abril de 2024 - VIII Año

‘La luz pensativa’ de José Cereijo

La luz pensativa
José Cereijo
Editorial Pre-Textos,
Colección “La Cruz del Sur”, nº 1.713
Valencia, 2021; 122 páginas

Aunque es la música de Schubert y Chopin la que se nombra en estas páginas, se diría que, con su luz otoñal que duele y reconforta al mismo tiempo, el Quinteto para clarinete y cuerdas, en si menor, op. 115, de Johannes Brahms, sobrevuela las creaciones más recientes del poeta gallego –aunque afincado en Madrid desde la adolescencia- José Cereijo (Redondela, Pontevedra, 1957). Ya cabía advertirlo en Los dones del otoño, del año 2015, y ahora, también bajo el sello de Pre-Textos, La luz pensativa –sexto de los poemarios del autor, séptimo de sus libros de creación literaria stricto sensu– lo evoca de un modo más conmovedor aún. Perseverando en una inequívoca madurez tan bien ganada –cuyas semillas, muy probablemente, se encuentran en las pequeñas composiciones de La amistad silenciosa de la luna (2003), hermosos ejemplos de lo que puede dar de sí la adaptación a nuestra lengua de la forma japonesa del haiku-, José Cereijo ha conducido el sereno dolor de su lirismo –recuérdese el poema titulado “Nunca”, dulcemente sobrecogedor, paradigmático en buena medida, perteneciente al libro Las trampas del tiempo (1999)- a un territorio no sólo de despojamiento sino de celebración de lo mínimo.

En esa región, que nada tiene de inhóspita, el silencio merece un culto de ontología radical (“No hables del ruiseñor / cuando canta. Demasiado se ha dicho. / Piensa en él cuando calla (…) / cuando sólo es él mismo”); empero, muy lejos de negar el canto, esta poética tan característica del autor adquiere en La luz pensativa, quizá como nunca hasta ahora, un matiz musical de plasticidad irrevocable: “Esta luz, / esta luz dorada y fría, / tan parecida a la del corazón”. Si Luis de Góngora quiso cerrar con dramatismo aquel soneto tan justamente célebre –“…en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”-, José Cereijo escribe: “…y esperan, / sin temor ni impaciencia, / la hora de ser polvo, sueño, nada”. La sombra muta en sueño, y la nada se intuye, pese a lo cierto de los días invernales futuros, no como el horizonte helado del organillero –“Der Leiermann”- de Wilhelm Müller y Franz Schubert, sino como la justa, inmejorable continuidad de un áureo resplandor de conocimiento, cuya paulatina extinción acercase, paradójicamente, al tuétano del mundo y de las cosas: “Es extraño que ahora, / con esta luz escasa, reticente, / todo se vea, sin embargo, / mejor”. ¿Habrán, pues, de extrañarnos los prodigios conjuntos de la luz declinante y el silencio? “Cuando todo se calla, eso que sigue / sonando en el silencio, / esa voz inmortal que no es de nadie, / debe ser la verdad”.

Con ecos reconociblemente machadianos, el autor nos dice: “En ese árbol que tú creías seco / has visto esta mañana, con sorpresa, / dos o tres hojas mínimas”. Don Antonio no comparece por casualidad aquí. “Converso con el hombre que siempre va conmigo / -quien habla solo espera hablar a Dios un día-”, dejó escrito el maestro, y en La luz pensativa, en muchos de los 102 poemas que componen la obra –textos breves, intensos, sencillos, de nítida emoción-, el sujeto poético se dirige igualmente al hombre que va andando a su lado por la vida; afán comunicativo que deviene sugerencia y, más que consejo, exhortación, y aclaración creadora –“El poema que quieres escribir / ya está escrito. Tu tarea es tan sólo (…) / borrarte para que exista”-, y reto en ocasiones –“Desnuda antes tus ojos / si sabes, si te atreves”- y alguna vez regaño, aunque sin acritud –“Y tú vives así, en medio de cosas que son únicas, / fugaces, irremplazables. / Y no te conmueves.” Así, el anhelo de trascendencia se vincula, desde su origen, a un entrañable proceso de aprendizaje compartido cuyo alcance ha de implicar, necesaria y felizmente, a los lectores. En este prolongado conocer reconociendo, por así decirlo, incluso la furtiva presencia de la rata oscura de un parque, que no busca nada que no necesite, puede brindar una “callada lección de poesía”. Y el amor “no necesita ser del mundo / porque él mismo es el mundo”. La ontología radical en el silencio “a punto de ser música” no anula la esperanza (“Y pensar / que tú la creías frágil”) y, en el caso de José Cereijo, no deja de alimentar un verbo lírico capaz de páginas especialmente inspiradas, como la que se inicia con el verso “De todo lo que eras…” o el bello poema amoroso que concluye así: “…gracias / por el error, y por este relámpago / de vida y de belleza”.

Incluso el vértigo del olvido alcanza a ser pureza, razón redescubierta de pureza, en el decurso de La luz pensativa; libro de madurez conmovedora, que parece hallarse escrito desde el envés de las palabras. Desde una luz posible, y paradójicamente silenciosa, del lenguaje.

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