son cuestión de técnica. Ni de fórmulas. Qué miserable sería todo en ese caso. Y no le daré un poder absoluto a la técnica como hacen muchos ni será mi oráculo para todo. Ni dejaré de usar mis piernas para usar un artilugio. Ni de dejaré de usar mis ojos por un artilugio. Ni les cambiaré mi alma (sí, mi alma ¿os suena mal?) por un aparato programado y con obsolescencia programada. Estoy aquí, soy yo, joder, y no me encerraréis en una fórmula. Ni me fabricaréis ni me diseñaréis. Estoy aquí como Albert Camus y mi vida y mi dignidad humana se rebelan conmigo contra esta cosificación, contra este encierro universal.

Y ahora vendrán los simplones idiotas y dirán: Este hombre está contra la lavadora. Desde luego, hay una pandemia universal de estupidez. (Ya lo decía Georges Bernanos: “la cólera de los imbéciles ha llenado el mundo”). No estoy contra la lavadora, coño. Lo que quiero es que no me ocupe toda la casa. ¿Es tan difícil de entender?

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