abril de 2024 - VIII Año

‘En los pliegues del olvido’ de Ignacio Vázquez Moliní

plieguesEn los pliegues del olvido
Ignacio Vázquez Moliní
Ed. Vitruivio, 2017

Quizás descubra un día,
Cuando los versos se marchiten,
Que son las palabras,
Las que sobran.

En toda persona habita un universo ignoto y los cristales rotos de un poeta. En cada ser humano se esconde la obscuridad del primigenio caos y las prístinas luces del entendimiento, que, gravitan, errantes, según leyes naturales aún no descubiertas y ni siquiera imaginadas.

Ignacio Vázquez Moliní es una persona de vida ajetreada, de esos que no han parado de andar para acá y para allá, como si el ímpetu de conocer, de aprehender, no le permitiera descansar de un errante deambular con el que fue hechizado en los albores de su existencia.

Abogado, doctor en Filología Hispánica y funcionario internacional, completó su formación en Túnez, Malta y Beirut.

Tras un buen número de años en Bruselas, hoy divide su tiempo entre Almonaster la Real, uno de los pueblos más bellos de España, y Lisboa, de la que no puede extraerse la saudade. Pero, pareciera que ahora, con el paso de los días, fuese tomando conciencia de una otra realidad inmutable:

Claro que sé que las sendas, todas las sendas,
Se inician con apenas unos pasos.
Y sé también que después se borran, al albur de las desganas,
Con la inercia triste de las fuerzas que se apagan,
Con el hastío de quien sabe que el tiempo se le acaba.
Sé muy bien que en un instante la vida se detiene,
Y la memoria para siempre se oscurece.

Vázquez Moliní, que es un docto conversador, ha conseguido diversos premios por su obra literaria, que ya empieza a tener consistencia no solo en calidad sino también en cantidad: Quince líneas, Galería de hiperbreves, Periplo alfabético de un fumador de pipa, La mirada tranquila y La embajada roja en Lisboa.

Coautor de las guías noveladas Lisboas, Elogio de Bruselas y Una mirada al siglo XX nos presenta ahora En los pliegues del olvido, un poemario puesto en circulación por Ediciones Vitruvio.

Aunque una y otra vez se nos repita,
Todos sabemos que no es cierto;
No es en las calles de París,
Ni tampoco en Estambul,
En Bruselas o en Beirut,
Donde se han oído los disparos.
Es en las calles del mundo entero
Donde con siniestra nitidez se han escuchado,
Y han dejado nuestras almas malheridas.

La trazabilidad del esfuerzo de la humanidad para entender la Babel social en la que estamos inmersos en todo tiempo y lugar, y la inocencia de un niño que ríe, nacen del mismo magma incognoscible.

A pesar de los esfuerzos realizados para saber qué cosa somos, por qué estamos o hemos de estar aquí, e incluso, si tiene sentido alguno o no, nuestra existencia, el poeta inicia la subida al monte con su pesada piedra, una y otra vez, aunque mil veces se caiga y vuelva al remanso del llano. Porque caminar duele, a unos más que a otros, pero duele, y el poeta es la quintaesencia, el tamiz último en donde se debate lo imposible: el intento de subir al cielo aunque se le derritan las alas o de bajar al infierno para quemarse en el fuego eterno. No importa, ese es su sino: inquirirse, demandarse lo inefable:

Has visto cómo sin descanso se nos gasta el tiempo,
Cómo por completo se diluye en el olvido,
Sin que de todo lo vivido quede ni un recuerdo.
Como si la memoria disuelta se perdiera,
Todo lo bueno y malo llevándose consigo,
Sin que nadie pueda cantarlo en un poema.

El poeta, sumiller de las palabras, es el único capaz -con las coralinas cuentas de sus versos- de encriptar en el poema la creación de un nuevo universo al que solo tendrán acceso los iniciados.

Vázquez Moliní se transmuta en estos poemas, hasta quitar capa por capa, de su cuerpo, cuanto es necesario para llegar al descarnado hueso de la conciencia:

Sales a la calle a luchar cada mañana,
Contra los terribles y constantes peligros de la selva,
Esos que te acechan detrás de cada esquina.
Sales cada mañana a luchar por unas migas,
Que sacien el hambre de los tuyos.
Sales con la corbata de seda y un traje bien cortado,
Que muy pocos lucen en la calle.
En un lujoso maletín de piel curtida,
Llevas también ciertos papeles,
Que son tus armas preferidas.
Pero, en realidad, sales cada mañana muy contento:
Porque no sales a saciar el hambre de los tuyos.
Sales, y tú lo sabes, a matar a todo aquel
Que se cruce en tu camino.

Una crítica voraz, sin duda, al liberalismo que consume día a día todo atisbo de fraternidad y que aboga, impenitente, por la supremacía de los poderosos en detrimento de los de siempre: de los más necesitados: esos que somos todos excepto unos pocos.

Ignacio Vázquez Moliní en En los pliegues del olvido realiza una contundente reivindicación del otro, del ser humano como tal más allá de todo muro, alambrada, himno, idioma o bandera. En sus poemas hay un permanente dolor por la otredad, reitero, que solo es fruto del caminar viendo, del reflexionar fuera de arquetipos y sistemas organizados de pensamiento, que se manifiesta como un mantra a lo largo del texto, porque, aunque las palabras de los versos y su significado cambien, no así la intencionalidad del poeta, que a la vez que hace un doloroso examen de conciencia nos descubre las miserias del ser humano, esas que nos son dadas por aculturación, por la fe, por la ideología o por la fuerza de las armas si es menester.

Ignacio Vázquez Moliní con este poemario, a mi entender, da un paso de gigante en su carrera literaria y llena un poco más de dolor, el cuenco de lo esencial, de lo vital, de lo amargo existente en todo vate.

Lo único que importa.

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