julio de 2025

PALOMITAS DE MAÍZ / ¿Quién arregla lo que no se ve? ‘Goteras’ pone el foco en lo que cala por dentro

¡Mis queridos palomiteros!

Hoy finalizan las funciones de Goteras en el Teatro Bellas Artes de Madrid —de cuyos espectáculos damos cuenta—, que dirige don Jesús Cimarro y que además es el máximo responsable de la productora Pentación Espectáculos. Con gran acierto ha llevado a este icónico recinto una de las piezas teatrales con más chicha del panorama teatral contemporáneo en lo que se refiere a los viajes cronotópicos, producida por MIC Producciones y Producciones 099.

En Goteras el tiempo se cuela por el techo con la misma obstinación con la que lo hace en nuestras vidas: poco a poco, sin aviso, y dejando marcas. La nueva propuesta dirigida por Borja Rodríguez y escrita por Marc G. de la Varga parte de una premisa tan inverosímil como profundamente humana: ¿qué pasaría si el vecino que vive encima de ti resultara ser tu yo del futuro?

No estamos ante una comedia ligera ni ante un mero divertimento de enredos temporales. Goteras articula una reflexión sobre las oportunidades perdidas, los caminos desviados y esa contradicción que nos acecha a todos: querer cambiar lo que somos sin tener claro en qué momento dejamos de ser lo que queríamos.

El gran acierto de la función reside en el desdoblamiento del protagonista: Gonzalo Ramos, con su energía juvenil, encarna a Toni en su versión más impulsiva, soñadora, frustrada por la precariedad y la sensación de estar encallado en la vida; mientras que Fernando Albizu, con su inconfundible presencia escénica, da vida al Toni de dentro de treinta años, ese “yo” que sobrevive sin brillo, reconvertido en vigilante de aparcamiento y arrastrando una existencia que nunca llegó a despegar.

Ambos actores construyen con precisión esa tensión entre lo que se es y lo que se pudo haber sido. Ramos, al que muchos recuerdan por la serie juvenil Física o Química (2008-2011) o sus trabajos recientes como Papá por sorpresa (Renzo Amado y Jesús Álvarez Betancourt, 2024), muestra aquí una madurez actoral bien afianzada.

Albizu, por su parte, recupera la vena cómica de sus personajes más entrañables (El buen patrón, Fernando León de Aranoa, 2021; Gordos, Daniel Sánchez Arévalo, 2009) para aportar profundidad a un personaje que, pese al absurdo de la situación, jamás cae en la caricatura.

Aunque el tono general es cómico -con gags bien medidos, ritmo ágil y diálogos punzantes-, la obra no rehúye de su fondo melancólico. Lo que empieza como un juego de identidades y paradojas temporales va adquiriendo un tono crepuscular: el protagonista joven quiere evitar el futuro que encarna su doble maduro, pero cada intento por cambiarlo parece conducir al mismo punto. Aquí el humor se vuelve mecanismo de defensa, estrategia de supervivencia ante lo inevitable.

El espectador ríe, sí, pero esa risa arrastra una cierta incomodidad. Porque todos, en algún momento, hemos sentido la tentación de mirar atrás y preguntar: “¿Dónde me equivoqué?”. Y todos, de poder hacerlo, habríamos querido advertir a nuestro yo del pasado. La respuesta que propone Goteras no es ni optimista ni derrotista, sino radicalmente honesta: quizás el futuro no pueda evitarse, pero sí podemos mirarlo con ojos nuevos.

Además, Goteras es una carta de amor —o de complicidad crítica— a ese mal llamado subgénero de cine de viajes en el tiempo. Desde los guiños al cine de los años ochenta, hasta el cartel de Regreso al futuro —que preside la común estancia donde se desarrolla toda la trama—, la obra dialoga con inteligencia en torno a la metáfora sobre la redención del ser humano en situaciones límite. Pero, a diferencia de la narrativa audiovisual, aquí no hay DeLorean ni tercera parte: el viaje ocurre en el salón de casa, y el retorno nunca es total.

La escenografía, por su lado, divide el piso donde transcurre la aventura en dos alturas, y sus escaleras y puertas superpuestas refuerzan la idea de que nuestro tiempo va tan rápido que no hay posibilidades para reaccionar como quisiéramos. En cuanto a la dirección de Borja Rodríguez podemos decir que se apoya en transiciones limpias, así como el espacio sonoro y el diseño de iluminación resultan eficaces, dado que consiguen delimitar con elegancia las zonas donde conviven la realidad y los recuerdos.

Gloria Albalate, con una intervención breve pero cargada de simbolismo, aporta el contrapunto femenino a este universo tan masculino y autorreferencial. Su personaje funciona casi como un oráculo silencioso, como esa mirada que nos llega desde otro ángulo de la existencia, con menos miedo y más autenticidad. Albalate, con experiencia en teatro lírico y piezas de cámara, brilla aquí por su contención y presencia escénica.

Por todo ello, podemos concluir que Goteras no solo funciona como comedia o como experimento temporal, sino que además es una atractiva comedia sobre la conciencia o la idea general del tiempo vivido y por vivir, y sobre aquello que ya sabemos que nunca sucedió. La convivencia entre uno mismo y su reflejo en el futuro se convierte en una alegoría sobre la madurez, sobre cómo aceptamos —o resistimos— lo que la vida nos depara.

Finalmente, con unas interpretaciones sólidas, una propuesta escénica fresca y un texto que evita la moraleja fácil, Goteras se convierte en una de las sorpresas teatrales del verano madrileño. Un recordatorio de que, a veces, basta con escuchar una gota para entender en qué parte del tiempo nos encontramos.

COMPÁRTELO:

Escrito por

Archivo Entreletras

Verdades y mentiras sobre una gran ley de educación
Verdades y mentiras sobre una gran ley de educación

La nueva Ley de Educación constituye una gran apuesta por la igualdad y la calidad en la enseñanza. Y no…

Carmen Posadas y su feria de las vanidades
Carmen Posadas y su feria de las vanidades

Por Javier Velasco*.- / Enero 2019 La última novela de la escritora Carmen Posadas está a medio camino entre la…

Hay que derogar la ley mordaza
Hay que derogar la ley mordaza

El gobierno del PP impuso en el año 2015 la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, que de inmediato…

49