octubre de 2025

PALOMITAS DE MAÍZ / ‘American Buffalo’: La afinada precisión de Ignasi Vidal revalida el Mamet más crudo y necesario

¡Mis queridos palomiteros!

En la Sala Guirau del Teatro Fernán Gómez —icónico centro cultural del que a menudo damos cuenta de sus espectáculos y dirigido por Juan Carlos Pérez de la Fuente— el joven director y actor Ignasi Vidal afronta el reto cada noche de poner en escena American Buffalo.

Se trata de una pieza esencial de David Mamet, autor de títulos teatrales tan emblemáticos como Glengarry Glen Ross —Pulitzer en 1983 y auténtico latigazo contra el capitalismo feroz— o guiones de cine como El cartero siempre llama dos veces (Bob Rafelson, 1981).

Vidal lo hace sin artificios ni grandilocuencia. Tan solo imprime a la narración buen pulso, seco y descarnado para ser más precisos, que recrea con total fidelidad el realismo que la obra exige. En American Buffalo no hay concesiones al espectador, que se adentra en un espacio claustrofóbico para asistir a un drama donde los grandes sueños, las grandes promesas y la búsqueda incesante del dinero o la felicidad —a veces para algunos son lo mismo— se desmoronan en el ambiente gris y retorcido de la chatarrería de tres al cuarto que Don tiene en Chicago, donde se desarrolla toda la acción.

Por su lado, la escenografía diseñada por David Pizarro y Roberto del Campo convierte la tienda en un personaje más: estantes abarrotados, objetos inútiles, sofás hundidos, un ecosistema mugriento que se siente cárcel invisible y espejo de la promesa fallida del consumo. Además, la iluminación quirúrgica de Felipe Ramos, con sombras duras y bisturís de luz, resalta sudores, nervios y silencios más que la acción.

En este sentido, el vestuario de Sandra Espinosa prolonga esta estética, acertadamente afeada. Don viste como quien sobrevive a duras penas; Teach luce prendas llamativas que disfrazan mal su precariedad; Bob aparece atrapado en ropas heredadas, condenadas a nunca encajar.

Ese aire de asfixia encuentra su centro en las interpretaciones. David Lorente, que ya ha mostrado su versatilidad en títulos como El reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018), encarna a Donny Dubrow, un hombre que ya se ha dado por vencido pero que aún conserva cierta dignidad. Él, para sus amigos, representa el falso cimiento moral del grupo. Es paternalista y está resentido, tal vez por ello se lanza a un plan absurdo en un intento por recuperar una migaja de la ilusión que conoció alguna vez.

Israel Elejalde, conocido por su intensidad y versatilidad tanto en cine como en teatro (Madres paralelas, Pedro Almodóvar, 2021; La partitura, Miguel del Arco, 2025) — donde estuvo especialmente brillante—, convierte a su personaje, Walter “Teach” Cole, en tsunami de sensaciones si ordenar. Unas veces es un paranoico, otras es un tipo iracundo, al tiempo está necesitado de autoafirmación, es el motor del caos que busca en cada esquina conspiraciones para justificar su propio fracaso… Eso sí, Elejalde hace un trabajo exquisito, elegante, con diálogos duros pero muy bien disparados, dando por tanto un valor muy importante a su interpretación y a un rol inolvidable.

Frente a ellos está el joven Roberto Hoyo, revelación en películas como Cuando la noche no termina (Óscar Montón, 2023) y en el cine más reciente, imprime a Bob un caparazón de vulnerabilidad desarmante, que es una mezcla de ingenuidad y desamparo que lo condena a ser víctima de la codicia ajena. Entre los tres construyen una tensión eléctrica donde miradas y silencios dicen tanto como las palabras.

No puede faltar en esta crítica una mención al excelente trabajo de traducción de Borja Ortiz de Gondra, quien respeta la brutal musicalidad del “Mamet-speak”, ese idioma hecho de frases truncadas, tacos e interrupciones permanentes que en este caso suenan con total naturalidad. El lenguaje está tan bien actualizado que lo podríamos escuchar en cualquier esquina de barrio. Esa oralidad, que parece caótica, es la verdadera arma de Mamet para revelar la precariedad, la frustración y la mezquindad de sus personajes.

Todo ello pone en valor las cualidades de Vidal, que conduce la obra con equilibrio admirable: alterna parones que parecen no llevar a nada con estallidos de violencia verbal que lo distorsionan todo. Y es ese vaivén, con tan buen engrase, lo que atrapa al público en una espiral de incomodidad creciente, donde lo accesorio convive con lo doloroso y donde cada silencio se siente como una amenaza. A fin de cuentas, cuando lo cómico y lo mezquino se funden es para recordar que en la tragicomedia American Buffalo no hay héroes, todos son perdedores.

En definitiva, American Buffalo —por todas las virtudes antedichas—, confirman a David Mamet como un espejo implacable en el que aún nos reconocemos. Y Vidal revalida su talento y su madurez como director de actores con la de firma de este espectáculo necesario que desnuda, entre cajas sucias y polvo, la fragilidad humana y el fracaso colectivo de un sueño -el americano, el nuestro- que nunca llega a cumplirse. ¡Obra imprescindible!

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