octubre de 2025

LAS NEGRITAS DE ANTONIETA / El periodismo, la gran senda de la escritura

Sí, el periodismo es la gran senda de la literatura. Escribo ejemplos muy notables de periodistas literatos. Son viejos amigos de los lectores: la columna de Enrique Vila Matas, la de Leyla Guerreiro, Manuel Vincent, la de Prada, la de Rosa Montero, y otros muchos más. ¡Ah, queridos compañeros de vida, siempre a nuestro servicio y deleite! Vosotros habéis entrado en la literatura a través del periodismo.

¡Tanto por tan poco! Lo único que queda barato en el mundo, la prensa. Esta pasión mía es pasión compartida.

Inserto aquí esta cita de alguien que hizo del periodismo, su vida y su literatura, Francisco Umbral: La columna es el soneto del periodismo.

También la cita de Louis Timbal-Duclaux con la misma afirmación que estoy manteniendo aquí: El periodismo es el camino real de la escritura.

LA ALEGRÍA DE LEER

Llega el otoño, llegará el frío, es el tiempo recoleto del año. Vamos a quedarnos en casa, en la intimidad de nuestra casa, a darnos el placer de la de la lectura.

¡Vivan los libros! ¡Viva la prensa!

A las puertas del otoño, he compuesto para mis lectores este breve relato:

EL MISTERIOSO ALCUINO DE SEVILLA

Resplandecía el otoño bajo un sol dorado.

Súbitamente el cielo se encapotó. Grandes nubarrones plomizos descargaron con cólera cataratas de agua, entre una salmodia de rayos y truenos.

Con este telón de fondo a mis espaldas, llego al recóndito Monasterio.

A la hora convenida, se abre el portalón.

Me recibe Alcuino de Sevilla, descendiente del famoso Alcuino de York. Una rama de la familia se trasladó a vivir a esa ciudad, atraída por el oro que llegaba de las Indias.

Es parco y misterioso. Saca la llave negra que todo lo abre. No debo separarme nunca de ella, ni perderla bajo ningún pretexto.

Atiende —me dice— con esta llave negra abrirás todo acceso.

Continúa Alcuino, severo y solemne:

Abre esta puerta pequeña que da al gran claustro.

— Repara que hay colgados 75 cuadros en el pasillo, y que la puerta está bajo el número 30 grabado en el pergamino que describe el cuadro en cuestión, de este modo están descritos todos con su numeración arriba.

Andarás en línea recta hasta la estatua de mármol del monje, sobre un elevado pedestal sentado. Andas cien metros hasta llegar a él. A su derecha, verás tres puertas: la pequeña, la grande, otra pequeña. Solo la primera puerta te interesa, es el Sagrario, las otras no.

Continuarás hasta una gran puerta de doble hoja y doble cerradura. Abrirás con la llave la cerradura escondida abajo solamente. La cerradura de arriba es falsa.

 Saldrás a un pórtico y a la izquierda encontrarás un largo túnel. Avanzas por él y verás una enorme reja forjada negra que no se abre más que para las mercancías y proveedores.

Fíjate bien: a la derecha hay una puerta pequeña, casi escondida bajo una hiedra por ella podrás salir al exterior usando la llave negra.

Siempre dejarás cerrado atrás de ti.

Cada vez que mencionaba la llave negra, Alcuino de Sevilla la elevaba ante mis ojos, como si fuera la elevación del cáliz en la santa misa.

Caía la noche. Con timidez y miedo, le pregunté por el refectorio.

— ¿Cuándo será la cena?

La autora en el claustro del monasterio

Alcuino, lacónico y un tanto molesto de tener que cumplir con el deber de hospitalidad que mandan los Evangelios, me dijo:

No.  Eso lo sabrás después.

Se fue dejándome como una sombra veloz que huía saltando por las grandes losas de piedra del inmenso claustro.

Me quedé completamente a solas y en desesperación ante tal esfuerzo hipnótico de atención a todas y cada una de las palabras de Alcuino. Su porte severo no admitía resquicio alguno.

Esa selva, realmente salvaje y críptica de mensajes, desapareció de mi mente como la niebla que vuela en celajes confusos, al primer golpe de sol en las mañanas de invierno.

Todo era evanescente en mi mente, no quedaba ninguna fijeza de lo dicho por Alcuino. Con desesperación, caí de bruces sobre las losas de mármol de la capilla del Sagrario, la única puerta abierta que había quedado en mi memoria; precisamente por eso, no necesitaba la omnipotente llave negra.

Estaba sin saber qué hacer en esa larga noche, que comenzaba tras ese largo atardecer, al que le quedaba solo unos destellos de luz. No sabía cómo salir de aquel misterio.

Recé apasionadamente, imploré al Cielo ayuda.

Como un relámpago sobre mi mente llegó una iluminación y recordé que en aquella extraña pinacoteca sobre los muros todos los cuadros eran tenebrosos y sombríos escenificando martirios y muertes horrendas de los santos. Sólo uno tenía un destello blanco, resplandeciente y luminoso. Contrastaba con toda la tiniebla pictórica y ambiental. Me fijé en él porque era la blancura del cordero divino que llevaba Santa Inés. Anduve deshaciendo el laberinto de los enormes óleos. Allí apareció la bella Santa sonriendo. Era el número 30. Logré salir con la llave negra, a la que entendí era mi habitación.

No me importaba nada.  No cenar, no hablar con nadie. Me desplomé en una especie de camastro, y dormí, dormí, esperando que, al día siguiente, el misterioso monje viniera a buscarme para la Lectio Divina, tras la cual, según la regla de San Benito, vendría la colatio.

Me desperté, y Alcuino estaba allí.

COMPÁRTELO:

Escrito por

Archivo Entreletras

Claudio Rodríguez: del camino, del hombre
Claudio Rodríguez: del camino, del hombre

¿Puede haber acaso un arte de sustancia sin la piadosa mirada de los solitarios? Francisco Calvo Serraller En el poeta…

Querer de lo feliz
Querer de lo feliz

Sin poder evitarlo, nos encontramos instalados en el reducto vitalista del querer, del sentimiento. Somos seres conscientes, mantenemos intrincados procesos…

Tito Lucrecio: un pensador materialista, atomista, epicúreo… y precursor de la ciencia moderna (I)
Tito Lucrecio: un pensador materialista, atomista, epicúreo… y precursor de la ciencia moderna (I)

Las encrucijadas del azar La muerte nada es para nosotros. Porque lo que se ha disuelto es insensible, y lo…

76