diciembre de 2024 - VIII Año

Doña Perfecta

perfectaEn la sociedad, los prototipos se crean para conceptualizar un modo de ser, una actitud radical, una categoría frecuente. Literariamente, es la figura más distinguida, la protagonista principal; sociológicamente, una de las personas vulgares que representa.

Galdós configuró unos cuantos ejemplares que, aun siendo anti-modelos, representan iconográficamente segmentos de la sociedad de su tiempo. En femenino, Trafalgar describe, furiosamente, a doña Francisca, quien traza contundente la raya que no ha de cruzar su marido; en Fortunata y Jacinta, el modelo está diseminado entre doña Lupe, tía del pobre Maximiliano y Barbarita, madre del machista Juanito Santa Cruz. Así, podríamos rastrear el prototipo que pulula por otras novelas y brilla tozudamente en Doña Perfecta.

Doña Perfecta, que tiene resonancias edípicas, es una ignorante indeleble que, si sabía leer, nunca se fijaron sus ojos en algo que no fuera prescrito por el penitenciario, su padre espiritual y mentor universal. Ella es dogmática de oídas y está enraizada en una injusticia caritativa; o tal vez, practica una caridad insultante. Como buena cristiana, doña Perfecta es adicta a los rituales cíclicos de la liturgia y fervorosa adoratriz de ídolos varios, que su confesor llama culto de dulía para garantizar los beneficios de las reliquias.

Pudiéramos pensar que hoy este prototipo ya no se da, que está a punto de desaparecer conforme se va vaciando España. Sin embargo, el modelo de perfección persiste, mantiene la carcasa, si bien con otros contenidos.

Al prototipo actual de perfección vamos a llamarlo Madame Libertad; ésta no es una cualquiera, porque abastece su cerebro con panfletos de la secta, asiste a reuniones de la secta y sigue cursos de formación de la secta hasta encaramarse a ser una autoridad ideóloga. Lee, incluso, libros, siempre coherentes con las doctrinas de su secta, que es la única verdadera, de progreso y con aspiraciones de justicia absoluta sobre el universo. Necesariamente, es populista, que es tanto como decir simplista, o milagrera, porque hay mucho que resolver, pronto, con premura de fechas, y de una vez por todas.

Madame adoctrina y capitanea a Ménades y Sátiros, prototipos que, con tal de ejercer su libertad, no respetan mucho su cuerpo: lo agujerean, una y otra vez, en nariz, pómulos, orejas, lengua, cejas, pechos, ombligo y así. Se tatúan, inoculándose tintas de imposible asimilación. Además, se emborrachan y toman otras drogas, porque quieren. Trasnochan de claro en claro, desde el anochecer hasta el mediodía siguiente, ignorando que estas libertades puedan ser un castigo para su cuerpo. Ellos y ellas son secuaces de la libertad, de manera absoluta y terrible. Sin remedio, secundan rituales de otra índole.

Se tiñen el pelo de color rosa, fucsia, arco iris, etc., y se lo cortan con firma… Rompieron la belleza en su vestir, no para ser más originales, porque se toparon enseguida con otros de su secta y afines, sino por rebeldía, aunque sea contra sí mismos…

Las Ménades van casi desnudas, con tal de no ir vestidas de madre. Y los Sátiros se disfrazan de ambiguos, de indefinición perforadora.

Doña Perfecta 1876De esta guisa, que no es la de adefesios, sino de epítomes de la libertad, insisto en ello, algunas quieren volver a casa solas y borrachas, sin percatarse que esto es un anacoluto: la soledad es un privilegio de personas independientes, que han hecho norte de su individuación apolínea. Esto sólo les está permitido a personas fuertes, hombres y mujeres, que van solos, porque conocen sus límites, competencias y valores, y los respetan. La ebriedad, en contraste, es un estado casi terminal del tíaso dionisiaco, la bacanal, que perseguía que el individuo se diluyera en lo otro, buscando tras la omofagia un igualitarismo indiferenciado. En aquel frenesí, cuando el Coro entonaba el ditirambo y Dionysos entraba en su éxtasis, ménades y sátiros eran agresivos, violentos más bien, toda vez que trataban de descuartizar a Apolo, geometría del orden y de las distancias del respeto.

Madame Libertad ignora que la violencia es tan masculina como femenina. Bueno, como sólo leyó libros de la secta, ignora muchísimo más de lo que cree saber.

La historia nos deja prototipos de mujeres violentas de estruendosa sonoridad, como Mesalina, Agripina, Isabel I de Inglaterra, las zarinas María ‘la Sanguinaria’ y Catalina II, Elena Ceaucescu y otras. La intolerancia, monolítica y drástica, de doña Perfecta era inmensamente violenta en el área psíquica y desastrosa en sus consecuencias. En el plano personal, el prototipo habla de una madre castradora.

Cuando median procesos autolíticos, Madame Libertad, la violencia es casi inevitable, dada la inmersión previa en la cultura violenta de todos los actores.

Yo escribo como inmoralista, un simple observador, más o menos estupefacto. Por tanto, no pretendo sermonear, ni extraer consecuencias morales. Si queremos respirar aire limpio, es posible que no debamos acudir a una iglesia, porque aquello es una clausura, donde se concentra un gentío que transpira, queman cera e incienso, enrareciendo el ambiente. Pero, las discotecas también son clausura, hay tanta y más gente que transpira, trasiega y trapichea, incluido su cuerpo, trasnochando after hours. Allí, la toxicidad es segura.

La humanidad viene estableciendo el valor y el no-valor de una acción por las consecuencias de la misma. El gusto por lo absoluto, aunque sea de la libertad plena, exige artesanía, que lo dionisiaco se acople a lo apolíneo, para administrar el entusiasmo y evitar el caos de la violencia ditirámbica, durante las orgías de viernes y sábados, que también son ritual cíclico.

En la oscura penumbra de quienes ya tienen ‘el punto’, o están más allá, un ‘sí’, o un ‘no’, suponiendo que todavía haya consciencia para poder darles crédito, forma parte de la epidermis de la situación y oculta mucho más que lo que revela. En el mejor de los casos, es un signo, preñado de la trayectoria previa, en la que hay que situarlo para poder entenderlo, sin hacer epoché de lo que ha ocurrido antes. Mejor dicho, el consentimiento, o la negativa, forma parte de una transacción más compleja, en la que los simbolismos y la coherencia de situación juegan un papel fundamental, otorgándoles, o negando, su significación aparente.

Si doña Perfecta resucitara, moriría de repente, por el espanto. Y Madame Libertad va a morir desnortada en el laberinto del Minotauro en el que se halla metida, porque el valor, o no-valor, de una acción tampoco depende de la tautología simplista de un sí es sí, o no es no, otorgados en situaciones extra-límites.

Madame Libertad, si queremos menguar la violencia entre sexos, vamos a educar en valores propios: el respeto al cuerpo que somos, el sentido de la individualidad, la salud integral bio-psico-social, la responsabilidad y la autenticidad (de authentés, que garantiza estar solo, o sola). Y en valores frente a los demás: la empatía, el respeto al otro, la comunicación no violenta, el compromiso frente al otro, los límites entre las individualidades, la lealtad, la amistad, la solidaridad y, sobre todo, el amor como entrega recíproca plena.

Aun así, no llegaremos a ser perfectos, porque somos humanos, demasiado humanos.

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Archivo Entreletras

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