Conocí a Peter Handke por referencias a ciertas citas suyas recogidas en alguno de los ensayos de Bying Chul-Han (Muerte y Alteridad). Me llamó la atención su prosa críptica y aforística. Las citas eran todas de un libro, El peso del mundo, una especie de diario o, mejor dicho, de apuntes en el sentido canettiano si nos referidos al hecho de recoger ocurrencias poco meditadas sobre asuntos bien dispares que abordan aspectos profundos y otros más livianos del día a día.
He de reconocer que la lectura del libro me dejó un poco confuso, me esperaba otra cosa, algo más directo al estilo Chul-Han. Digamos que iba ya con prejuicios establecidos y eso no es bueno cuando se abre un libro. En algún momento le daremos otra oportunidad.
Con La noche del Morava la cosa ha sido distinta ya que en este caso, y siempre siguiendo las referencias que había encontrado sobre el autor austríaco, apostaba a caballo ganador dado que en varios sitios leí que se trataba de la mejor obra del polémico premio Nobel.
Poco más sabía a priori sobre la misma, salvo que se trataba de una especie de libro de viajes que arrancaba en los Balcanes cuando todavía estaban supurando las heridas étnicas del último conflicto civil (una región y un conflicto muy vinculados con el autor) y que circularmente le llevará por diferentes lugares de los propios Balcanes, Italia, España, Alemania o Austria.
En cuanto a la sinopsis, podemos agregar a lo anterior, que el viaje lo realiza un antiguo escritor el cual cita a una serie de amigos de la más diversa índole en su casa-barco arribada en el río Morava; su intención es contarles las peripecias de su larga travesía. Se trata de un viaje exterior pero también interior, porque el libro realmente esconde un puñado de reflexiones de Handke sobre variopintos temas como el asunto de los Balcanes, el amor o el mundo de la escritura. Entre esos amigos que escuchan todas las historias y peripecias que le sirven de excusa para ahondar en lo esencial, está el narrador de la historia (uno de sus amigos) que es quien cuenta desde fuera todo lo que acontece en esa larga noche de confesiones.
Todo comienza en Porodin, una localidad serbia de la que parte el antiguo-escritor (que es como se auto refiere siempre al protagonista en ese afán continuo de guardar distancia con lo que fue) y de la que huye no sabiendo muy bien por qué, aunque con las páginas uno se va dando cuenta de que lo que pretende realizar el escritor es un viaje iniciático (hasta lo circular concuerda), con la intención de borrar de su alma todo aquello que le pesa como una losa.
Hay que decir que el recurso del viaje es recurrente en la obra de Handke, apareciendo también en otros trabajos. También el hecho de haber creado un universo propio que recorre su obra con personajes ficticios que aparecen aquí y allá al estilo Faulkner o incluso Onetti (tal es el caso de algunos supuestos escritores citados en La noche del Morava que resultan ser invenciones de Handke y que cobraron su protagonismo en otras novelas).
De ese viaje, sobresalen episodios pintorescos que rozan lo surrealista y que en determinados momentos hacen recordar un poco al estilo fantasioso de Cărtărescu o de Kafka (al que menciona en más de una ocasión) en aquello de romper la realidad prosaica del mundo, introduciéndole matices irónicos y desquiciantes que invierten totalmente cualquier atisbo de racionalidad en una novela que arranca como una crónica en el análisis de los restos de esa Serbia semiderruida de principios del siglo XXI, pero que va entrando en espirales delirantes que nos llevan por ejemplo a un congreso de escritores en Numancia la nueva (entendemos que Soria, claro) donde se reivindica el derecho al silencio o un concurso internacional de Birimbao celebrado en Alemania con toda una suerte de músicos disparatados.
¿Y qué decir del apoteósico final del libro, un ejercicio unamuniano que nos acerca mucho a ese supuesto subgénero creado por el escritor vasco, la nivola, o el arte de que los personajes tomen consciencia de su papel real en el libro y, por lo tanto, en la asunción de su total impostura?
Y todo este melón abierto de ocurrencias varias (en el gran sentido de la expresión) no tendría mucho sentido sin esa prosa poética tan afilada, la cual nos vuelve a acercar a Cărtărescu en las disertaciones ya que es posible ver en ellas mucho en común. En concreto, en aquello de abordar un supuesto asunto menor que aparentemente no merece el mínimo interés pero al que van dotando de gracia, expandiéndolo como si fuera la masa de un pan a punto de ser horneado, transmutándolo en una realidad absolutamente desvirtuada que te hace dudar de la verdad que en un principio pudiera parecer irrefutable.
He aquí uno de los muchos ejemplos que hay repartidos a lo largo del libro:
(…) Mientras los dos estuvieron en camino juntos-de camino aún sin moverse del sitio-, los trenes y los autocares, por excepción, circularon por el continente sin accidente alguno, no estalló ninguna guerra nueva; no se les murió ningún allegado, y a los que estaban enfermos, durante ese tiempo, de todos modos demasiado finito, tenía que ocurrir eso y tenía que ser posible así.
Durante su partida juntos —una partida también en estado de reposo— los delantales blancos de los cocineros volvieron a ser blancos, más blancos que en cualquier anuncio de detergente en polvo; el sol se dejaba ver sin el peligro de cegar a nadie (…).
Onetti también era un maestro en eso mismo. Es como si al leer el texto, uno pudiera ir acompañando al autor en su proceso de creación, que está sujeto a devaneos y giros continuos pero que no estorban en absoluto, ni al escritor ni al lector. Esta manera desgarrada y pura de narrar (entiendo que con poca o nulo proceso de desbroce) no es nada sencilla y solamente está al alcance de los grandes maestros.