marzo de 2024 - VIII Año

Alejandra Pizarnik, cuando la sombra araña el alma

La noche es un vagón sonámbulo que enlaza las horas con el sonido del silencio. Los ojos parten destino al abismo, a la oscuridad amarga que rasga el aire con la luz vacía de esa palabra que nunca pronunciamos.

Duele el compás seco de la soledad que avanza, del grito fermentado en la garganta, anterior a la sequía de los pasos. Duele la plenitud de la melancolía, que contempla el cielo moribundo. Duele la angustia en su engranaje de tiniebla.

28 de abril, 1958, Alejandra Pizarnik escribe en su diario: «Pierdo los días, la vida, el sueño. Pero yo no tengo la culpa si deseo, a la vez, la muerte y la vida, al mismo tiempo, a la misma hora. Y lo quiero todo al mismo tiempo. Me angustio porque quisiera ser todo y sólo soy nada».

Decían de ella que había nacido con la oscuridad en el alma, esto hizo que se sintiera siempre una mujer extranjera en el mundo. Su niñez marcada por el miedo, el desencanto y el vacío, dieron lugar a su rebeldía, a su aire trágico, a su pasión, nutridos estos por las tinieblas que tanto contribuyeron a su obra poética. Navegó siempre entre la locura y lo onírico, exploró el sufrimiento como nunca antes lo había hecho nadie y nos dejó como legado una obra excepcional.

Alejandra Pizarnik nace el 29 de abril de 1936, Avellaneda, un suburbio de Buenos Aires. Su familia era de origen ruso-judío, y arrastraban de forma permanente el dolor de haber dejado su país de origen, las marcas del Holocausto, del horror y las pérdidas personales vividas durante la guerra. Todo esto crea en ella una impronta, que no la abandonará nunca.

Desde niña haya refugio en la literatura y más tarde en la filosofía, ya que desde muy temprano aparece en ella la necesidad de escribir, la rebeldía ante el rechazo de una madre que valora más a su hermana, una salud delicada y una afectación en el habla, hicieron que siempre se percibiera distinta, como una suerte de personaje en el que no se reconocía.

Después de cursar estudios de filosofía y periodismo, que no terminó, Pizarnik comenzó su formación artística de la mano del pintor surrealista Batlle Planas. Entre 1960 y 1964 vivió en París, una de las etapas más gratificantes de su vida, comienza a trabajar para la revista Cuadernos, realiza traducciones y críticas literarias y prosigue su formación en la prestigiosa universidad de La Sorbona; forma parte asimismo del comité  de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles y de otras revistas europeas y latinoamericanas. Durante sus años en Francia comenzó su amistad con el escritor Julio Cortázar y con el poeta mexicano Octavio Paz, que escribió el prólogo de su libro de poemas Árbol de Diana (1962).

En 1965 de regreso a Argentina publicó algunas de sus obras más destacadas; su valía se vio reconocida con la concesión de las prestigiosas becas Guggenheim (1969) y Fullbright (1971), que sin embargo no llegó a completar. Sus amigos dijeron que, tras volver de París, empezó a crear una costra progresiva de aislamiento a su alrededor. Tras la muerte de su padre llegaron los intentos de suicidio. Su dependencia a las pastillas para dormir se volvió más intensa, desesperada casi, de manera que en 1972 fue ingresada en un psiquiátrico bonaerense a raíz de un intenso cuadro depresivo; el 25 de septiembre de 1972, aprovechando un permiso en el hospital, termina tomando 50 pastillas de seconal. Ya no hay vuelta atrás, finalmente Alejandra Pizarnik halló su liberación. Tenía 36 años.

Había publicado sus primeros  libros en los cincuenta,  pero sólo a partir  de Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965) y Extracción de la piedra de la locura (1968), encontró Alejandra Pizarnik su tono más personal, tributario al mismo tiempo del automatismo surrealista y de la voluntad de exactitud racional. En esa tensión se mueven estos poemas deliberadamente carentes de énfasis y muchas veces hasta carentes de forma, como anotaciones alusivas y herméticas de un diario personal. Su poesía, siempre intensa, a veces lúdica y a veces visionaria, se caracterizó por la libertad y la autonomía creativa.

Su obra lírica comprende siete poemarios: La tierra más ajena (1955), La última  inocencia (1956), Las   aventuras   perdidas (1958), Árbol   de   Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Después de su muerte se prepararon distintas ediciones de sus obras, entre las que destaca Textos de sombra y últimos poemas (1982), que incluye la obra teatral Los poseídos entre lilas y la novela La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa. También póstumamente fue reeditado el conjunto de sus textos en el volumen Obras completas (1994);  sus  cartas  quedaron  recogidas  en Correspondencia (1998).

Algunos poemas:

Cuarto solo

Si te atreves a sorprender

la verdad de esta vieja pared;

y sus fisuras, desgarraduras,

formando rostros, esfinges, manos, clepsidras,

seguramente vendrá

una presencia para tu sed,

probablemente partirá

esta ausencia que te bebe.

Despedida

Mata su luz un fuego abandonado.

Sube su canto un pájaro enamorado.

Tantas criaturas ávidas en mi silencio

y esta pequeña lluvia que me acompaña.

Amantes

una flor

no lejos de la noche

mi cuerpo mudo

se abre

a la delicada urgencia del rocío

La única herida

¿Qué bestia caída de pasmo se arrastra por mi sangre

y quiere salvarse?

He aquí lo difícil: caminar por las calles

y señalar el cielo o la tierra.

L’obscurité des eaux

Escucho resonar el agua que cae en mi sueño.

Las palabras caen como el agua yo caigo. Dibujo

en mis ojos la forma de mis ojos, nado en mis

aguas, me digo mis silencios. Toda la noche

espero que mi lenguaje logre configurarme. Y

pienso en el viento que viene a mí, permanece

en mí. Toda la noche he caminado bajo la lluvia

desconocida. A mí me han dado un silencio

pleno de formas y visiones (dices). Y corres desolada

como el único pájaro en el viento.

Fuentes: Wikipedia, Buscabiografias.com, Zendalibros y A media voz

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Archivo Entreletras

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